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Crítica

El tema político en el cine

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Ángel Alonso DolzEspecial para Listín Diario

El cine de contenido político viene y va, aparece y desaparece; los temas a veces se reiteran y cambian o no de punto de vista, según quien financie una película, aunque por aquello de no provocar las iras de la opinión pública haya filmes que no se decidan a dejar en claro por cuál de las partes -o los bandos- se ha decidido desarrollar un argumento.

Muestras interesantes están en los anales de la Historia del Cine, y si algún realizador ha sido eficiente en el tema de lo político ese es el griego Costa-Gavras, cuyos filmes "Z", de 1969 y "Estado de sitio" (1973), son ejemplos muy válidos del género y por ende, dignos de ser conocidos por los amantes del Séptimo Arte.

“Siete días en Entebbe”, cinta británica del 2018, se sumerge en la línea conceptual de lo ideológico, aunque sin lograr la trascendencia alcanzada por Costa-Gavras en su filmografía; aquí el director José Padilha se desliza entre el punto de vista de los palestinos y el de los israelitas; al final puede llegarse a la conclusión de que estos últimos son los que tienen la razón, en un guión basado en hechos de la vida real; esto obedece al manifiesto criterio maniqueísta utilizado por el realizador, conduciendo al espectador a través de una trama que pretende justificar los actos de unos, en detrimento de la causa de los otros, estos últimos divididos entre sí, por cuanto los personajes de este bando se manifiestan en dos vertientes, ambas fatales.

En la película nos adentramos en la recreación de un hecho que ocupó los titulares de la prensa internacional y por supuesto, está presente en los textos que se han escrito para dejar constancia para la Historia de la denominada "Operación Yonatan".

Para entrar en situación es menester conocer que para el pueblo hebreo la patria siempre ha sido Palestina y su capital Jerusalén; la pretensión de regresar a ese asentamiento viene documentándose desde el año 547 A.C. y no fue hasta 1948 -al retirarse las tropas colonialistas británicas de esos territorios- que los israelitas bajo el liderazgo de David Ben-Gurión alcanzaron su objetivo y declararon la independencia del Estado de Israel; mas este hecho solo fue el punto de despegue para una situación difícil, cruenta, sostenida por décadas, que comenzó haciéndole frente a una guerra organizada por varios países árabes, que tuvo como desenlace la derrota de las tropas invasoras.

Ese fue un punto de partida para que los hebreos se apropiaran de territorios aledaños y desarrollaran un proceso de colonización, sin tener en cuenta que al mismo tiempo, se ofrecía una justificación a los palestinos para luchar por expulsarles de las tierras ocupadas. Israel es una piedra en el zapato de los pueblos árabes y a través de los años ese conflicto ha provocado odios y rencores por ambas partes, sin que se atisbe un acuerdo definitivo de paz.

En junio de 1976 una pequeña célula, integrada por miembros del Frente Popular para la Liberación de Palestina y dos revolucionarios alemanes de la Banda Baader-Meinhof, tomó la decisión de secuestrar una aeronave de Air France en su vuelo de Tel Aviv a París; entre los 248 viajeros y tripulantes estaban los secuestradores, que por la fuerza obligaron al comandante del avión a reabastecerse de combustible en Libia y luego aterrizar en su objetivo final, el aeropuerto de Entebbe, en Uganda; el propósito era el intercambio de 179 pasajeros, entre los de nacionalidad israelí y los de origen judío, por medio centenar de palestinos detenidos en prisiones de Israel y otros países.

La virtud del filme reside en su cualidad de llevar a la pantalla aquellos hechos con bastante fidelidad, algo que puede corroborarse si se consultan declaraciones de testigos presenciales publicadas en diversos medios; lástima que desentone la caracterización de los principales personajes, porque los protagonistas -una alemana (Rosamund Pike) y su coterráneo (Daniel Brühl)-se han diseñado como personas afectadas por traumas psicológicos en el caso de ella y de un idealismo rayano en ciego fanatismo si observamos al líder de la acción; por supuesto lo que nos transmiten ambos, que no son malos actores, es la sensación de que no se creen lo que representan y esto es fatal, porque el espectador tampoco.

El guionista Gregory Burke entra a definir los personajes que interpretan a los palestinos con manifiesta subestimación; son individuos opacos, groseros, sin escrúpulos y quienes los encarnan delatan sobreactuaciones; si en los alemanes se ha intentado plasmar cualidades positivas, razonadas, de humanidad y acción ante la defensa -a su modo- de una causa que creen justa, los árabes ocupan un rol comparable al de aquellos "indios malos" en los western tradicionales de Hollywood; aquí solo falta que corten el cuero cabelludo a los rehenes.

José Padilha en su condición de director del filme apuntó muy alto, sin embargo, se quedó a medias en una puesta en pantalla plana y a veces monótona; es como el perro al que su amo le tira de la correa y le impide alcanzar el hueso que tiene a la vista; en el tema de la dramaturgia es interesante cómo se logra algún mérito, al recrear el enfrentamiento del entonces Primer Ministro de Israel, Isaac Rabin, a los sucesos que dan lugar al argumento; es la encrucijada del hombre que lleva sobre sus hombros una nación indeciso ante dos opciones, ceder a los secuestradores o jugársela a un rescate sin posibilidades de prever el desenlace.

Si los acontecimientos en el caso Entebbe se presentan a muchos jefes de Estado o de Gobierno del mundo, es previsible que se lancen con los ojos cerrados a un ataque brutal con portaviones y misiles; los israelitas son diferentes, con sus virtudes y defectos -con derecho o no- siempre han optado por la estrategia del uso de los servicios de Inteligencia como ojos y oídos para prevenir ataques, y en caso necesario la intervención quirúrgica menos invasiva posible, el uso de pequeños contingentes de tropas de élite en operaciones dinámicas; si Rabin cedía en el asunto del avión de Air France, no solo hubiera desatado una cadena de secuestros con objetivos similares, sino que el conjunto de naciones le hubiera condenado por inconsciente.

La decisión del Gobierno israelí de utilizar la fuerza provocaría condenas morales en los medios de difusión y la nación iba a entrar en conflicto con el Presidente de Uganda, Amín Dada, pero los debates en el reducido equipo del Primer Ministro fueron más allá, porque entre los rehenes había judíos y si la operación no culminaba con éxito serían ejecutados, sin descontar las víctimas colaterales durante el combate; puede decirse que en los conflictos de conciencia del Primer Ministro de Israel y su gabinete de crisis es donde el director del filme suelta sus palomas y gana el cielo, implicando a los espectadores en la sala oscura, con el fin de que éstos también intenten decidir el camino a tomar.

En el filme "Siete días en Entebbe" más que el hecho del secuestro, se aborda un problema que aún en la actualidad sigue latente y es el de la falta de entendimiento entre dos pueblos que es muy probable, están sometidos a manipulaciones y a intereses foráneos que lastran las iniciativas para un diálogo, ese que les permita asumir el camino de la paz y la concordia; está claro que no es el Cine quien tiene en sus manos brindar una salida al asunto, pero es loable que éste sea un instrumento para dar a conocer determinadas situaciones, que hacen pensar si será cierta la frase que se atribuye al filósofo Thomas Hobbes: "Homo homini lupus" (El hombre es el lobo del hombre), concepto no tan lejano de la realidad.

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