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Antes de Colombia. Los primeros 14.000 años, de Carl Henrik Langeback

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Darío Jaramillo AgudeloBogotá, Colombia

Lo que se llamaba ‘prehistoria’.- Cuando me tocó estudiar historia de Colombia, durante la escuela elemental, algo más en el bachillerato, la extraña pero significativa palabra para referirse a todo lo ocurrido en estas tierras antes de 1492, era ‘pre-historia’; como quien dice que lo que hubiera pasado antes de ese 12 de octubre colon-izador era anterior a la historia, algo borroso, casi inexistente, o sin el casi. Como si el tiempo mismo no contara para esa época. En realidad, como dice Carl Henrik Langebaek (Bogotá, 1962), “si la historia de Colombia se pudiera representar por el número de horas de un día, el poblamiento indígena anterior a la Conquista equivale a las primeras 23 horas. Sólo la última hora correspondería al tiempo posterior a la llegada de los españoles, y menos de media hora a la existencia de Colombia”. De esto se sigue, fatalmente, que “los últimos 500 años son imposibles de entender sin la comprensión tanto de los más de 15.000 años de historia en el Nuevo Mundo, como la historia de los pobladores del Viejo Continente”.

Lo que intenta este libro es llenar ese vacío, contar lo que pasó en este territorio que hoy –y hace apenas dos siglos– llamamos Colombia. Y lo hace con amenidad. Con él, uno puede gozar leyendo.

Entender una cultura desde otra cultura.- En un capítulo introductorio, Langebaek seduce al lector con las advertencias que hace acerca de nuestros prejuicios: “el mayor desafío que tiene una persona interesada en entender mejor el pasado indígena consiste en que el punto de referencia con que cuenta para entender cómo funciona una sociedad es el propio, y éste puede llevarlo por caminos equivocados”. Antes ha dicho: “la experiencia cultural de haber vivido en una sociedad que valora el crecimiento económico y el éxito individual por encima de cualquier otra cosa, la competencia en vez de la cooperación, el valor moralmente sobreestimado del mercado, el ‘ser mejor’ aunque sea sacrificando a los demás, implica que muchas veces creamos que esos valores aplican por igual a todas las sociedades del presente o del pasado”.

Para los habitantes de este continente que hallaron aquí los españoles, “el colectivo era más importante que el individuo”. Por ejemplo, para un kogi, “las personas existen como categoría, es decir, como mujer, como niño, como pariente o como extraño, pero no como individuo con el cual se establezca un vínculo emocional único e irremplazable”.

En fin, “nuestra sociedad concibe la naturaleza como un ‘algo’ externo con vida propia que básicamente se define porque no es humana”, lo contrario de las culturas americanas ancestrales que consideran que animales, plantas y cosas “son seres con alma que pueden comunicarse con nosotros a través de sueños y visiones. Es común encontrar que los humanos provienen de animales o de plantas, o que cuando una persona moría se podía transformar en oso o en venado, como pensaban los muiscas”. Y añade que entre los u’was “las cosas se asocian con las personas que las poseen, y pueden ser usadas como objeto de brujería contra ellas. Como en muchas sociedades, la identidad de un individuo no se limita a su cuerpo, sino que abarca también lo que hace y usa… esto implica una actitud hacia la cultura material completamente ajena a la idea de acumulación”.

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