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La ballerina cubana

Su única ideología fue el ballet. Y hasta su muerte, Cuba fue también su corazón. No busque el avezado lector, factores políticos influyentes, ni rastree en los archivos por fotos comprometedoras. Su imagen podrá aparecer, indistintamente, junto a Dios o junto al diablo porque todo el que aplaudiera su trabajo, estaba aplaudiendo también al lugar donde nació.

Los políticos cubanos la respetaron siempre, tal vez por el hecho de demostrar que la cultura antillana, cuando se prepara bien y se ejerce con rigor, puede pararse frente a frente a cualquiera otra del mundo. Por eso la dejaron que hiciera su trabajo. Ella no era una conspiradora, ni perseguía afanes partidarios. Solo quería bailar y enseñar a bailar bien a quienes se le acercaban. Fue perseguida por el desgobierno de Fulgencio Batista y no tuvo más remedio que partir al exilio hasta la derrota del tirano. El nuevo gobierno le permitió volver y al descubrir su nacionalismo y amor por la cultura, la protegió y le aportó recursos para la creación de su compañía de ballet.

Alicia Alonso brilló entre las mejores. Y puso a brillar a la cultura cubana. Su escuela era eminentemente cubana, integrada por profesores, coreógrafos y danzantes cuyos ojos se abrieron por primera vez en la Mayor de las Antillas. No permitió el brillo foráneo, salvo en escasas y honrosas excepciones.

Ese fue su legado, y también su vida. Hoy todos los que sentimos amor por quienes ejercemos la rebeldía como profesión, estamos tristes. No nos conformamos con mirar, “azules, los astros a lo lejos”.

Mañana, tal vez, volvamos a sumerginos en la cotidianidad; a engullir desesperanzas y a esquivar las voluntades que intentan salir con su verdad a los cuatro vientos. Pero hoy no hay consuelo que valga. Sabemos que este mundo ha perdido una mujer excepcional que se multiplicó en muchos talentos. Una mujer que supo no darse nunca por vencida.

La República Dominicana fue para ella una plaza excepcional. El entonces expresidente Joaquín Balaguer la recibía personalmente en su despacho cada vez que visitaba el país y conversaba con ella durante horas. Fue a la primera mujer que el mandatario distinguió con la Orden al Mérito “Duarte, Sanchez y Mella, en el grado de Comendador”, en 1993. La sala Eduardo Brito del Teatro Nacional fue su escenario preferido. Allí, entre flores y clamores todavía ondea en zapatillas la sombra de la Prima Ballerina Assoluta, como la reina que es y será, mientras exista la vida.

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