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Reportaje

El salobre destino de Montecristi

El hombre parece tener una segunda historia. Al menos, a lo lejos, no simula su eterno desafío al sol. Viene y va con una carretilla en sus manos como si el tiempo no existiera. Mientras el periodista se le acerca, los intensos rayos ultravioletas le recrean espejismos no convencionales: montañas de sal avanzan hacia la nada llevando sobre sí su cuerpo cansado de sentir alumbramientos.

En un abrir y cerrar de ojos, aquella visión desaparece y el hombre resurge de su propia ilusión. Ahora multiplica su labor porque el mediodía se le viene encima y él cobra una tarifa por cada carretilla transportada. Mientras la Cooperativa discute si se aprueba o no un nuevo aumento de salario, él sabe que no debe descansar. El periodista lo obliga a conversar y el hombre al principio se resiste. Lo mira llegar como a una nave espacial que le da lo mismo aterrizar allí que en el próximo estanque.

El hombre es un cazador de historias que ahora anda tras la magia de la sal. Como conserva ese sentido de la solidaridad hacia el recién llegado, no se resiste al encuentro. Se llama Pedro Grullón y habla con cierta dificultad, como si el salitre almacenado en el fondo de su garganta no protegiera sus palabras del eco de la voz.

‘‘Para ser salinero hay que estar bendecido por la naturaleza. Hay que soportar este sol caminando por los estanques llenos de agua que después de las 11:00 de la mañana son hervideros humanos. La piel se curte como si fuera un zapato viejo. Salen callos en las manos y en los pies por el contacto con los cristales de sal. La vista se va perdiendo y casi todos tenemos problemas con los ojos. Es un trabajo superfuerte, ni los haitianos lo resisten.

Aquí, en Montecristi, no hay haitianos en las salineras. Ellos se van a otros sitios para hacer trabajos agrícolas o construcciones. Muy pocos se ven por aquí. Los obreros dominicanos llevan a cuestas la producción de sal. ‘‘No, no me arrepiento de ser salinero. Lo poco que tengo se lo debo a la sal. No es mucho, pero puedo decir que no estoy en la miseria. Aquí gano buen dinero. El obrero salinero gana buen dinero. Yo cargando carretillas me busco unos 300 pesos diarios. El camionero gana mucho más. Llevo más de 30 años aquí y puedo decir que todo salinero ha podido hacer su ranchito. Pero hay que trabajar muy duro’’.

Pedro sigue su labor después de lanzarle al periodista una mirada de amistad. Cerca de él hay tres hombres que van limpiando los residuos de los estantes que en breve tiempo volverán a llenarse de agua para continuar un nuevo ciclo productivo. Desde el depósito para el levantamiento del grado de salinidad hasta el traslado al cristalizador, transcurren unos 45 días.

Es especial la sal de Montecristi, al igual que su historia. Parece que ha estado allí desde toda la vida, antes que el mar y la tierra, que la forman con rara bondad.

Pedro Miguel García lleva 40 años vinculado a las salinas. Hoy es propietario de una de esas empresas y considera que el doctor Joaquín Balaguer fue quien le devolvió al pueblo sus salineras:‘‘Montecristi fue un puerto salinero desde su mismo origen. Aquí hay enclaves naturales desde la época de la conquista. La isla Cayo Cabritos produce sal sin que nadie le haya puesto la mano encima. Cuando los filibusteros invadieron Puerto Plata, aquí se curtían pieles con sal’’

El dirigente cooperativo

Rafael Enrique Socías Grullón fue durante más de 20 años dirigente de los salineros. Es historiador, director de la Casa de la Cultura y un firme luchador por los derechos colectivos. Pocos como él conocen la evolución de aquel producto, considerado la principal fuente de riquezas local.

“Aquí existen 365 unidades productoras donde trabajan alrededor de dos mil personas, entre propietarios, obreros, camioneros y distribuidores. Aunque en estos momentos no se produce ni al 30% de su capacidad, aquí hay sal para abastecer a toda la República Dominicana, Haití y Puerto Rico. Actualmente, Montecristi es responsable del 50% de la producción nacional, es decir, unos cincuenta y tres mil sacos. La otra mitad se produce entre Baní, Azua y Barahona’’.

Socías es una de las figuras prominentes de la ciudad. El periodista no tuvo que andar mucho para llegar a él porque a su paso, y al requerir su ubicación, los parroquianos de inmediato indicaban cómo encontrarlo aquella tarde de sábado lluvioso. En su casa nos habló del orgullo de su familia, su esposa y 4 hijos y su trabajo actual para difundir la historia de la ciudad.

‘‘Llegué a la cooperativa en 1976 y me mantuve al frente hasta 1995. Creo que en todos estos años se elevó el nivel de vida de los salineros y se respetó el estricto cumplimiento del decreto 434 de 24 de noviembre de 1978. Hoy en día se ha permitido el incumplimiento de este cuerpo legal y los salineros están a punto de quebrar. En mis tiempos dirigenciales se vendía la sal a más de cuarenta pesos el saco, y hoy éste apenas llega a veinte pesos. Se está convirtiendo en un negocio de cheles. Y eso es terrible para Montecristi’’.

Pío Julián Cabreja y Cabreja tiene 84 años y su piel no lleva las marcas de un salinero de pura cepa. El sólo trabajó en los estanques algunos años durante la Era de Trujillo. Poco después, su padre lo llevó a las oficinas, a llevar la contabilidad y distribución, y allí pasó casi toda su vida.

‘‘Fue Trujillo quien monopolizó el negocio de la sal. Yo me acuerdo porque apenas tenía 16 años cuando me vinculé a trabajar. Entonces no habían dueños de salineras, todas eran de su propiedad. El decidió un día que al país le convenía más centralizar la producción de sal, y creó un monopolio para su beneficio personal. Sólo después de su muerte, la sal pasó a ser un negocio masivo y se convirtió en la principal fuente de ingresos de Montecristi. Aquí circula el dinero gracias a la sal. Aquí ni la pesca ni otra cosa produce tantos ingresos. El 85% del dinero que corre en la ciudad proviene de la sal. Somos salineros por excelencia’’.

Todavía en la República Dominicana la producción de sal se realiza con métodos muy rudimentarios. En otros países, los empresarios han invertido múltiples recursos para mecanizar el proceso. De esa forma, logran mayor productividad y por tanto, pueden competir en el mercado internacional. Mientras aquí, todavía, se extrae la sal de los estanques en latas o en carretillas, mientras que en otros pueblos se emplean ‘bulldozers’ y palas mecánicas. Aquella sal no es diferente a esta, pero su precio es más competitivo porque no requiere el pago de tanta mano de obra.

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