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Los “Arrebatos” de Homero Pumarol

“Mangú con huevo frito y ruido de palas recogiendo/ gravilla del chevrón de la calle de desayuno,/ también cgillan altavoces, cacarean bocinas,/ y el recién desayunado e intrépido peatón/ se encarama en motoconcho, / de motoconcho a voladora,/ de voladora a metro, a oficina,/ y de regreso lo mismo, / cualquiera llega emipléjico a la casa. /A cualquier hora del día / huesos besados por carros/ agudamente aullán, /pasolitas tuercen esquinas en carne viva, /batazos acechan / o un chofer de camión medita:/ sin lugar a duda muchos singan ahora mismo/ bajan y suben la escalera eléctrica espiral espiritual /conge gusto, cogen muchísimo gusto,/ y yo aquí, pendejo, trabajando,/ viendo ventanas como escarabajos/ y semáforos como rino-centauros”.

Quien así escribe es Homero Pumarol. Acabo de citar un fragmento de su poema Resplandor, incluido en su más reciente libro “Arrebatos” (Amigo del Hogar, 2022). Su nuevo aporte a la poesía dominicana consta alrededor de cincuenta poemas donde el poeta canta a la ciudad a partir del acto de sobrevivir. No oculta nada, por el contrario, su poesía nace de la ferviente oscuridad de las desgarraduras (propias y ajenas), de los conflictos sociales que a veces se intentan ocultar dentro de imágenes sublimes. Pero aquí no suceden devaneos porque el poeta sabe cómo usar un lenguaje profano; todo lo desplanta sin pelos en la lengua. Aquí las palabras fuertes no temen ser expuestas como la ropa mojada a los rayos del Sol.

Salvando las distancias, los textos de Pumarol me recuerdan a Charles Baudelaire. Y sus “Arrebatos” a “Las flores del mal”, a pesar que entre uno y otro libro suceden casi dos siglos de distancia y otro tipo de irreverencia. Es por ello que, en ambos casos, no debemos confundir herencia con influencia. Pumarol ha alcanzado su voz propia como Baudelaire poseyó la suya. El nuestro es un poeta impactante, de temas urbanos donde el fragor de la cotidianidad se eterniza en forma de versos destemplados, ausentes de píndaros florales y llenos de ese día a día que muchos poetas catalogan injustamente como “desenfado” y “naturaleza subnormal”.

Como orfebre, Homero Pumarol sabe poner cada cosa en su lugar. Le impacta el alcance de la ciudad donde: “Cada torre tiene hondas raíces/ de varilla y cemento,/ como cada ventana tiene ojos,/ poco importan las débiles canillas/ del viejo flacucho que limpia retrovisores/ a los carros en el semáforo/ por lo que sea,/ dinero,/ la lanilla está siempre sucia,/ el polvo se gangrena como cáncer,/ y eso mismo es dinero,/ lo que sea,/ cáncer”.

Su mirada desentraña. Huele el corazón. A veces es lúdica y otras demasiado suya. Pero nunca se acerca a lo convencional. Logra minar espacios donde la mirada no es capaz de entrar. Compara enfermedades físicas (cáncer, por ejemplo) con la dura labor de quien solo sabe ganarse la vida limpiando vidrios.

“Hay 12 millones de historias esperándote,/ incluso si ahora mismo dejas este mundo./ Hay 12 millones de histerias esperándote intruso,/ si dices esto mismi,/ dices esto:/ Hay 12,/ 1,/ 2,/ ay.

Este es un libro de colección. De esos que se colocan en altares. Homero Pumarol tampoco desea un altar para su poesía, sino ojos capaz de mirar la vida desde ángulos diversos y salir al mundo con la esperanza de no encontrar peces, sino sudores, varillas, golpes y caídas del mismo tamaño que los baches de las calles.

Recomiento este libro cuya lectura nos hace mover entre locura y sobresalto, pero donde predomina una mirada demasiado honesta, llena de aciertos y propuestas que no temen ser desentrañadas.

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