Narrativa inédita: una y mil veces felicidad…
El concepto de “felicidad” va dejando de ser una categoría abstracta, imprevisible, para trastocarse en la más inaudita de las realizaciones humanas, ya sea para bien o para mal, de quienes la perciben. Cada cual es feliz a su imagen y semejanza, según su manera de enfrentar la vida, y a lograr los entuertos –sucios, limpios, sanos o impuros– que se proponga.
El mundo ha llegado a un grado de descomposición tal que, hoy en día, la demagógica frase de “todos somos felices” se ha transformado en la verdad absoluta que se siente a cada instante, ya sea en medio de riquezas, miserias, asesinatos, drogas, burdeles y anunciaciones.
El derecho a desenfrenar nuestros pecados es inalienable. No importa si estos van a caer al otro lado del decoro o si, por el contrario, poseen la buena fortuna de la moneda dorada. Para los filósofos modernos, la categoría de felicidad es amplia, generosa y entraña una realización espiritual que no conoce barreras ni charcos: “Es feliz aquel que asuma con seriedad su estado de indigencia, porque desde él será capaz de sentir sus limitaciones, enfrentarlas, vencerlas o no, y desde ellas mismas, acoger lo que le hace ser alguien dichoso y realizado”. (1).
Esta visión del norteamericano Charles M. Thompson no es más que un culto al populismo. O lo que equivale a decir, una exhortación al conformismo para aquellos miles de millones de humanos que permanecen en la extrema pobreza. Propone que estos conceptúen la felicidad a través de sus propias limitaciones. Una idea similar, aunque con un sentido un poco más optimista, fue presentada por el guatemalteco César A. Casar hace cincuenta años: “La categoría «felicidad» no pertenece exclusivamente a quienes puedan comprarla, sino aquellos que sean capaces de sentirla” (2). De la ambivalencia a la reflexión, el pensamiento de Casar (ilustre filósofo de origen libanés, nacido en Tegucigalpa en 1920 y desconocido en el Caribe), más que proponer concepciones sentimentales muy relacionadas con el pensamiento musulmán, entraña una definición del conformismo. Los filósofos posteriores a Lenin siempre trataron de contradecir sus doctrinas: Cambiar la lucha armada del proletariado como única forma posible de alcanzar el poder, por establecer el falso reino igualitario de la democracia: sentimientos y propiedades materiales, anteponiendo la concepción de que el hombre desde sí mismo era capaz de crear su propio bienestar pasando por determinadas escalas, etapas y situaciones personales, las cuales jamás podían transformar, pretender, ni comparar con sus semejantes atenidos a problemas de pobreza, mala fortuna o nación de procedencia.
Esta doctrina, en la que también se inscriben intelectuales de la talla de Fulkneker (3), Correa Valverde y Sánchez Barcena (4 y 5), tiene que ser vista también a la luz de la etapa medieval, cuando el desarrollo de la miseria era la única forma de supervivencia de la religión (6), en tiempos donde las guerras santas y las santas guerras conformaban el peor imperio sobre la condición humana.
No vamos hablar de “dictadura del proletariado” ni de “inquisición”. Mucho menos del contradictorio mundo de la filosofía, siempre vinculado a la interpretación del mundo a través de la ideología de sus autores.
Es tiempo de felicidad, alegrías, salutación y mensajes entre amigos, enemigos, malhechores, fantoches y miserables, siempre desde la coyuntura histórica que nos ha tocado vivir, los dominicanos entendemos que no podemos conformarnos, ni con exaltar nuestras frustraciones, ni con hacer nuestro un concepto o conceptualización ajeno a nuestros intereses, satisfacciones, condiciones materiales y aspiraciones legítimas.
Según Arquímedes Durán (7), las “etapas no son más que estepas, y que si bien no pueden ser saltadas ni superadas a destiempo, tampoco deben su altitud a muros manipulables para detener el flujo del pensamiento universal”. Muy actual, sagaz y ubicado en la realidad concreta de la sociedad dominicana, Durán ha introducido un detonante a favor de lo que él llama “la esperanza concreta, la manera en que todos, sin tener que añadir conductas, seamos consecuentes con nuestra propia inteligencia y conceptos, por muy humildes o contradictorios que puedan parecer. Con esa gran posibilidad de asumir la existencia, Durán ha creado un tratado digno de nuestros días. Lejano, encerrado en un suburbio de New York, siempre en bajo perfil, incomprendido, y alerta a los embates a las “terribles circunstancias” ha puesto su ruta en órbita esperanzadora.
Para Durán, la “felicidad” es un concepto que, más que festejos, reflexión o aceptación caprichosa, merece respeto. Y ese respeto es lo primero que se olvida cuando lo “consumimos” y “concebimos” cuando se reciben regalos inmerecidos, o se lucha por soñar en lo que lamentablemente no merecemos.
Este concepto de “merecimiento” en Durán adquiere dimensión profana, toda vez que lo aleja del gratuito sentido de aspiración social o material frustrado que, como animales civiles, llevamos dentro. Para él, el merecimiento moral entraña la mejor relevancia de lo humano, porque nos ayuda a sacar de adentro nuestras propias limitaciones, contra las que tenemos que luchar a muerte, y no contra las de los demás, como lamentablemente se piensa.
Este antológico concepto debiera convertirse en el principal escenario de la felicidad. Y al desearla, se fortalece el obligatorio retorno a nuestro propio espejo. Esta reflexión podría ayudarnos a ser mejores. Porque el enemigo a quien debemos derrotar vive dentro de nosotros mismos. Es quien no nos deja salir adelante, quien nos mantiene encerrados en un universo de complejos, fatalismos, limitaciones, arrogancias, pedanterías y otras maltrechas señales de inferioridad. El coraje para no cerrar los ojos cuando el otro “yo” sale como “fiera incontrolable” (8) dentro de nosotros para usurparnos la personalidad y engañarnos, es uno de los aportes filosóficos del pensamiento duraniano que podríamos hacer nuestro. En su obra “Las limitaciones del ser a partir de los desencuentros”, Durán propone una especie de ruptura contra nuestros propios fantasmas.
Para Durán, la política familiar en torno a la felicidad de los infantes es “degradatoria, despiadada y enajenante” y convierte a nuestros propios hijos en esclavos de un envoltorio, de un deseo material que debe llegar por encima de todo y de todos sin importar las consecuencias.
La segunda advertencia de Durán se relaciona con nuestra propia personalidad en días como estos. Somos tan egoístas, excéntricos y faltos de vergüenza que hasta aspiramos a lo ajeno. En las relaciones interpersonales, en nuestros trabajos, y hasta en nuestra propia familia miramos por encima del hombro y con un gran sentimiento de envidia los regalos que los demás reciben, Y lejos de felicitar o congratular al homenajeado, lo que tenemos es la osadía de “pedirle” para nosotros sus obsequios.
Ejemplo palpable, ahora, pudieran ser las canastas navideñas que reciben nuestros compañeros. La “mirada de soslayo” el “chiste de mal gusto” y la irritación interna contra quienes son agasajados, nos hace desdecirnos como personas. Y como plantea Durán “contra ese sentimiento no se lucha: todo lo contrario, se aplaude y se comenta con otros tan frustrados como nosotros”.
Evidentemente no nos respetamos. Creemos que el pedazo de cristal llamado verdad que cayó en nuestras manos por accidente es el único sobre la faz de la tierra. Éste es el tercer concepto a que Durán dedica el tercer capítulo de su obra. Sin embargo, dentro de esta categoría de voracidad personal y frustratoria, el autor advierte: “Toda esta consecución de infelicidades que ni son nuevas y que tampoco podrán ser eliminadas del género humano tal y como quisiéramos de forma definitiva, no son más de la no interpretación y de la manipulación de la categoría “esperanza” como única capaz de solucionar nuestras frustraciones y de albergar a la “espera” alguna dosis de credibilidad. Realmente somos más tontos que envidiosos porque no podemos comprender que “Esperanza” es solo el nombre de una maltrecha comunidad de las afueras de Santo Domingo, llena de gentes buenas, malas, propias e inconformes, que para llegar a sus labores necesitan salir de sus casas dos horas antes que nosotros”. (9).
No hay mayor ruina que esos monstruos interiores que nos enmascaran. No existen naufragios de mayor intensidad que los que nos enrumban hacia las cómodas y tranquilas aguas.
Escritores como Durán, Casar, Correa Valverde y Sánchez Barcena, a pesar de sus posibles contradicciones son hombres que han dedicado su vida para enseñarnos a no ser cobardes.
El propio Durán ha sido pesimista: “nunca vamos a tener el coraje de vencer a nuestros fantasmas porque en definitiva somos peores que ellos”.
Sin embargo, aquí discrepo con el autor y asumo a Bécquer como mejor regalo navideño: “mientras exista una mujer hermosa, siempre habrá poesía”. O lo que es lo mismo, mientras el ser humano tenga un corazón dentro del pecho, la “esperanza” de ser distinto está sentenciada a muerte.
Notas:
Thompson M. Charles. Autor, entre otros libros, de “Ciencia y utopía en las relaciones interpersonales” (Michigan, Realty Publishers, 1993) y “La invisible infelicidad de los visibles” (Scott Anderson Books-House, 1995), recientemente publicó su obra capital “Felicidad e indigencia” (Walter Adams Publishers, 1997) donde hace un tratado más objetivo que dramático acerca de las relaciones interpersonales. De este célebre filósofo y escritor norteamericano contemporáneo, nacido en Michigan en 1963, son las más notorias influencias del pensamiento europeo contemporáneo. Sin embargo, su obra ha sido muy poco difundida en la República Dominicana, toda vez que se conocen escasas traducciones al español. La cita, perteneciente a su obra más reciente (p. 321), fue traducida por mí especialmente para esta edición de Tertulia.
Casar A. César Es uno de los más importantes politólogos latinoamericanos contemporáneos. Su obra está ampliamente difundida en América Latina y ha sido traducida a más de diez idiomas, entre ellos el inglés, francés, portugués, alemán, ruso y árabe. Para algunos es el más optimista de todos los tratadistas de la categoría felicidad, aunque se le han señalado demasiadas concesiones a la cultura del Medio Oriente, tal vez muy influenciado por su origen. Su libro “El dogma de las fronteras humanas” (Editorial Golfo, Honduras, 1997) es su obra más reciente. (ob. cit. p. 224).
Fulkneker Heinrick. Nació en Munich en 1959. Actualmente radica en Berlín donde es profesor emérito de la Universidad “Ernest Thelman”. Su estudio “Las reacciones de la conducta humana al término de la Guerra Fría” le valió el importante premio “Ernest Voight” que otorga la Comunidad Económica Europea.
Correa Valverde Antonio y Sánchez Barcena Luis Emilio, junto a César A.
Casar, son los tres más importantes pensadores latinoamericanos de la modernidad, autores de importantes libros –muy polémicos– dedicados todos a destruir los mitos conformistas promovidos por la cultura norteamericana.
Pickerton William: “Las batallas de la Iglesia Católica en la Edad Media”. Editorial Barrios S.A., Zaragoza, España. P. 104.
Durán Arquímedes. La obra filosófica de este escritor dominicano residente en los Estados Unidos, es un completa y definitoria y universal de todo nuestro pensamiento filosófico. La mayoría de sus libros y ensayos permanecen inéditos por falta de instituciones que los financien. Sin embargo, ha publicado algunos ensayos en revistas de la colonia dominicana en los Estados Unidos, tales como: “Tiempo”, “Luces de la mañana” y “El ojo de la aguja”. Ha impartido conferencias en diversas universidades de New Jersey, Boston y New York, y algunos de sus textos son citados por filósofos de la talla de Casar, Thompson y Sánchez Barcena. Nacido en Moca en 1964, no oculta que emigró de su patria de manera ilegal en 1982 buscando nuevos horizontes. Actualmente es ciudadano norteamericano y trabaja, de manera eventual, como profesor de Bachillerato en diversos colegios neoyorquinos. Su exposición en la III Conferencia Internacional de Filosofía Latinoamericana, efectuada en Ciudad México en 1991, fue la que lo proyectó como un eminente pensador. En ese evento, auspiciado por la Universidad Autónoma de ese país (UNAM), sirvió de contexto para que su ensayo “El hombre americano y su vorágine latinoamericana” fuera reconocido como el más importante de ese evento. Es autor de varios ensayos sobre la Navidad, la felicidad y las relaciones humanas, todos inéditos. Su desarrollo intelectual y sus estudios en los Estados Unidos es un capítulo totalmente desconocido, que, incluso, nunca refiere currículo ni obras publicadas. Algunos como Casar lo sitúan como un políglota autodidacta que por sí mismo y sin ninguna asesoría académica “alcanzó uno de los más brillantes niveles culturales que recuerde inmigrante dominicano alguno”.
Guevara, Roberto:“El hombre americano y su vorágine latinoamericana”. Revista. “El ojo de la Aguja”. Edit. Camino New. York, 1992, p. 23.
Ob. Cit. P. 28.
Durán, Arquímides “El discreto encanto de la mediocridad”, Editorial Nuevos Horizontes, Universidad de Manhattan, P. 118-119.
+Este relato de ficción fue firmado por el seudónimo del autor, Ernesto Pérez y dedicado a la periodista Tania Polanco. Fue publicado originalmente en el desaparecido suplemento cultural “Tertulia” del periódico La Nación el sábado 13 de diciembre de 1997.

