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Gatos en el basurero

En el otro reino, los gatos suman sus primeros sacrificios con los ojos cerrados. Piensan, sin embargo, a través de una mente que no cierran. No hacen culto a la frialdad. Piensan. Mirar a los ojos del rey es una prueba de impotencia.

Los gatos ni ladran ni mueven la cola. No lamen al pastor que los humilla. Salen del fondo de sí mismos con el encanto de arder. Sus uñas llevan la marca de pudor no reconocido y aprenden a crujir.

No es que anhelen ver los campos verdecidos, pero entienden de la autenticidad del otro lado de la puerta instigadora. Se llevan lo que les niega la soberbia: nunca más de lo que pueden o deben.

No merecen estatuas los gatos, pero sí caminos polvorientos. Junto a ellos vivimos otra vez el reflejo alucinante. Dentro de la noche fabrican sus propias recompensas.

Estamos en paz con los gatos, y ellos con nosotros: el tiempo es irresistible: ni cambia ni persigue al condenado, simplemente, lo toma o lo deja.

El gato ama, no se deja amar, esa es su espada de Damocles.

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