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Los Gladiolos

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José R. PeñaSanto Domingo, RD

Había meditado profundamente todos los eventos del día anterior. La noche la había pasado totalmente en vela, fue una insoportable y larga noche, esperando a Wilson, pero ya había llegado la mañana y con ella la claridad que brinda el sol cuando hace acto de presencia. Wilson no se presentó ni esa ni ninguna noche más.

El día anterior había discutido con su esposa y luego de terminar su trabajo pensó en llevarle un regalo para paliar su enojo. Solo había un pequeño problema, no tenía un centavo. Se dirigió lentamente a su casa y, al pasar frente al cementerio, decidió entrar y comenzó a deambular por las amplias avenidas interiores. Estuvo dando vueltas, observando lentamente todas las tumbas y ceremonias fúnebres del momento, hasta que se detuvo frente a una lápida en particular y se postró de hinojos en actitud de oración.

Movía la cabeza de un lado a otro, como diciendo no, igual que hacen los deudos ante los féretros y las tumbas de sus allegados. Miraba a los lados y alzabas las manos. Un vigilante del lugar se acercaba, mientras arreciaban sus lamentos y sus gestos de negación. Cuando el hombre se alejó, en ese momento arreció los llantos y se acercó más a la lápida, diciendo: tengo que hacerlo, lo siento mucho, pero esto es inevitable. Se levantó, dio dos vueltas a la tumba y se fue de allí, con el rostro compungido y triste.

Al llegar a su casa, tomó un periódico viejo de los que quedaban en el lobby de entrada y con ellos hizo una especie de cono. Su esposa abrió y le dijo: toma querida, lo siento mucho. Ella le abrazó, lo besó y le dijo: esos gladiolos te deben haber costado carísimos. Por ti soy capaz de hacer cualquier cosa, Wilson me preparó el arreglo. ¿Quién es Wilson?

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