Rafael Peralta Romero y el niño que lleva adentro
Rafael Peralta Romero, autor de lecturas como “El conejo en el espejo y otros cuentos para niños”, y actual director de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, compartió la historia de cómo un niño nacido en Miches, con acceso limitado a la literatura desarrolló su amor por la escritura y el periodismo.
Con nostalgia inmortalizó la ciudad donde creció: “Miches, es un pueblo pequeño con cuatro calles paralelas al mar. El mar al norte y en el otro extremo, al sur, unas lomas”.
Sigue recordándolo como un lugar donde se plantaba Cacao, Mango y otras cosas, donde los muchachos del pueblo podían ir un día al “maroteo” o al río.
Su forma de divertirse era dándose chapuzones en el mar, jugando con otros niños del poblado, aunque tenían que inventar sus propios juguetes porque el día de Reyes les tocaba, pero muy pocos.
Contó que en esa época usaban mucho el juego de los caracoles; los buscaban en el mar y simulando que eran gallos “los echaban a pelear”. Lanzaban un caracol sobre otro y el que se rompía perdía.
Peralta explicó que el juego de gallos estaba muy en la conciencia de los jóvenes, y él en particular sintió deseos de ser gallero. Incluso asistía a los patios donde hacían peleas simuladas de gallos o “topada de gallos”, que es cuando a los gallos se le cubren las espuelas y se echan a pelear para probar como están.
“Los muchachos del campo teníamos un recurso muy valioso que se descontinuó, era juntarnos de noche a narrar historias tradicionales. Cuentos pertenecientes incluso a la tradición europea porque ahí se narraban historias hasta de los Hermanos Grimm”, recordó
Su primaria la cursó en una escuela que había en Miches llamada Escuela Básica Lucas Guibbes. Admitió que aunque estudiaban allí, pocos sabían quién era la persona por la cual la institución recibía ese nombre.
“Si nos preguntabas quien era Lucas Guibbes, ahí estaba el problema. Él fue de los primeros maestros normales graduados por el maestro Juan Bosco junto con Salome Ureña”, nos instó.
En el pueblo no había liceo secundario, tampoco bibliotecas o librerías, era muy difícil acceder a la literatura en ese entonces.
Había pocos libros de texto, por lo regular la maestra escribía en la pizarra o dictaba y eso eran sus recursos pedagógicos, muchas veces se tenían que tomar prestado entre ellos los libros de ciencias que eran de los pocos libros que se adquirían para la educación.
Uno de los pocos libros que pudo leer en Miches fue Gulliver, el país de los enanos.
En ese ambiente se crío ese niño que hoy promueve la cultura literaria a través de sus obras y su gestión como director de la principal biblioteca del país.
En aquel entorno, el Rafael que cursaba octavo grado conoció la palabra literatura, mediante una dinámica en clases de español donde tenía que memorizar biografías de autores. Esto lo llevó a conocer la vida y obras de Gastón Fernando Deligne, José Joaquín Pérez, Emiliano Tejera y Salomé Ureña.
A su padre ya le habían dicho que él iba a ser el literato de la familia, aunque Rafael no conocía el real significado de esa palabra le agradó escucharlo.
Durante su infancia solía ayudar a su padre en la labor de agrimensura, específicamente desyerbando o recogiendo cacao. Mientras que su progenitor iba con la vara a tumbar cacao, sus hijos tenían que recoger la mazorca y llevarla al picadero donde esta se acumulaba.
Aparentemente no se le daba muy bien el trabajo de campo, por lo que refirieron que el sería el hombre literario de la familia Peralta.
Según contó, esa vocación literaria le surgió antes de su deseo de ser sacerdote. Durante su adolescencia, en cierta ocasión, unos chicos que eran seminaristas fueron a Miches a una misión para promover la vocación sacerdotal y darles charlas a los jóvenes.
Uno de esos muchachos se le acercó al joven Rafael y le preguntó sí le gustaría ser sacerdote, él dudó, pero le respondió que sí y le confesó al chico que en realidad quería ser escritor.
Rafael se convenció de ser sacerdote cuando el seminarista le comentó que grandes poetas habían sido sacerdotes, como Fray Luis de León, Calderón de la Barca y Lope de Vega.
Es por esto que decidió ingresar al seminario San Pio X, y gracias a él afinó su vocación literaria. Previo a eso no había escrito nada, solo había leído algunos poemas, entonces allí fue estimulado por profesores y sacerdotes que le decían que tenía que cultivarla.
Luego de esto dejó su infancia Michera. Hizo el bachillerato en Higuey, en otra escuela con nombre de un Papa, Juan XXIII.
En ese momento ya él se perfilaba como sociólogo, literato o periodista, pero al final optó por la última opción y emprendió su viaje en Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Por ese tiempo consideraba la idea de estudiar periodismo con la posibilidad de incidir sobre los demás, de tener influencia”.
Narró su experiencia en Miches estudiando Periodismo por correspondencia, antes de la universidad. Recordó como este conocimiento lo ayudó a crear un “periodiquito, 8 ½ x 11, escrito a mimeógrafo” en su pueblo natal.
Además de esta experiencia periodística, el test vocacional practicado en la universidad fue quien le dio el empujón para perseguir esta carrera, aunque algunas personas dudaban que esa fuese su vocación por su timidez e introversión.
En ese entonces, Peralta tenía 19 años y decidió integrarse al Movimiento Cultural Universitario (MCU), un sueño que tenía desde antes de ser universitario, porque de ahí emergieron muchos jóvenes escritores de la época como Mateo Morrison, Enrique Eusebio y Jimmy Sierra.
En este movimiento desarrolló aún más su poesía, ya que le hacían críticas y lo orientaban a mejorar, le recomendaba libros y autores para ampliar su cultura literaria.
El periodismo lo ayudó a disciplinar su forma de escribir sobre todo narrativa, por eso su primer libro fue de cuentos breves. Describió este periodo como un proceso que lo “encaminó” como narrador.
Sin embargo, su primer cuento fue escrito siendo aun estudiante de bachiller, se tituló “La culebra de Guaco”, basado en la zona rural de Miches que lleva el mismo nombre. En la playa de la comunidad inventaron que andaba una culebra inmensa que tenía la cabeza como la de una vaca y Rafael escribió sobre eso. En ese entonces participó en un premio y ganó una mención.
Ya en la capital y graduado de periodismo, se integró a un taller literario o grupo de escritores de literatura para niños y jóvenes, con Aida Bonelli, Lucy Amelia, Holguín Veras y Leopoldo Minaya.
Él ya había publicado un libro infantil tillado “Un Chin de caramelo” y cuando vio el anuncio sobre el taller literario decidió aplicar, sin saber que el esposo de una de las integrantes del grupo ya había puesto la vista en él. Fue invitado a la reunión y a partir de ahí se integró al colectivo,
Allí leían sus obras, creaban poemas, producían literatura, además compartían sus lecturas y se hacían criticas entorno a estas, “no con la rigurosidad de los talleres literarios, donde hay un sistema más estricto de correcciones”.
En la segunda edición de “Un chin de Caramelo”, Rafael agrupó los cuentos escritos en la primera edición con otros que integraron su primer libro de cuentos titulado “Niño y Poesía”, ya que las criticas decían que este último título no era el más adecuado para un poemario infantil.
Además de estos, ha publicado: “De Cómo Uto Pía encontró a Tarzán” (Premio El Barco del Vapor 2009, edición SM). También un libro de cuentos titulado “A la Orilla de la mar”, que ganó el Premio Anual Literatura Infantil (2011). “Esta historia es como una vuelta a Miches, porque contiene relatos ambientados en el mar”. Se habla de peces, cangrejos, pescadores con excepción de un cuento que por recomendación de Dennis Mota es ambientado en el acuario, donde un hombre entra con su nieto al acuario y el nieto va inventando cosas de cada pez que ve. El niño se estaba imaginando que iban en un carro submarino y que los peces lo estaban tocando.