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Days of Being wild

El problema de esta cinta es su hermosura. Su fino tacto humano. Su capacidad de provocar. Aquí se abren emociones entrampadas porque estamos frente a una historia donde el hombre lucha contra el desarraigo y la soledad.

Este es el segundo largometraje de ficción de Wong Kar Wai, quien inició así su famosa trilogía sobre las dudas, complejos y reacciones frente al amor. Y con ella, impuso su estilo narrativo apegado a la sensualidad de las imágenes interiores de los protagonistas, marcadas tanto en sus facciones como en la intensidad gestual con que intentan trasmitir el vuelo de preguntas trasnochadas. Ese paisaje interior también se enriquece con una estampa bastante subjetiva de una ciudad emergente como Hong Kong que llegó a la década de 1960 con personalidad propia a a pesar del tutelaje que sobre ella ejercía y ejerce la República Popular China.

La cámara transmite esa sensualidad poética que se esconde en el rostro de sus protagonistas.

Por eso siempre ha encargado este trabajo a maestros de la fotografía, en este caso, a Christopher Doyle, quien no por gusto lo ha acompañado en otros proyectos.

La banda sonora realza piezas de compositores latinoamericanos de gran popularidad en Asia por aquellos años, difundidos por arreglos de la Gran Orquesta del cubano Dámaso Pérez Prado (“Siboney” del cubano Ernesto Lecuona y “Perfidia” del mexicano Abel Domínguez, entre otras).

Esa música extrae a los protagonistas del desarraigo emocional y los incluyes en la búsqueda del amor a como dé lugar, en su caso, a través de la piel de dos mujeres que luchan por afecto, y a una tercera despechada por osar pedirle vida eterna. Esa música latina instrumental es también un protagonista complementario. Un conocedor de sus letras las encuentra perfectamente encajadas en el momento fílmico en que aparecen.

De su parte, el protagonista, un Gigoló de origen filipino abandonado por sus padres, es incapaz de corresponder a un sentimiento coherente y duradero, y decide emprender el camino hacia la soledad, a su propia destrucción.

Leslie Cheung ofrece otra convincente cátedra de histrionismo al meterse en su piel al joven Andy Lau y trasmitir su mundo interior y sus contradicciones.

Este es un inolvidable arranque de la trilogía del director sobre la soledad en el amor, continuada por “In the mood for love” y concluida con “2046”.

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