La forma de las ruinas
El autor reflexiona sobre su premiada novela que ha devenido en un éxito en el mundo de habla hispana.
Lo que pasó con esta novela fue que conocí a un hombre que por diversas casualidades de la vida, llegó a tener en su poder una vértebra de Gaitán. Su padre era un médico forense muy importante.
En el momento, hace más o menos una década, en el que él me puso en mis manos esa vértebra de Jorge Eliécer Gaitán, nació la novela, estalló el proyecto. Pero me tardé diez años para saber cómo escribirlo. Era un monstruo muy difícil de manejar y me tomó mucho tiempo en aprender a hacerlo.
‘La forma de las ruinas’ parte de una relación que yo he tenido durante toda mi vida con estos dos crímenes que narra la novela: Gaitán y Uribe.
El crimen de Uribe es una de esas historias que a mi padre le gustaba contarme. Yo recuerdo que a los 8 o 10 años me llevó al sitio donde mataron a Uribe, me explicó quiénes eran Galarza y Carvajal (los que, según la historia oficial, son sus asesinos) y me contó que lo habían matado con unas hachuelas. Entonces esta es una historia con la que yo he crecido con cierta familiaridad, aunque no me tocara directamente.
En cambio, el crimen de Gaitán sí me tocó mucho más de cerca. Mi tío abuelo, José María Villareal, era el gobernador de Boyacá cuando mataron a Gaitán el 9 de abril de 1948. Y la versión conservadora del 9 de abril es que mi tío fue más o menos el salvador de la estabilidad del país en ese momento, porque cuando la policía bogotana se rebeló, por ser gaitanista, la única manera de que el presidente Mariano Ospina mantuviera el control sobre las cosas era aceptar que el gobernador de Boyacá mandara a su propia policía, su propio Ejército, para controlar la situación.
Entonces eso quiere decir que yo crecí con una relación muy intensa con el 9 de abril, con sus leyendas. Esas historias formaron parte de mi mitología personal desde niño, y ya en la época de la universidad – eso también se cuenta en la novela - mi primer cuento oficial es sobre el 9 de abril. Esta es una historia vieja, o más bien una obsesión, un demonio que me ha perseguido siempre.
Eso explica por qué la novela es también una especie de autobiografía. De hecho el narrador de ‘La forma de las ruinas’ es un escritor llamado Juan Gabriel Vásquez…
Yo soy, como muchos escritores, muy protector de mi vida privada. Pero el único momento en el que acepto hablar de mi vida privada es dentro del marco literario de una novela. La novela es para mí una manera de explorar el mundo, de conocerlo y de encontrar mi lugar, mi relación con las cosas. Pero eso en ‘La forma de las ruinas’ tomó una importancia que no había previsto.
Es por eso que la novela está narrada por un personaje que se llama Juan Gabriel Vásquez, y que comparte mi biografía. Quise eliminar todos los intermediarios, las máscaras, los personajes que uno inventa para hablar de sí mismo sin que se note. Esta vez quise que se notara.
La novela tiene una cara confesional autobiográfica en la que he intentado explorar algunas de mis preocupaciones en el sentido en que los colombianos heredamos los crímenes, las violencias que han sucedido antes de nuestra vida.
A mí siempre me preocupó el hecho de que yo nací 25 años después del crimen de Gaitán y sin embargo, ese crimen sigue marcando mi vida y la vida de la gente que me rodea. En algún momento, cuando tuve a mis hijas, empecé a preocuparme por el hecho evidente de que ellas también iban a heredar esos crímenes, esas violencia, ese país, y la novela es una exploración de ese tema.
Además de autobiografía la novela también está escrita en clave de crónica, el lector se encontrará con una gran investigación...
A mí siempre me han gustado los libros que hacen más de una cosa al mismo tiempo. Esta novela es al mismo tiempo autobiografía, pero también novela histórica, pero también es una novela policial, pero también una novela de conspiraciones, en fin. Y parte de todo eso se relaciona con lo autobiográfico.
Todos mis libros salen de una investigación previa, son también una relación periodística. Yo voy por ahí hablando con gente, entrevistándola, tomando notas de la realidad, y en ese sentido el libro tiene un lado de crónica clarísimo.
A mí me molesta mucho que la novela como género se haya vuelto en los últimos años una especie de entretenimiento. Solamente eso.
La relación con los lectores es absolutamente pasiva. Eso me molesta mucho porque yo creo que la novela es uno de los grandes inventos que se nos han ocurrido a los seres humanos para lograr una verdadera comprensión de nuestra relación con el mundo.
Entonces lo que quiero proponerle al lector es que me acompañe en un viaje de verdadero descubrimiento de la historia del país, sin olvidar que es una ficción. Quiero darle ese valor a la novela como aparato para conocer el mundo.
Yo estoy seguro de que no nos han contado la verdad sobre varios crímenes, y por eso es tan difícil dejarlos atrás, en especial el de Gaitán. Esa es la razón para que volvamos a contarlo, explorarlo, en libros de periodismo, de ficción. Y creo que conocer la verdad sobre esos crímenes nos permitiría mirarnos al espejo más fácilmente, como país.
Pero, al mismo tiempo, nunca he sido adepto de las teorías de la conspiración. Me parece que las teorías de la conspiración son en esencia un mecanismo de defensa que tenemos cuando no nos cuentan la verdad. Los seres humanos entendemos el mundo a través de historias. Cuando la historia oficial nos dice mentiras, nos inventamos relatos para reemplazarlas. Las teorías de la conspiración son parte de estos relatos.
Lo que me interesa en la novela es explorar esa relación rara que tenemos con la explicación del mundo a través de las teorías de la conspiración, esa necesidad casi fisiológica de explicarlo todo, y más cuando intuimos que nos han dicho mentiras.
Lo interesante de las teorías de la conspiración, cuando están bien hechas, es que tienen la apariencia de la verdad y de la lógica. Y nunca las podemos descartar ciento por ciento porque finalmente la verdad está oculta, es algo que nos han escondido, con lo cual una explicación verosímil o bien armada nos seduce y nos consuela.
Gaitán es una de esas figuras que aunque le tengo cierto cariño a su imagen, no soy de los que lo considera un santo y un hombre perfecto. En realidad era profundamente contradictorio, difícil.
Pues imagínate: era un hombre de izquierda, que la noche antes de su muerte estaba defendiendo a un militar que había matado a un periodista. El tipo estaba lleno de contradicciones como esas. Pero eso es lo que para mí lo hace apasionante. Lo que quiero decir es que era un gran hombre político, pero yo creo que es sobre todo una figura trágica. Como lo son las figuras de la gran tragedia clásica en la literatura y con esto quiero decir que su importancia viene de su muerte, no de su vida. Lo que ha marcado la historia de Colombia no es la vida de Gaitán, no es lo que él hizo en vida. Es su asesinato.
Si no lo hubieran matado, entonces, no podemos imaginarnos qué país tendríamos pero sí sé que este sería un país mejor. El asesinato de Gaitán es la semilla de 300 mil muertos de la violencia partidista de mitad de siglo, y la violencia partidista es el origen de la guerra que vivimos hasta hoy y que estamos tratando de terminar con tanto esfuerzo.
De alguna manera uno puede permitirse la licencia de pensar que sin el asesinato de Gaitán probablemente Colombia sería un país si no en paz, por lo menos sin este medio siglo de guerra.