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Actualidad de «Bienvenida y la noche»

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José Alcántara AlmánzarSanto Domingo, R.D.

Hay obras que perduran a través del tiempo, a pesar del paso de las modas literarias y los vendavales provocados por la publicidad. Este es el caso de «Bienvenida y la noche», de Manuel Rueda (1921-1999), considerado por muchos como el máximo artista dominicano del siglo XX, de quien este año se conmemora el centenario de su natalicio, lo que ha motivado una segunda edición de esta obra narrativa, auspiciada por la Fundación Corripio Incorporada, en parte para complacer el insistente reclamo del público lector, ya que la primera, de 1994, fue realizada por la Fundación Cultural Dominicana, pero tenía años agotada y era desconocida por las nuevas generaciones de lectores.

Rueda, consciente de que novelaba a partir de hechos reales acontecidos en Monte Cristi en 1927, cuando él tenía apenas seis años de edad, subtituló la obra como una «Crónica montecristeña», intentando así poner de relieve el contenido histórico de los hechos que narraba. El argumento de la breve obra gira en torno al matrimonio del entonces coronel del ejército Rafael Leónidas Trujillo Molina con la joven Bienvenida Ricardo, hija de una distinguida familia de la lejana provincia de la banda noroeste del país. Toda la trama descansa en los obstáculos que encontró el ambicioso militar para celebrar el baile la noche víspera de los esponsales, ya que la élite pueblerina le había negado los salones del club social, en una demostración de rechazo colectivo al advenedizo, algo que Trujillo nunca olvidó ni perdonó.

Doña Emiliana Tavares, abuela del autor, estaba terminando una casa para su familia, constituida por numerosas tías y tías abuelas, y Luisita (hija de la abuela y tía del autor), y Bienvenida eran muy amigas, por lo que ésta se atrevió a pedirle prestada la casa aún sin concluir del todo para celebrar el importante baile prenupcial. Los soldados a las órdenes del militar se dieron manos a la obra a fin de poner la vivienda en condiciones para el encuentro festivo, que se llevó a cabo según lo planeado, con importantes invitados que llegaron de la capital y otras provincias, y la presencia de lo más granado de la población local: jóvenes muchachas ilusionadas con un hecho poco frecuente, así como todo el entramado de relaciones sociales activadas por la boda.

La maestría de Rueda se pone de manifiesto, ante todo, en el diestro manejo del lenguaje: un lenguaje poético propio de un autor en plena madurez, que no descuida en ningún momento los detalles psicológicos de los personajes, ni las descripciones de una geografía agreste bajo el inclemente sol, los sutiles matices premonitorios de la llegada de Trujillo a Monte Cristi, acompañado de una cohorte de guardias y funcionarios, las dudas y vacilaciones de Bienvenida ante su inminente enlace con el general Trujillo, ni las aprensiones, en fin, de doña Emiliana al ver su casa sin estrenar convertida en un escenario rutilante donde el novio militar se pavoneaba lleno de misterio y altivez.

Me atrevo a decir que «Bienvenida y la noche», primera crónica de una serie que Manuel Rueda no llegó a continuar constituye, sin lugar a dudas, una de las mejores narraciones literarias publicadas en nuestro país en del siglo pasado. Fue escrita con conciencia de oficio por un escritor excepcional que quiso dejar constancia de sus recuerdos de infancia, mezclándolos con las invenciones de su imaginación, pues los hechos evocados se amalgaman sabiamente con las criaturas de la fantasía, hasta crear una atmósfera envolvente en una pequeña crónica que se lee sin dar respiro al lector, atrapado en los encantos de la ficción.

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