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La Reina Descalza: dos rostros de la Iglesia del siglo XVIII

¿Quién debe llevar a cabo esta tarea de interpretación del material caótico de los hechos que día tras día y año tras año nos inundan? El escritor Idelfonso Falcones (Barcelona, 1959) parece tener la mano alzada para responder de forma pausada esta pregunta con cada uno de sus libros: el historiador. Títulos suyos como La Reina Descalza nos recuerdan que la historia son varios acontecimientos interpretados por la mente humana, y ese ejercicio diseña una composición única del contexto sobre el caos interminable de los hechos.

Esta novela nos relata que el mundo no se divide en dos bandos: buenos y malos, villanos y héroes, mujeres y hombres, víctimas y amos, sino que en medio de esas definiciones hay matices. Para los católicos que accedamos a leer esta obra, Falcones nos deja un baño importante de realidad sobre una institución eclesial del siglo XVIII que se beneficia de la trata de esclavos.

Caridad, una de las protagonistas, es una negra esclava llevada por su amo y un sacerdote de La Habana para España que vive varios episodios interesantes vinculados al campo religioso. Uno que llama la atención es la cofradía que agrupa a los esclavos libres de Sevilla. Para ingresar en ella había que tener un patrimonio económico, por lo que de facto sus miembros se convertían en una pequeña burguesía negra de la época bajo el amparo de la Iglesia.

Es interesante la forma en que Falcones traza la línea del conflicto entre la cultura gitana ?termina siendo censurada? y la hegemonía social católica española de mediados del siglo XVIII. El mandato real que convierte a todos los gitanos en proscritos estuvo impulsado por la influencia del clero en la nobleza con poder en la época. Sabemos que, además de las prácticas libertinas de la comunidad gitana, había, según nos cuenta La Reina Descalza, una serie de actividades vinculadas al contrabando de tabaco, por ejemplo, donde estas mujeres y hombres liberales sacaban provecho a sus negocios con la Iglesia clerical que no podía acceder por ley a esos productos.

Idelfonso es un historiador inteligente y no por casualidad introduce como uno de los personajes protagónicos de su novela a Fray Joaquín, un sacerdote dominico que nos brinda un rostro distinto de la Iglesia del siglo XVIII. Hablamos de un religioso capaz de dar su vida por el sujeto oprimido (el gitano), un hombre de Dios que se enamora, sufre, sonríe y tiene una fe inquebrantable en la construcción de un kairós para ver una sociedad donde prevalezca la justicia social.

En estos tiempos, donde muchas veces la historiografía suele imponer una sola versión de los hechos, La Reina Descalza nos dibuja una Iglesia del siglo XVIII con diferentes matices. Su lectura nos puede ayudar a comprender las complejidades que se esconden detrás de una etapa donde el pensamiento católico regía la cultura de la humanidad. Como lectores críticos, sabemos que una novela no es un lugar que vamos leyendo para habitar, levantar paredes y quedarnos a vivir ahí. Debemos fabricar con nuestra inteligencia el regreso a nuestra realidad con las enseñanzas aportadas por el texto, aunque signifique cambiar nuestra percepción inicial de esa realidad y avanzar, como nos termina sugiriendo La Esclava Descalza, a la construcción de una humanidad plural y libre que, con el favor de Dios, nos permita salvarnos.

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