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DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

“Una comedia sin payasos y una tragedia sin villanos”

La señoreada denuncia de Bong Joon-ho en “Parásitos” no es exclusiva de Corea. Hoy, como ayer, surgen personajes singulares, debido a la falta de oportunidades, el des­mantelamiento educacional, la desanten­ción familiar y la acumulación de riquezas y privilegios. Son taras no exclusivas de un país determinado, ni de regímenes amparados por democracias o dictaduras, tanto de derecha como de izquierda.

La humanidad actual carece de una simbología que proponga modelos de vida respetuosos y perdurables. No es un problema de naturaleza ideológica como algu­nos piensan, sino de condiciones específicas de la condi­ción humana que cada día se aleja más de los lineamien­tos éticos de la estructura familiar.

En el guion, Bong denuncia ciertas reminiscencias conductuales que afectan el normal desarrollo de una familia. En el esbozo hogareño de la clase media Bong demuestra que la desatención a los hijos por un padre casi inexistente, concentrado más en sus responsabili­dades empresariales que en sus deberes familiares pue­de generar estados como la rebeldía, la indisciplina, el no acercamiento a actividades de desarrollo de la inteli­gencia, la mala educación, el exceso de juegos baladíes y la posesión de regalos inoperantes. En caso de la ado­lescente, el surgimiento de un sentimiento precoz por el deseo sexual genera desconfianza y el acercamiento sin control a desconocidos. Todo eso sin contar la presencia de una madre superficial, más interesada en garantizar la adquisición de bienes materiales que en resolver los problemas de fondo de su en­torno, y los suyos propios.

En cuanto a la familia de cla­se baja, el director conforma, a manera de óleo, el día a día de los que salen a jugarse la vida con los recursos que les otor­ga la improvisación, el “sálvese como pueda”. Estos parásitos, al menos, aceptan lo que son y saben ser honestos. Disfru­tan la pobreza tal y como llega. Bong crea un retrato de felicidad basado en el robo de señales inalámbricas, en el recibo de regalos, la búsque­da de empleos circunstanciales, la falta de oportunida­des y la ausencia de recursos para salir de la miseria.

Bong entremezcla la suerte a ambas familias a partir de las argucias de los pobres para encontrar trabajo en la vivienda de los ricos. Lo hace para demostrar que el azúcar con sal también se diluye en el agua. Y la lección moral va dirigida a los que nada tienen por el deslum­bramiento ante una aparente felicidad: siempre habrá alguien en condiciones peores, tanto en lo laboral, como en el surgimiento de sentimientos vengativos.

Bong Joon ho ha sido un director muy premiado en la historia del cine coreano. Sus ocho películas han merecido infinidad reconocimientos tanto dentro como fuera del país. Los obtenidos de manera reciente en los premios Oscar, Cannes, Globo de Oro, Bafta y Sindicato de Actores Norteamericanos son hitos que nunca antes habían llegado con tanto arraigo a la península asiática.

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