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Maestro Manuel Rueda, un clásico de Hispanoamérica

La poesía, la música y el teatro de Manuel Rueda siguen siendo pilares en el panorama cultural hispanoamericano, reflejando una vocación constante y vitalizadora. Su obra poética, por ejemplo, está profundamente marcada por el ensimismamiento, validado a través de metáforas y alegorías fecundas que expresan sus ideas más plenas y vivificadoras.

La personalidad cultural de Rueda alcanzó nuevas alturas durante su formación en Chile. Al regresar a su patria, traía consigo un bagaje cultural con estándares internacionales, habiendo aprendido de grandes maestros de la música en la tierra de Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Su incursión en el teatro demostró una capacidad vigorosa y le otorgó un prestigio notable en España, especialmente tras recibir el Premio Tirso de Molina (1995) por Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca.

Antes de recibir este reconocimiento, Manuel Rueda intervino como pianista en la Orquesta Sinfónica de Panamá y en la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, en un festival organizado en honor al mundialmente famoso violonchelista catalán Pablo Casals, cuyo linaje tiene raíces en la República Dominicana a través de la familia Defilló. También ofreció conciertos en La Habana y Matanzas (Cuba) durante el Festival Carifesta (Caribbean Festival of Arts). Además, representó a su país en México y, junto a Rosita Renard y Armando Palacios, realizó giras por Perú y Colombia. Sus interpretaciones musicales también tuvieron un impacto notable en el Carnegie Hall y en el Alice Tully Hall de Nueva York.

Rueda destacó de manera excepcional en todos los géneros en los que participó, no solo en la poesía, la música y el teatro, sino también por la elegancia de sus ensayos y relatos. Entre sus obras sobresale Bienvenida y la noche, un texto que se refiere a las bodas de Bienvenida Ricart y Rafael Leónidas Trujillo Molina, celebradas en Montecristi, donde nació el autor el 27 de agosto de 1921.

Manuel Rueda dominaba el lenguaje a la perfección, lo que lo posiciona como uno de los escritores más formados en la literatura dominicana. Su conocimiento se extendía a otros temas que le permitían explorar las complejidades de la escritura y los conceptos que la sustentan, particularmente desde el punto de vista de las estructuras y los discursos. Su vasto conocimiento y su intelectualidad integral se manifestaban claramente en su obra.

Rueda era expansivo e intenso, llegando a los límites de lo experimental, demostrando así que la imaginación no tiene fin y que el lenguaje otorga especificidad y categoría a todo texto cultivado con pasión y técnica depurada. Su escritura, en todos los ámbitos de la creación, seguía un método riguroso basado en normativas bien fundamentadas, donde la estética destacaba lo individual y sociológico de cualquier texto. Este enfoque permitía una mayor comprensión de las hipótesis y teorías a las que recurría, aportando calidad a sus obras.

De su prolífica producción poética, hemos escogido el soneto “La noche alzada”:

Urdido soy de noche y de deseo. ¡Qué negro resplandor, qué sombra huraña preludian mi nacer!en una entraña de oscurecido asombro me paseo.

Buscador del contacto, lo que creo vive en mis dedos como pura hazaña de ciego amor y cuerpo que no daña, adolescente siempre en su jadeo.

Con un rubor temido, con un miedo de encontrarme la caray la medida del ignorado espacio en donde ruedo

justa en la luz y a su verdad ceñida, alzo mi noche –todo lo que puedo–

ya sintiendo llorar mi amanecida.

Cabe citar también parte de las obras, ensayos e investigaciones que publicó y realizó de 1949 a 1999, año de su muerte en Santo Domingo:

Las noches, poemas, (1949, 1953); Tríptico, poemas, (1949); La trinitaria blanca, drama, (1957); La criatura terrestre, poemas, (1963); Teatro, drama, (1968); Adivinanzas dominicanas, (1970); Conocimiento y poesía en el folklore, ensayos, (1971); Con el tambor de las islas. Pluralemas, (1975); Por los mares de la dama, poemas, (1976); La prisionera del alcázar, (1976); Las edades del viento, poemas, (1979); El rey Clinejas, drama, (1979); Todo Santo Domingo, (1980); Papeles de Sara y otros relatos, narraciones, (1985); Congregación del cuerpo único, poemas, (1989); Materia del amor, (1994); Bienvenida y la noche, novela, (1995); Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca, drama, (1993); Imágenes del dominicano, (1998) y Las metamorfosis de Makandal, (1998).

Don Manuel Rueda fue muy querido, admirado y respetado por toda la intelectualidad dominicana. El poeta Franklin Mieses Burgos (1907-1976) escribió sobre él:

“La alta y sostenida calidad de la poesía de Manuel Rueda es verdaderamente ejemplar. Hasta el presente, que sepamos, muy pocos poetas dominicanos han logrado mantener su labor literaria con esa dignidad, ni con ese fervor intelectual, con que este montecristeño universal emprende cada día su rigoroso quehacer poético. Casi podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que un afán depurador y selectivo de sus mayores fondos líricos y humanos alienta constantemente la ebullición de su espíritu creador. Pues desde su iniciación en este conspicuo menester, que fue hecho público durante la vigencia de la revista literaria La Poesía Sorprendida, su poesía ha ido adquiriendo una sólida y diamantina claridad que solo debe ser comparada con las más nítidas luces de la poesía contemporánea, tanto nacional como extranjera”.

El maestro Manuel Rueda se presenta ante la historia de la literatura hispanoamericana como un referente que incita a conocer a fondo su poesía y los demás géneros que cultivó con una dignidad y capacidad excepcionales. Fue vigoroso en el análisis de la crítica literaria, del arte, de la música y el teatro. Singular y vasto en todo lo que creaba; por lo tanto, su obra en todos los ámbitos del conocimiento es una experiencia que denota la perspectiva de la novedad.

En la vertiente de interpretación pianística, Rueda es una de las primeras figuras de República Dominicana. Su enorme capacidad artística se revela en su gran sentido de la musicalidad, su sólida formación conceptual, su aptitud para abordar las obras más difíciles de autores diversos y, sobre todo, por una recia personalidad que cautivaba en cada interpretación.

Fue radical en cuanto a la calidad de lo que escribía, y está probado que nunca hizo conceción alguna sobre un texto que no contara con este rigor. En aras de su virtual dignidad, no cedió ni un ápice en comprometerse en lo político y propiciar lisonjas a sectores de la oligarquía. En lo único que se puso de acuerdo fue en la experiencia humana con la experiencia estética, sus únicos aliados en el contexto existencial. Sus inusitadas apuestas estéticas se adscriben al arte puro, como artefacto fecundo que se asienta en la historia para vivir allí, silenciosamente, pero sin dejar de iluminar el mundo en lo más fecundo.

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