No sé cómo empezar a escribir

El otro día me encontraba conversando con una amiga que me decía que le gustaría empezar a escribir pero que no sabía cómo empezar. «Escribe», respondí sorprendiéndola por lo escueto de la respuesta. «Pero… es que no sé», me respondió, como reprochando que estaba diciendo algo obvio, que poca validez iba a tener para ponerlo en práctica. Y no obstante, a escribir se aprende escribiendo, esa es la única realidad. Pero en cualquier caso, le recomendé algunas actividades que, de algún modo, podrían llevarla a esa actividad, es decir, a escribir.

Una de estas actividades que le recomendé, que podría ser un buen punto de partida, es escribir sobre lo que hemos hecho a lo largo del día o a lo largo de la semana. Eso ya manifiesta el proceso de escritura y llevar un diario o escribir periódicamente sobre lo que hacemos, puede ser una buena práctica. Yo lo practico y me funciona porque activa el cauce de manifestar mediante palabras aquello que tenemos en la cabeza. «Pero es que mi vida no tiene nada de emocionante», pues más o menos como la de todos, pero ¿y qué? Es un ejercicio por donde empezar. Debemos aprender a dejar todo lo demás a un lado. No lo hacemos para impresionar a nadie o para dejar huella en la historia. Es una práctica y todos nuestros juicios, ideales, principios, miedos, todo lo demás, queda a un segundo plano. Otro punto de partida puede ser, también, poner por escrito las cosas que nos gustan, lo que nos ofende o incluso aquello que odiamos: «odio el tren en el que voy al trabajo porque siempre va con retraso y nunca hay un asiento libre donde sentarse...». Para empezar, la cuestión no es tanto el qué, sino encontrar una excusa para ponernos a escribir.

Por supuesto, hay muchos caminos, podría recomendar talleres literarios, lecturas, audiovisuales, etc., pero la única realidad nos evidencia que, en algún momento, debemos enfrentarnos a la hoja en blanco, y esto es, enfrentarnos a la falta de ideas, y lo que es aún más aterrador: afrontar la incapacidad de trasladar a un papel aquellas ideas que pululan por la mente. También al fracaso que esto conlleva y, en definitiva, al error… Con el tiempo se aprende a darle forma a los pensamientos, a las ideas y se consigue manifestarlos por escrito. Es una cuestión técnica, y como tal, hay que trabajarla para que funcione.

Nos llenamos de palabras, ilusiones y fantasías, y nos complicamos la vida con unos castillos que raramente son alcanzables. Por eso, me parece más interesante la acción que la palabra, porque la acción es parte de la vida. Y a escribir se aprende escribiendo.

Y sin embargo, muchas veces no hacemos cosas por el simple hecho de que no sabemos, y como no sabemos, no lo hacemos. Y esto genera una barrera que se justifica por sí misma. Es obvio que si nos ponemos a hacer cualquier actividad que nunca hemos hecho, lo vamos a hacer mal. ¿Y qué más da? Lo importante no es el resultado, sino la actividad en sí. Es un paradigma que se olvida en una sociedad que vive por y para los resultados. El problema radica en que si solo valoramos los resultados de algo, nunca podría dar lugar a un comienzo torpe y errático. Y si no hay un comienzo, nunca habrá resultados.

Esto nos lleva a una de esas frases que todos hemos dicho alguna vez y que encierra una gran verdad: nadie nace sabiendo. Por lo que hay que empezar desde algún punto y lo más importante es que la mayoría de actividades y experiencias en esta vida, no tienen un principio y un final: empezamos «in medias res», y lo dejamos al tiempo o cuando ya no podamos continuar porque, básicamente, hemos gastado nuestros días.

Tal vez queramos realizar una actividad y abandomenos al cabo de unos días, tal vez sigamos por años, tal vez se convierta en una pasión. Nunca se sabe. En cualquier caso, es una experiencia que nos queda. Por poco tiempo que sea, ya va a formar parte de nuestra experiencia vital. Y eso es lo importante. En cambio, no hacerlo por el simple hecho de no saber por dónde empezar, va a dejar un hueco en la vida, un hueco que hay que justificar en todo momento con un porqué. Así que, para escribir, hay que sacar papel y bolígrafo (o inicializar un procesador de textos), y darle forma a letras, palabras y frases, que luego ya veremos que pasa.

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