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Jack London, La llamada de la selva

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Darío Jaramillo AgudeloBogotá, Colombia

La versión de El llamado de la selva en 2021 fue magistral. Leerla fue volver a mis ¿once?, ¿doce? años y rescatar las emociones que me produjo entonces. La llamada de la selva mantiene incólume su magia, su fascinación.

Buck era un hermoso perro: “de no ser por algunos pelos marrones aislados en el hocico y sobre los ojos, y por el plastrón de pelo blanco que le bajaba por el pecho habrían podido tomarlo por un lobo gigantesco mayor que el más grande de su raza. De su padre san Bernardo había heredado el tamaño y el peso, pero había sido su madre, la pastora escocesa, quien había moldeado esos atributos. El hocico era el largo hocico de un lobo, aunque era más grande que el de cualquier lobo; y su cabeza, bastante ancha, era una cabeza de lobo a escala colosal”. Semejante bellezón llevaba una vida muy burguesa en la mansión californiana de un juez retirado, consentido por los nietos del paterfamilias.

De repente, su vida cambió por completo: fue robado y llevado hasta el Yukón canadiense a servir arrastrando trineos durante la fiebre del oro. London dice que “lo habían arrancado de golpe del centro de la civilización y lo habían arrojado bruscamente al corazón mismo de lo primitivo” y esto hizo que revivieran en él “instintos hacía tiempo desaparecidos. Se despojó de la domesticidad de generaciones”.

Trabajó duro, llegó a estar en los límites de la supervivencia y fue terriblemente maltratado hasta que tuvo un dueño que lo quería con pasión: “el amor, un genuino amor apasionado, lo invadió por vez primera. No lo había sentido nunca en la casa del juez Miller, allá en el soleado valle de Santa Clara. Cazaba y paseaba con los del juez y mantenía con ellos una relación funcional; con los nietos, una especie de pretenciosa tutela, y con el juez una digna y respetable amistad. Pero el amor hecho de fiebre y fuego, que es adoración y locura, sólo lo sintió cuando apareció John Thornton”.

En un medio tan hostil, con una vida tan difícil, este perro burgués rescata todos sus atavismos y atiende la llamada de la selva: “no sentía nostalgia. Los recuerdos de las tierras soleadas eran difusos y distantes y no le afectaban. Mucho más poderosa era la memoria hereditaria, que teñía de aparente familiaridad cosas nunca vistas antes; los instintos (que no eran sino los recuerdos de sus antepasados convertidos en hábito) debilitados por el paso de los años que despertaban y revivían en él”.

Una historia poderosa, magistralmente contada. Un libro inolvidable.

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