Santo Domingo 23°C/23°C clear sky

Suscribete

Hasta luego, José Miguel

La autora trae un bosquejo humano del inolvidable gestor cultural banilejo y mentor del programa “Periodista por un año” en Peravia.

Avatar del Listín Diario
Indhira SueroSanto Domingo, RD

Todavía no me acostumbro a la idea de que perdí un excelente amigo. Que ya no cuento con una amistad como pocas, y que no volveré a explorar Baní al lado de un gran compañero.

Con el fallecimiento de José Miguel Germán Medrano, no solo queda su amado Baní de luto, sino que toda una generación de periodistas de la que yo formo parte se queda sin un gran aliado.

A José Miguel lo conocí gracias al programa de Periodistas por un año, de Listín Diario. Fue la primera vez que yo, criada en La Vega, visitaba Baní. Todavía recuerdo su amabilidad y disponibilidad. El orgullo con que nos enseñaba la ciudad y su forma pícara y sabia de ser.

Unos meses más tarde, me acompañó a visitar Baní punto por punto, para elaborar una serie sobre Los tesoros banilejos que luego fue premiada en el Premio de Periodismo Joven de la Feria del Libro. En cada visita, en cada reportaje, estuvo a mi lado. Orientándome, recomendando personas para entrevistar. Sirviendo de interlocutor entre yo, la reportera que venía de otra provincia, y los personajes más icónicos de Baní.

No imaginaba yo que la vida nos destinaría a ser grandes amigos y compañeros de aventuras.

Cada año me invitaba a su ciudad y me introdujo a su vida. Conocí a su hija y comí en su hogar. Me contó sobre su vida, sus alegrías, sus tristezas. Todo mientras conocíamos Baní de arriba a abajo.

Nuestro camino se amplió y decidimos explorar el país.

Gracias a él conocí el Sur, en un viaje al que también invitó a mis primas. Nos bañamos en Bahía de las Águilas, admiramos la belleza de Cabo Rojo, pasamos por un Enriquillo parecido al viejo Oeste y admiramos la imponencia del Parque Eólico.

Visitamos la región Este, el Norte. Lo visitaba yo a cada rato en Baní y él, como sabía que yo soy de “buena cuchara”, siempre se encargaba de que comiéramos los mejores platos. Él visitaba a mi familia en La Vega, conversaba con mis primas. Lo visitaba yo con amigas extranjeras para que les enseñara a su amado Baní.

Creo que nuestro último viaje largo fue a Constanza y Jarabacoa. Todavía recuerdo cuando, juntos, observábamos los parapentes que volaban con gracia entre las montañas y pensábamos en la próxima aventura.

Siempre estaré agradecida por sus llamadas y mensajes. Por estar siempre presente en mis últimos tres cumpleaños.

José Miguel era uno de esos amigos que siempre están ahí, sin importar qué o cómo. Su dedicación y amistad fue tal, que, a principio de la pandemia, se apareció en mi casa para llevarme mangos y mazorcas de maíz. Con el cuidado y la caballerosidad que le caracterizaban, los dejó en la puerta, en una cajita de La Famosa.

La muerte es tan dura que llevó a las dos personas que a principios de la pandemia fueron a mi casa a cerciorarse de que todo estuviera bien: José Miguel Germán, y mi querido Apolinar Germosén (Polín).

Los dos siempre prestos a ayudar.

Los dos ejemplos de amistad, complicidad y cariño que pocas veces se repiten.

La última vez que vi a José Miguel, el Buen Banilejo, fue en el hospital. El primer día que fui, me sorprendió verlo con poco peso ya que siempre fue imponente y elegante. Pero de inmediato empezamos una gran conversación, larga como le gustaban, y olvidé por un momento que estaba enfermo.

Regresé a verlo y conversamos sobre su tratamiento y sobre la vida. Lo dejé en su cama mientras descansaba con los ojos cerrados, le habían dado de alta y en unas horas regresaría a Baní.

A pesar de su estado y de su enfermedad, no pensé que moriría. Hoy, mientras escribo esto, me doy cuenta que, en realidad, ya no está.

Para mí no será igual regresar a Baní. No imagino regresar a una ciudad en la que mi gran amigo no estará físicamente. Tan solo puedo agradecer por las risas, los viajes y las conversaciones.

Tan solo puedo alcanzar a decir, ¡hasta luego, mi fiel amigo!

Tags relacionados