Séptimo arte
Epidemia y conciencia cine, amor y erotismo
Es casi imposible, en medio de la pandemia que padece el mundo, no recordar ciertos escenarios apocalípticos que ha generado el cine de ciencia ficción. Mediante el comentario de los filmes 'The Matrix', 'Cuando el destino nos alcance', 'Star Wars' y 'Los límites del control'.
En la trama The Matrix (1999), de las hermanas Wuachowski, se presenta a una humanidad que vive inconsciente y sometida a un poder virtual, absoluto y desconocido. Paradójicamente, algunos analistas de la epidemia actual han sugerido que la vacuna que podría liberarnos de la muerte incluiría un microchip, componente que una vez infiltrado en nuestro torrente sanguíneo se “instalaría” en alguna parte de nuestro sistema nervioso. Entonces una corporación planetaria y secreta (como en The Matrix) tendría el control de nuestros pensamientos, sensaciones y emociones.
Es interesante observar cómo el cine y la literatura han desarrollado elementos siniestros creados por el género de ciencia ficción que años después suelen aparecer en el inconsciente colectivo y de vez en cuando en la realidad. Por otro lado, son varios los filmes de utopías y distopías que encuentran en prácticas espirituales del lejano oriente la fórmula idónea para oponerse a las aviesas intenciones de grupos y facciones vinculados con las fuerzas más oscuras y autoritarias del planeta. Como en el caso de The Matrix, un empleo masivo de dispositivos digitales (black mirrors) sería la forma en la que ciertas élites realizarían sus inhumanos objetivos. En el terreno de la pandemia actual, representarían a ciertos grupos globales que desde hace décadas desarrollaron políticas como los ilusorios sistemas de salud pública que terminaron de colapsar durante la epidemia de Covid-19. Literalmente todo el mundo sabe que dichos sistemas de salud fueron desmantelados de manera silenciosa por grupos previsiblemente neoliberales que lograron someter a sociedades enteras que, como en The Matrix, parecían actuar profundamente dormidas. “Sólo el valor de unos cuantos –como en la canción “La maldición de Malinche, de Gabino Palomares– opusieron resistencia”; pero el poder absoluto que obtuvieron ante la derrota del “socialismo real” hizo que esos grupos lograran imponerse con facilidad. Durante décadas “todo pareció salir a pedir de boca”, hasta que surgió la amenaza del coronavirus en Asia, América y Europa. Sin embargo, ante la magnitud y letalidad de la epidemia actual, es importante decir que a los esfuerzos gubernamentales, de manera inédita, se ha sumado un importante grupo de hospitales privados mexicanos.
La genial historia creada por las hermanas Wachowsky fue precedida por distopías cinematográficas como Cuando el destino nos alcance (1973). En esta legendaria historia, el calentamiento global ha provocado una terrible escasez de alimentos, lo cual es en realidad una metáfora del proceso de “chatarrización” alimentaria a la que fueron confinados grandes sectores de la población, especialmente de sectores populares que incluyeron a grupos de enorme fuerza y tradición cultural que terminaron sustituyendo bebidas elaboradas con maíz por refrescos de cola altamente endulzados.
Las películas de ciencia ficción suelen revelar, también de manera involuntaria, impresionantes radiografías de catástrofes y pandemias latentes. Tal es el caso de Cuando el destino nos alcance, cinta dirigida por Richard Fleischer, en la que un personaje llamado Libro, viejo ayudante del detective que investiga un extraño asesinato, representa (como en la epidemia actual) al sector más vulnerable de la población contra el que parece dirigir sus baterías el coronavirus. Este grupo de la tercera edad, improductivo desde la perspectiva de la economía y la filosofía neoliberal, encarna la capacidad de memoria más viva y extendida de la humanidad. En otras palabras, el virus pareciera amenazar a uno de los sectores sociales más importantes por su capacidad de registrar historia/s, paradoja que resulta inquietante, sobre todo cuando la filosofía postmoderna ha basado su existencia en un supuesto fin de la historia.
Por otra parte, hoy podemos ver, a través de los dispositivos móviles, escenas paradisíacas sólo posibles en unas cuantas semanas de ausencia humana en las que las aguas de los mares recobran sus colores originales y los animales transitan por calles vacías en pueblos y ciudades, escenas insólitas que ponen entre paréntesis el breve lapso en el que la humanidad parece poner en juego su destino ambiental. En contraste, como en las escenas distópicas de Cuando el destino nos alcance, otra parte de la humanidad continúa viviendo hacinada en grandes urbes insalubres donde millones de personas son gobernadas por pequeñas élites humanas, ambientalmente insensibles.
Star Wars es el título de una serie de películas que George Lucas creo desde la década de los setenta. Sus historias y argumentos se desarrollan en una galaxia en la que una energía espiritual amorosa se contrapuntea con un lado oscuro generado por la ira y el miedo. Estos elementos, que también se encuentran planteados en The Matrix, ponen en juego importantes valores filosóficos humanos. Es interesante observar cómo, justamente durante el gobierno de Vicente Fox, las cursos y materias de filosofía fueron sometidos a una gran presión mediática, política y financiera.
El cineasta David Linch considera que para superar la crisis provocada por la pandemia de coronavirus es preciso hacer algún tipo de meditación, actividad que desde hace treinta años practica el propio Linch, y que sólo así podremos ver “cómo el mundo será diferente y mucho más inteligente”. Linch piensa que es importante, pues la meditación nos conecta con la propia conciencia, conciencia que no es distinta de la conciencia del mundo. ¿A qué se refiere el cineasta cuando habla de ese tipo de conciencia? En algunas películas, Linch alude al concepto de bioética que, contemplando valores éticos que deben existir en la medicina y la biología, también explora la relación armónica que los seres humanos tienen (o deben tener) entre sí y con los demás seres vivos con los que compartimos la Tierra.
En Los límites del control (2009), de Jim Jarmusch, hay una escena en la que el personaje principal, (Isaach De Bankolé) hace movimientos de Tai Chi, el director bloqueó el sonido para que los espectadores sintieran la concentración total de esos movimientos. Como David Linch, Jarmusch también desarrolla cierto tipo filosofía y meditación oriental que suele estar presente en sus historias. Algunas escenas y locaciones de sus películas (y de las demás comentadas en este ensayo) son semejantes a las imágenes de las ciudades y las calles vacías de humanidad durante la actual crisis epidemiológica, ambiental, ética y cultural. Son historias de multitudes que han desaparecido bajo estrategias de ruptura del tejido social, o que permanecen escondidas por el terror de extraños virus, de rumores y falsas noticias. Historias “libres” de gente en las que se ven máquinas y objetos nuevos e inútiles. En contraste, podemos adivinar la existencia de multitudes hacinadas e inconscientes que, como preámbulo de la desgracia, parecieran festejar (como si disfrutaran de una pulsión de muerte anticipada) de asfixia y proximidad. Durante semanas los mexicanos hemos experimentado –y seguiremos experimentando– los salvoconductos vitales de las frases: “sana distancia” y “quédate en casa”. Para algunas ciudadanas y ciudadanos estas experiencias pueden resultar claustrofóbicas, para otros la oportunidad de solidarizarse y hacer activismo digital. Si durante la pandemia (con posibles ataques de ira, angustia, depresión o miedo) está en busca de alguna alternativa para usted y/o los niños, tal vez podría funcionarle esta reflexión de David Linch: “En un mundo de miedo e incertidumbre como el actual, cada niño debería tener un tiempo al día en la clase para sumergirse dentro de sí mismo y experimentar el silencio –la dicha absoluta–, el enorme depósito de energía e inteligencia que está profundamente adentro de todos nosotros. Esta es la manera de salvar a las próximas generaciones.”
Los ejercicios de meditación y respiración generan niveles altos de conciencia. El oxígeno es el elemento energético que nos hace vivir desde el nacimiento hasta la muerte. Esta práctica genera e irradia conciencia personal, social, histórica, bioenergética y colectiva.
En un pequeño libro titulado Apocalípticos, el poeta Antonio Castañeda escribió: “Cuando estalla/ la noche con sus luces/ tu desnudez/ me pone a salvo del desastre.” He aquí otro sendero del amor abierto para transitar la cuarentena. En Más allá del principio de placer, Freud explica cómo la pulsión de muerte (alentada por la manipulación del instinto de conservación a través de la ira y el miedo) provocó el surgimiento de Hitler y el nazismo. Por fortuna, los mexicanos nos encontramos ante un nuevo comienzo en el que (más allá de la pulsión de muerte” que todavía subsiste en los sectores más egoístas de nuestra sociedad) evidentemente nos hemos decidido por la inteligencia y el erotismo, por el cine y la literatura; cada vez son más los mexicanos que, mientras respiran hondamente, se solidarizan con sus semejantes, con los temores (y los pulmones) de otros, con los perros, bosques, flores, ríos, cañadas, nubes, lobos, parques, montañas, abejas…
Tomado de La Jornada Semanal