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Crítica literaria

La venganza del obispo

El lector iniciado da por descontado que todo relato trae consigo el suspenso; o al menos debe llevarlo a pasadizos que lo aten a la trama mientras lee. Esos pasadizos sutiles que llevan a un mundo cargado de sentimientos o intereses provocan cierta desesperación, o angustia de saber el final que le depara a los personajes que van caminando entre las hojas, que cosen la historia que se cuenta.

¿Qué pasa entonces si el lector descubre que los personajes principales en quienes él confió lo defraudan; que el narrador solo lo usó como una coartada? Surge un caos psicológico, y con este se pierde la criticidad. La pérdida de la lógica literaria que conocía borra el sentido de ser y en su interior una laguna de dudas diminutas se expande hasta revolver todo aquello que lo atormenta.

Imaginen que están frente a un juego de ajedrez. En esa circunstancia, la lógica sería estar pendiente de que tanto la reina como el caballo avancen. Pasa el juego, y vemos que tanto la reina como el caballo están en el mismo lugar, que el caballo intenta dar un paso y al hacerlo los peones los sacrifican y que de algún modo, en este juego quienes tienen el protagonismo son los peones y que de estos peones el más fuerte sacrifica al más débil. Los interesados en la reina y el caballo, terminaran exhaustos, sin aliento, y los demás observadores, estarán tan sorprendidos que les dará una nausea amnésica, sin recuerdos ni idea. En esta circunstancia hipotética, se aplica la regla de lo absurdo, la de lo imposible. Inconscientemente la reina será el peón más fuerte y el caballo estará representado por los otros peones. Si el más fuerte cae, le sucede el de más poder. Su dios en este caso será el humano que impone el cambio en la tabla, el que manipula la situación del juego a su antojo. Verlo de este modo resulta absurdo Y molesto. Este es justo el caso en la Venganza del obispo, de Víctor Escarramán.

En esta novela, el caballo es presentado por el señor obispo; la reina será María Fermina, quien observa todo, maldice y se lamenta; y el más débil, por Pedro del Monte. En mundo así, el más honrado pierde. Exactamente como acontece en las sociedades en descomposición en las que los valores están patas arriba.

Todo en esta novela parecen ser nubes grises que destellan tormentas de arena, o sea, no cae lluvia que sería lo esperado, sino algo que no ha sido pensado por el lector y por ello es que este se ve interesado en terminar la obra; orientado siempre a un final previsto por las pistas que da el narrador e imprevisto por la realidad que trata la novela.

Empero, el suspenso se trata de manera continua en La venganza del obispo, envuelto en las tramas y las subtramas, con una estructura capitular muy precisa. Dichos aspectos parecen ser su fortaleza, puesto que el lector queda enganchado. Sin embargo, hay otro aspecto que interesa: los personajes, sobre todo los que se presentan como principales, especialmente María Fermina y a Joaquín Verna, que dicho sea de paso pueden ser considerados como dos personajes perezosos y cobardes. Esta sería la debilidad que padece la obra viéndola desde el punto de vista de la lógica. Desde el punto de vista del arte, se podrían ver como una estrategia del autor. Estos personajes principales, se salen de la órbita racional común. Desandan en las tramas y prescinden de su rol. Incluso, los roles se intercambian, aquí la fortaleza es más del subordinado que del jefe.

Tenemos un tema, la venganza, y tenemos a un personaje principal, María Fermina; luego aparece un antagonista, Pedro Del monte; y lo más importante, un narrador no fiable. Surge la pregunta. ¿Hasta qué punto los personajes cumplen con la encomienda que les otorga el autor y que tan intensa es la venganza? Esta es la pregunta que se enmascara en la novela, pasando de lo consciente a un giro brutal e inconsciente. En esta obra, aguarda un mutismo disperso, un silencio que va desgarrando poco a poco al lector hasta convertir el mutismo en una elipsis consecuente y vil.

Sus tramas están cargadas de garras ardientes, pero sus personajes deambulan y viven colgando entre ramas ilusorias. Más allá de la sospecha de una venganza, solo se siente la sinrazón de la vida, por el misterio de querer vivirla. La esperanza yace como vagabundo enfermo y la conformidad se hace cómplice de su destino “iluminado”. —Oh, mi Dios, tú tienes que iluminarme para yo hacer justicia. ¡Tengo que hacerlo! Joaquín seguía dando vueltas alrededor de la palmera. P.61

Una y otra vez se encuentran los personajes principales con su miseria. Son un reflejo de seres masoquistas, que se amparan en la misericordia de un dios, y de este se apegan para seguir con la cobardía, para vivir una y otra vez en el dolor y para desentrañar en su ser la verdad absoluta de su vida: no hacer nada por ello y dejarse vencer por sus circunstancias conforme a sus creencias religiosas, seguros y confiados de que su dios lo hará todo por ellos. (…) la otra parte de la penitencia la cumplió en la visita que hizo a la virgen de la Altagracia en la Basílica de Higuey. Allí, permaneció arrodillada durante una hora con una mano propia sobre la biblia, que acomodó en un descanso del taburete, para que dios dirija a su nieto. Gracia a ese estado imprudente, caen seres inocentes como Tino, uno de los personajes secundarios.

En el ambiente de la novela, flora el engaño tan hondo que duele. Al final, el lector se siente herido y desconcertado, y con el deseo de ver una pizca de lo que pensó. De manera objetiva, esta obra engancha, pero es una trampa, el enganche no es más que un anzuelo que atrapa a su chivo expiatorio y con este le corta su imaginación, justo en el centro de lo impensado. Los invito a leerla, puede que en ella encuentren técnicas para enganchar y sofocar a un lector ansioso, o que descubran la triste realidad de una familia que se negó a su destino, una familia que solo colgaba de la mano de un dios que la defraudó. De un dios que resultó ser un perezoso. Arrodillada frente a la imponente imagen de Jesús en la cruz, delicadamente colocada en el centro de la capilla, la oración que susurra María Fermina traslada su imaginación por los desconocidos mundos. (P.19.)

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