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"El otro cielo", de Amable Mejía

En esta ocasión tenemos el nuevo poemario del poeta Amable Mejía, el Otro Cielo. Dicho texto ha sucistado diversas especulaciones. Muestra la profunda perspectiva del amor. Obviamente, el mayor deseo del hombre, en su tránsito por la vida, es amar y ser amado. Parece que no es así, sobre todo ahora, en que los valores tradicionales han sido trastocados de tal manera que es imposible su real aparición en la sociedad.

Cuando nos referimos a Cielo no sólo al mundo celeste e infinito sino, también, como morada donde reina el amor absoluto. Dios es amor y, por tanto, su morada es la plenitud del amor. Es decir, es la armonía plena del Ser El hombre aspira a esa plenitud en sus proyectos utópicos, aunque algunas de ellas han resultado todo lo contrario a la realidad. Si no es posible lograr el amor en la sociedad por lo menos se podría en lo individual.

El Otro Cielo hurga en esa posibilidad. En el mundo íntimo que determine otro sentir para el Ser angustiado. El amor nos hace felices. Quien ama y es amado cruza la puerta de la locura hasta el reino. Queremos amar aquí, no en otro lado, y lo humano es transitorio, fugaz, antojadizo…más bien, se desea lo contrario: el amor perenne, absoluto. Un para siempre, ahora y felices. Vuestro amor demanda y, a su vez, es demandado, pero nadie está en condiciones de responsabilizarse. Aspiramos a todo sin que se cuente con uno. Pienso que los poemas de Amable tocan las aristas de esta tremebunda condición humana. De ahí sentir en el poema esa ambigüedad en el terreno amatorio. El poeta usa una serie de símbolos como por ejemplo: número, agua, río, fuego… El amor queda en el reino de la enunciación. No hay escenas apasionadas sino la contemplación que, en el soliloquio, ansía serlo, sin embargo, el lector no logra sentirse satisfecho porque hay vestigio de una soledad inquisidora. Hay un respiro subjuntivo que se queda en la mente, en un cielo descarnado. Es estar desde una instancia platónica, sin que se lo haya propuesto. El amor es lo único que puede salvarnos, y parece que debemos morir para acceder a ese cielo salvítico. Debemos morir para desalojar nuestro tesoro interior. Este amor no consume los cuerpos, éstos son transfiguraciones de un yo y un ella. Designaciones esfumándose en el discurso.

Veamos:

Si tendría que morir para resucitar…

Y de tus ojos para un nuevo

“Levántate y anda.” Entonces

A qué manera de morir le grito

Para que vengas a salvarme.

(Pág. 16)

“Mi vida es lo que tú piensas de mí.”

Obviamente, un mundo ideal. La representación. Y qué tú piensas de mí? “Una brizna de hierba cortada por la mitad. Una casa incendiada, la lluvia que cae, que me mojó ayer.” Eso es la vida, un poco de soledad en la mente. La otra vida eres tú. Al encontrarte…del agua late dentro de mí. El amor forma parte de que escuches por tu corazón. Si no soy pensado, no existo. El amor salva mi existencia.

“Mi miedo es a no pensar en ti

Al levantarme,

Al acostarme.”

(Pág.19)

El otro cielo es la otredad y su imposibilidad de amar. El Otro Cielo es donde reside el auténtico amor. Cómo acceder a él? Dónde habita? Para nuestro poeta reside en nuestro interior, aunque sin un posible pasaje hacia él. Qué lo impide? La misma condición del hombre, su efímera existencia, el tiempo que devora toda posibilidad de permanencia. Aspiro a amar, pero solamente puedo enunciarlo sin concretarlo.

La última parte del poemario está titulado “Orfeo”. Es un poema dividido en 28 estrofas enumeradas. El mismo es un soliloquio donde el poeta, Orfeo, cavila sobre estas imposibilidades. No sufre, razona. Bien sabemos la historia de Orfeo, hijo de Apolo, dios de la música, y Calíope, musa de la poesía. Orfeo es un músico como su padre. Este se enamora de Eurídice y se casa con ella. Tiempo después ella muere por la mordida de una serpiente. Orfeo queda desconsolado y decide bajar al Hade y logra que Perséfone la deje volver al mundo con la condición de que él no mire hacia atrás hasta salir del inframundo. El logra salir y mira a su amada antes que ella saliera del todo del Hades y se desvanece. En esta historia no es falta de amor, más bien, su ausencia. Quizás lo común entre poeta y Orfeo sea su ausencia por la muerte. Pero Amable Mejía reflexiona sobre los inconvenientes ante que acceder al amor, aun sabiendo que algo le falta para completar su condición de hombre. Su amor es un amor nominativo. Y si el hombre es lo que hace de sí mismo, entonces, nuestro poeta se enfrenta con la nada. Su angustia es profunda y adornada. Su otro Cielo no se sacia con la trascendencia, más bien, con una inmanencia apriorística.

“Todo es pasar. Lo que detiene

Es lo que ocasiona el llanto.”

(Pág. 51)

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