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ESCRITOR

Desde Nicaragua: Salomón de la Selva, el Píndaro de las Américas

Salomón de la Selva consagrado en un sello postal.

Salomón de la Selva consagrado en un sello postal.

1 La presencia de Píndaro en las letras castellanas se remonta, por lo menos, a los días de la prisión de Valladolid en que fray Luis de León pidió que le trajeran de su librero en Salamanca –sin duda para sustraerse de la saña y la mezquindad– un ejemplar en griego del príncipe de los líricos. Tres siglos después, Ipandro Acaico en México y Olmedo en Ecuador, uno como traductor y otro como émulo afortunado, pulsarán esta intrincada lira en unas naciones donde el heroísmo cabalga impune demandando monumentos. Pero le correspondió al poeta nicaragu¨ense Salomón de la Selva (León, 1893-París, 1959) penetrar más profundo en el arquetipo de este cantor de héroes y de príncipes.

En efecto, su libro Evocación de Píndaro (1957) saluda alternativamente una proeza atlética, poética y política. La victoria del corredor guatemalteco Mateo Flores en el maratón mexicano de 1955, el cincuentenario Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío y un México convertido en la Atenas hispanoamericana, son los temas blasónicos de este poema de largo aliento dividido en ciclos y dedicado a Apolo.

El poema está compuesto en verso libre pero minuciosamente sonoro, intercalando versos canónicos aquí y allá, así como Píndaro refrenaba en sus Odas el metro dactílico para no ceder a la monotonía del hexámetro. La simetría cobra más sentido al percatarse de que el antecesor y maestro de Salomón de la Selva, y a quien le dedica efectivamente una larga estanza del poema, fue Rubén Darío, artífice de concinidad, rima y rigurosidad métrica, si bien variadísima: también Píndaro dialogaba con los versos de Homero en una tensión de apropiación y ruptura. Sin embargo, los medios de esta rebelión le fueron otorgados –habiendo estudiado en Estados Unidos desde los doce años y con su primicia literaria escrita en inglés, Tropical Town and Other Poems (1918)– por la titánica influencia de Walt Whitman y del caudal de la nueva poesía estadunidense del momento. Se encontrará en la Evocación de Píndaro, por lo tanto, una abstención a la música y a la rima modernistas, y un gusto por la enumeración, la sonoridad de los nombres aborígenes, el prosaísmo y el tono magnánimo y declamatorio, amén del free verse o verso libre, expedientes todos ejercitados por los bardos estadunidenses. Esta influencia en la poesía de Salomón de la Selva, manifestada tempranamente desde su libro fundamental en español, El soldado desconocido (1922), fue un elemento novedoso –como en su momento lo notaron Octavio Paz y Xavier Villaurrutia– en una literatura hispanoamericana referida entonces casi exclusivamente a las letras francesas.

2 A lo largo de su vida Salomón de la Selva mantuvo una propensión política, y hasta se diría que ésta fue el signo de su vida: la anécdota cuenta que, a los doce años, pronunció un discurso apologético sobre los derechos del hombre y del ciudadano frente al dictador nicaragu¨ense José Santos Celaya, lo que le valió la libertad de su padre disidente, Salomón Selva, y aún le consiguió al niño la definitiva estancia de formación en Estados Unidos, patrocinada por Celaya. Pasado el tiempo, De la Selva apoyaría la causa de Sandino en Nicaragua, en cuya defensa escribió panfletos. Poco después fue nombrado en México consejero particular del presidente Miguel Alemán, a quien dedicó su libro Ilustre familia, derroche tipográfico tirado en gran formato por los Talleres Gráficos de la Nación, con estas palabras: “A Miguel Alemán presidente de México en reconocimiento de su genio de gobernante democrático” (Miguel Ángel Flores consigna que nuestro poeta era escritor fantasma del presidente Alemán, de quien incluso pudo haber elaborado su discurso de ingreso a la Academia en 1953). En sus últimos años, De la Selva fue nombrado embajador de Nicaragua en la Santa Sede por Luis Somoza Debayle, el dictador.

Esta cercanía con el poder, ambivalente por lo demás, caracteriza el itinerario de Salomón de la Selva de un modo que no puede menos de recordarnos a un Píndaro patrocinado por Hierón, tirano de Siracusa, sólo que en vez de pequeñas ciudades griegas, el ámbito de Salomón de la Selva fue el de los países americanos: su patria Nicaragua, El Salvador (cuyo Ministerio de Educación publicó la Evocación de Píndaro), Costa Rica, Panamá y, sobre todo, el México que atravesaba la época de su mayor influencia en la región. Así como Atenas en el siglo v ac, en palabras de Mme de Romilly, “llegó a ser algo así como un centro para Grecia, y vio venir a ella toda suerte de especialistas, de intelectuales y de artistas originarios de todas las ciudades griegas”, México se consolidó, a mediados del siglo xx, como el foco cultural y económico de Hispanoamérica, y el exilio centro y sudamericano de intelectuales ya era una realidad que sólo aumentaría con los años. Acaso estas simetrías hayan sido enarboladas por Salomón de la Selva al presentarse como otro Píndaro. Tal vez por esto en su Ilustre familia (1952), De la Selva había descrito la figura del griego en los siguientes términos (auto)exculpatorios:

De fuerte individualidad, de hondas pasiones, y reaccionario empedernido a quien atribuló ver en decadencia el sistema aristocrático que él amaba, Píndaro fue, sin embargo, el más reservado de los hombres. Visitaba las cortes, deseosos de agasajarlo los tiranos de su época, semejantes en mucho a los del Renacimiento que se preciaban de la compañía del Petrarca, amigo y adulador de Galeazzo Visconti. Pero, superior al italiano, Píndaro llegaba siempre con talante de profeta, a instruir que no a dar diversión, a conferir más bien que a recibir honores, y si no se le recibía de esa suerte, se retiraba con demasiado orgullo para mostrar enfado. Píndaro no rebajó nunca a plano de halagadora de príncipes su categoría magnífica de intérprete de Apolo. (“Esencia de la poesía épica”, Ilustre familia.)

A pesar de su juventud “socialista y sindical” y de su “simpatía por la izquierda latinoamericana” tan ampliamente desarrolladas por María Montealegre y otros críticos, Salomón de la Selva –y esto no se ha dicho tanto– no fue en absoluto ajeno a la figura y a los procedimientos propios de un poeta de compromiso, que tiene por función cantar a los héroes nacionales apoyado por un mecenas poderoso dentro del aparato estatal: en este sentido, y para retomar las palabras de Françoise Perus sobre Rubén Darío, Salomón de la Selva “no hace más que prolongar la función más tradicional de la poesía latinoamericana, función cuyo origen arraiga, a no dudarlo, en un sustrato feudal y colonial”: el poeta de oficio. La Evocación de Píndaro fue publicada por el Ministerio de Educación de El Salvador, su Evocación de Horacio por el estado de Yucatán a través de unos juegos florales y su Ilustre Familia por el gobierno federal. Por su parte, su poema Acolmixtli Nezahualcóyotl tiene por motivo “celebrar la elevación del señor licenciado don Adolfo López Mateos a la Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos”, motivo al que siguen estrofas que conviene olvidar.

En cuanto al tratamiento que Salomón de la Selva dio a ciertos temas patrióticos mexicanos es innegable su vena nacionalista, como cuando compara la Batalla de Puebla con la de Maratón, para celebrar después el fusilamiento de Maximiliano, llamándolo “infeliz asutríaco”: “…las doradas/ barbas del necio príncipe,/ rivales de las rosas/ que el viento abate,/ barrieron humilladas/ el sacrosanto suelo patrio, borrando/ de ese modo la afrenta hecha a nosotros/ y la esperanza torpe/ de levantar un trono sobre la cerviz de México”.

Así, sus grandes digresiones sobre la historia indígena de Mesoamérica y la historia nacional mexicana vienen a ser una especie de gran mural de letras, modalidad que venía bien con la atmósfera ideológica de México en los años cincuenta. El propio Diego Rivera ilustró uno de sus libros. El panfleto de José Luis Cuevas, “La cortina de nopal” (1951), donde ponía en tela de juicio el nacionalismo y la supeditación de la individualidad en el arte, habría de tocar puntos que no eran ajenos a las letras. ¿He aquí la explicación del olvido del poeta nicaragu¨ense, conocido apenas en nuestro tiempo? Es posible pensar que su desconocimiento no se debe únicamente a que sus libros fueron ediciones de autor, escasas y, por lo tanto, difíciles de difundir y encontrar, como suele argumentarse, sino a que, fuera de El soldado desconocido, su producción poética posterior cae en gran parte en los tabuladores críticos de lo oficial y lo oficialista.

3 Toda evocación supone una tradición que se vivifica. El ejemplo de Salomón de la Selva nos da una medida de los logros y descalabros a que está sujeta la reivindicación de las sombras tutelares. El que una vez fuera el iniciador de la vanguardia cantando la individualidad en la guerra y renovando el verso, terminó convertido en un poeta cortesano que cataloga anales y nombres al lado de un cetro. Quedan, del libro pindárico del poeta, sus versos mejores, esos que De la Selva logró proyectar fuera de la circunstancia y del compromiso: “Y las sinuosas tribus de los peces,/ las gárrulas naciones de los pájaros,/ y hasta el tigre feroz del gran bramido/y el enorme elefante que ensordece/ –todo animal, en fin–, con igual mansedumbre/ para morir se esconden en silencio,/ de muerte natural, sin lucha, en mar y en selva;/ y la sierpe en su lóbrego escondrijo/ debajo de la tierra.// El hombre no, que se aferra a la vida/ con las frágiles uñas de su instinto.

Fue discípulo de Rubén Darío.

Su obra literaria es patrimonio de Nicaragua.

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