Separación inevitable
– ¿Y teníamos que viajar tan lejos, a otro país? -le preguntó Victoria.
– ¿Estás tú convencida de lo que papá quiere hacer?
– Quizás sea lo mejor para las dos. –respondió Virginia.
– Óyeme bien. Nuestro padre siempre ha querido lo mejor para nosotras y creo que en esta ocasión no es diferente. Pienso que él tiene razón.
– Tú siempre tan sumisa. Buena pendeja. –gritó Victoria.
Virginia y Victoria son dos hermanas nacidas en la primera mitad del siglo XX en un campo de un pequeño país en la región del Caribe. Virginia es muy humilde y piadosa. Débil físicamente, pero de fuertes convicciones morales y religiosas, de piel pálida, aficionada a la lectura de la biblia y a los poetas y escritores de la época, incluyendo a los mejores de Europa. Bajo muchas súplicas, Virginia ha logrado persuadir a su hermana a que le acompañe una vez por semana a la misa que oficia un joven sacerdote que, desde un pueblo distante, se desplaza todos los domingos a su pequeña aldea de agricultores, trabadores al servicio de su padre.
Victoria, es una irreverente y engreída, de mirada penetrante e inquisidora, con las ideas propias de la gente de avanzada que está en desacuerdo con todo lo establecido. Que ve más allá. Con ideas de progreso, segura de que si alguna vez tiene que separarse de su hermana y de su padre, sería una gran líder en su país y fuera del mismo. Decidida a decirle la verdad a cualquiera. El padre, es un rico hacendado que, quiere a Virginia con pena y, aunque le reprocha a Victoria su manera desenfadada y a veces irrespetuosa de comportarse, en su interior no deja de admirarla. Tampoco podía entender, cómo sus hijas, con caracteres y personalidades tan distintas, que se pelean casi a diario, puedan amarse de tal manera que no pueden separarse ni un instante.
En esa pequeña comunidad de campesinos, Virginia y Victoria tuvieron el privilegio de tener un padre que, habiendo heredado de su abuelo una gran cantidad de tierra, con su inteligencia innata y sentido de negocio, logró convertirse en la persona más rica de la región; que contrató a los mejores profesionales y educadores del país para que sus hijas recibieran en su hogar la mejor educación.
Eran las ocho de la noche y ambas estaban en la cama, como siempre, contando historias hasta quedarse dormidas. Pero esta vez, ante las expectativas, no podían conciliar el sueño.
Hablaron de todo. De lo que harían si realmente iban a vivir distantes una de la otra, cosa que íntimamente ni siquiera Victoria deseaba. Virginia, habló que pensaba ir a la ciudad a estudiar educación para convertirse en maestra, porque quería alfabetizar y educar a todos los niños y adultos de su aldea o talvez entraría a un convento de monjas de los que hay en la ciudad capital o de los que ella sabe que hay en España…
Victoria entre tantas otras cosas dijo que se veía en París codeándose con artistas, escritores y políticos. Casada o soltera, pero siempre con un hombre a su lado, gozando de la vida; se llevaría a su padre a pasear por Europa, a gastar todo ese dinero que tiene acumulado, a conocer otras culturas y quién sabe si encontraba una compañera y llegaba a entender que el mundo no se le había acabado…
– Acompáñame al baño, Virginia.
– Pero si ya te acompañé hace unos minutos
– Acompáñame si no quieres que me orine y defeque aquí mismo
– Está bien, vamos.
A las tres de la madrugada Virginia dormía profundamente cuando Victoria la despertó diciéndole:
– ¿Recuerdas que nos bautizaron cuando casi cumplíamos los diez años? ¿viste la cara de idiota que puso el cura cuando nos vio?
– Escucha bien Victoria, es por eso que papá quiere que estemos lejos una de la otra. Ya no soportamos tus insolencias ¿cómo puedes hablar así de nuestro sacerdote? Él es un santo. Se desplaza por caminos peligrosos, viaja muchos kilómetros a caballo por esas lomas para traernos la palabra de Dios todos los domingos. Fue él quien nos bendijo con el sacramento del bautismo y por él somos tú y yo hijas de la santa madre iglesia.
– ¿Hijas de quién? tú y yo, como todos los hijos del mundo, somos el producto de papá y mamá cuando hacían el amor. Qué tonta eres hermanita. Ese cura, al que tú crees un santo no es más que un chulo. Él viene a este campito por algo más que a oficiar una misa. Después de la misa viene a almorzar a nuestra casa, donde se le sirve un manjar. Por qué no se queda en un rancho de conuco a comer con los pobres que él dice que ama tanto. Y, ¿sabes tú a dónde va a dormir la siesta? A la casa de la viuda, que bastante joven y gustosa se ve. De ahí, sale casi al anochecer, y quién sabe lo que pasa en esa casita todos los domingos … buena pendeja.
– Escucha bien, Virginia. Si es verdad que nos iremos a vivir lejos una de la otra, aunque no lo creas, tú me harás mucha falta, y yo a ti también. Te he abierto los ojos. Lo poco que sabes de la vida es por mí, y no has aprendido más por lo tonta que eres, privando en santa, creyendo todo lo que ese cura te ha metido en la cabeza. Además, tú no eres diferente a mí, aunque quieras disimularlo, tú sientes lo mismo que yo, me di cuenta cuando fuimos al río al último encuentro que tuve con mi novio.
– Ay, Victoria, cambia la conversación, tú solo piensas en sexo, no te has superado.
– La que no se ha superado eres tú. Cumplirás 16 años y no sabes nada de la vida. ¿Qué te pareció lo que pasó en el río?
– Eso fue muy desagradable. No me lo recuerdes.
– A quién vas a engañar, hermanita. Me di cuenta. Tú volteabas la cara dizque para no vernos, pero te noté jadeante, deseando que te hicieran lo mismo. Con la diferencia de que yo gocé y tú fingías ignorarlo. No seas hipócrita, estás perdiendo tu tiempo y tu juventud. Llegará la hora y ya vieja, que desearás hacer lo que no hiciste ahora. Y, si de verdad nos distanciamos no me tendrás y desearás tenerme cerca. Aprende ahora de la vida, que luego será muy tarde. Déjate de tonterías que la vida es una, no hay otra, como te ha hecho creer el curita ese...
–Dios mío, ayúdala a aclarar su mente, siembra en mi hermana sentimientos buenos. Virgen María, madre de Dios y madre mía, intercede por ella, no dejes que se pierda en la oscuridad del pecado. Ella no es mala, yo lo sé. Ay Dios, lo veo y no lo puedo creer, hija de una misma madre y de un mismo padre y tan distintas que somos. Han sido muchos años de torturas, pero al mismo tiempo creo que eso nos ha unido aún más. Dime Señor qué debo hacer y lo aceptaré, aceptaré tu voluntad señor – oraba Virginia a viva voz … angustiada por lo que sería el futuro de su hermana lejos de ella.
–Cállate, deja de decir tonterías y responde, que están tocando a la puerta.
–¿Quién es? -preguntó Virginia
– Somos tu padre y el doctor
– Pasen.
Eran las seis de la mañana y por la ventana de la habitación del hospital se filtraban los primeros rayos del sol.
– Óigame bien doctor. Estas niñas es lo único que tengo. Y aunque se pelean constantemente, desde siempre han sido uña y mugre y son mi razón de vivir. Su madre murió en el parto y ni los médicos ni yo pudimos salvarla, pero me dejó estos dos tesoros. Desde entonces, me he dedicado a ellas en cuerpo y alma, les he dado todo lo que he conseguido en la vida para que sean dos niñas felices, pero al mismo tiempo reconozco que ya ha llegado el momento, que esta es su única y última oportunidad. Dígame que todo saldrá bien. Quiero saber si Virginia podrá resistir esa operación. Dígame, doctor, que no habrá ningún peligro.
Respóndame ahora usted a mí.
–¿Desde cuándo separar a unas siamesas ha estado exento de peligro?

