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La “Coreografía” de Rubén: escribir en tiempo presente

Este es un poemario de lenguaje novedoso, espontáneo que muestra los aciertos de la joven poesía española de hoy.

Rubén J. Triguero no solo tiene un nombre bien ganado en las letras ibéricas, sino que aporta un nuevo discurso a la poesía joven de habla hispana. Lo hace desde su España lejana, con voz y personalidad propia. La cotidianidad no ha podido aplastarlo. Además, es artista del lente, alguien muy observador que sabe atrapar lo que otros no captan.

Trae un discurso poético distinto y una manera muy suya de creatividad.

Ni versificador, ni retórico. Sabe que el decir está vinculado al sentir de todos los días. No se parece a nadie. Su originalidad y profundidad lo acercan a una poética del decir sobre lo cual la lírica se transforma en estética y lo trascendente adquiere ribetes de epopeya en tiempos donde las maneras cambian de uniforme igual que los versos lo hacen con el decir, la congoja o la piedad . Triguero es un especimen parecido a autores dominicanos como Frank Báez.

Su poesía es la diferencia entre una retórica gastada y un lenguaje que prioriza el decir. Abandona lo ingenioso para dar paso a la lucidez creativa:

¿Por qué se repite siempre la historia?

Algo debemos seguir haciendo mal.

Tal vez no se deba a que cometamos errores,

sino

a que

propiamente,

somos el error. (P. 22)

El texto anterior ha servido de pretexto para comentar su nuevo poemario, “Coreografía” (Puente de Vallescas, Madrid, 2021), con portada del propio autor y con suelto ocurrente por su dosis de certeza: “Prohibida la reventa”. Dividido en ocho movimientos, un exordio, un final y la biografía del autor, el libro comienza de la misma forma en que termina, con esa seguridad que nunca se termina de decir lo que uno quiere, solo apuntes de conjeturas ditirámbicas:

Pero entonces, ¿de qué iba todo esto?

Al final ni siquiera he hablado de lo que quería,

aunque siempre pasa.

Porque en realidad no controlamos nada. La vida se sostiene

en un constante pender de un hilo.

Contentémonos, pues,

con que respirar es una coreografía que ha tardado, no sé,

¿millones de años en sincronizarse?

Y aquí estamos con todo, aquí seguimos (P. 103).

Los ocho cantos de “Coreografía” tocan temas universales como el amor, la riqueza, el tiempo, los errores, la belleza y otros tantos vinculados a enigmas eternos que el ser humano, a lo largo de la historia humana.

No obstante, si estos temas resultan eternos, no lo significa que la forma poética en que han sido presentados hasta la fecha los trasciende. A Triguero le interesa cambio, la anécdota, la espontaneidad: “Porque después de todo, si nos remitimos a lo nuevo, prácticamente ya todo está escrito, nos dedicados a reformular lo anterior, simplemente a darle otro punto de vista, ya sea esta en la forma o en el contenido” (P. 9).

Ya nos había dicho sin ningún reparo, unas líneas antes: “(…) La necesidad de experimentar no necesariamente se refiere a que se deba crear algo que no haya hecho nadie nunca, sino a algo que no se haya hecho de forma individual, que se desconozca y sea nuevo para el individuo” (p. 9).

Para Triguero, la felicidad es una pistola caliente al igual que para John Lennon. Por eso hay que soltarla en banda y no insistir en poseerla:

“Persigamos la belleza.

O no, mejor no.

Después de todo,

la belleza está sobrevalorada.

Y además, ¿para qué sirve?

¿Qué utilidad tiene?

Ala, asunto zanjado,

a otra cosa más productiva

como, por ejemplo,

la fabricación en cadena de motores de reacción.

Fabriquemos motores,

Miles, millones, trillones, cuatrillones…

Impulsemos la economía

haciendo algo productivo por una vez en la vida (P. 61)”.

La retórica del beso se trastoca en estas páginas para abrirse en horizontes de amplias perspectivas porque el versar, para Triguero constituye una responsabilidad individual que puede servir para hacer saltar la rutina, la ira, la ingenuidad y hasta la misma naturaleza. El beso no es símbolo, sino discurso, un legado de unión que puede salvar:

“Así, pues, no pierdan el tiempo.

Bésense justo después del trabajo,

también los domingos a primera hora de la mañana

antes de lo que suelan hacer los domingos

si es que hacen algo.

Bésense de buenas noches

y también de buenos días.

O mejor, háganlo en ese preciso momento.

¿A qué esperan?

Junten sus labios, despacio, despacio, no tan rápido.

Uno, dos, tres: ¡¡ahora!!

Alguien escribió una vez que juntar palabras es un delito noble. Como delito al fin, tiene sus bemoles pues, como dijo el autor, a veces el intento sale mal y una vez escritas y publicadas quedan en la vidriera de alguna biblioteca o en el recuerdo de un lector como intentos de verdad, si se quiere, ingenuos que no se detienen cuando tocan la memoria, igual que las odas sublimes de los autores clásicos.

En este siglo XXI de Milenials y Generación Z, los poemas de “Coreografía” son una bomba de oxígeno que hará revivir el interés en la poesía a partir de la novedad, del discurso espontáneo, si se quiere ingenuo, que en otro contexto era recreado entre flores, guilnardas y amaneceres que ya caen en la esfera del desuso.

Gratitud siempre a Rubén J. Triguero por hacernos entender el verso del chileno de Gonzalo Rojas que siempre es bueno recordar: “Y ya todo estaba escrito/ pero llegó Vallejo y dijo: Todavía.

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