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Literatura

El célebre tributo al diabólico rumor

La aventura cultural de la novela moderna, a diferencia de los clásicos de antaño, está por encima del bien y del mal. El acto de escribir novelas (no la novela como acto) ha encontrado una multiplicidad que algunos escritores, como Javier Marías, consideran extenuante, agotador e infructuoso.

Para el laureado escritor español, la novela en lengua española ha llegado a un punto de saturación tan alto que duda que pueda volver en breve tiempo a producirse obras grandiosas dentro de este género.

Asombrado y abrumado por tanta irreflexión, Marías atribuyó a la irresponsabilidad de ciertos editores la proliferación de novelas de baja calidad literaria que responden más al índice del mercado que a la ciencia de la escritura.

La novela moderna se ha multiplicado tanto en buena como en mala calidad. Y ya la selectividad mercantil obliga a las grandes transnacionales del libro a rechazar a nuevos novelistas por temor a perder. Sin embargo, las novelas clásicas latinoamericanas, esas que abrieron el camino desde el célebre movimiento del Boom de los 60 continúan punteando abismos.

“Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, es una de ellas. Su lectura otorga ese placer excepcional que todos esperamos encontrar cuando hojeamos las páginas de un libro.

Maestría formal Fue publicada en 1985, es decir, tres años después de que Gabriel García Márquez obtuviera el premio Nobel de Literatura. Con ella, forma y fondo confluyen en asombrosa plenitud. Y como su libertad formal está por encima de enanismos moralizantes, la novela salta propuestas experimentales para incluirse en la perfección estética. Estamos en presencia de una obra que parte de un narrador omnisciente, cuyo discurso es enriquecido por la extrapolación referencial de testigos oculares que lo interrumpen y se incorporan a la historia sin ninguna irreverencia.

La primera persona del singular, aparece y desaparece en medio de colectivismos prerrogativos. A veces es Santiago Nasar entrevistado por su propia indocilidad. Otras veces aparece un invisible periodista que a través del reportaje saca a la luz la información dispersa para ilustrar el crimen. Sale también la ingenuidad pueblerina, la intrascendencia ritual y hasta la ignorancia como epítetos complementarios, dentro de los parámetros de la técnica expositiva que me atrevo a llamar “sabiduría acumulada” y que ilustra al lector como referencia indirecta. También esa primera persona del singular esconde la cosmovisión de los personajes protagónicos para sacar, a partir de sus referencias. No son, por tanto, estrategias del autor para lograr una mayor credibilidad en la posible inocencia de Santiago Nasar, sino como mecanismos conductuales que desnudan la tragedia humana y sus taras existenciales que nos recuerda a Honoré de Balzac.

A García Márquez no le interesa que el lector descubra la inocencia o no de su personaje. “Crónica de una muerte anunciada” es un pretexto para juzgar la psicología latinoamericana desde la perspectiva de una comunidad -su mejor perspectiva- sin ningún tipo de concesión.

Los personajes aquí trascienden su propia historia en favor de la historia principal porque Crónica de una muerte anunciada no es un thriller de suspense donde el montaje literario está subordinado al desarrollo psicológico de los personajes. Al contrario, la tragedia de Santiago Nasar es un burdo pretexto para que el lector conozca algunas peculiaridades de la identidad cultural de estas regiones donde todas las desgracias se asumen con los rituales de la puesta del sol.

Es, una vez más, un homenaje a las posibilidades creativas del mito por encima de la pura sucesión de acontecimientos vivenciales.

Y dentro de la categoría mito, García Márquez eleva el rumor a planos de eficacia artística. Nunca antes este elemento de la cotidianidad había sido tratado a partir de un protagonismo tan notable.

La historia La típica venganza familiar por cuestiones de sexo es el pretexto para que García Márquez teja una trama alrededor de las máscaras de la incomunicación a partir del inadecuado uso de la comunicación.

La joven Ángela Vicario contrae nupcias con Bayardo San Román ante el nacimiento de una relación sentimental. Sin embargo, la misma noche de bodas, el esposo la devuelve a su familia al comprobar que no es virgen.

La familia atribuye la irreverencia a su anterior novio, Santiago Nasar, y dos hermanos de la víctima deciden matarlo a cuchilladas. Los homicidas llegan a la comunidad del insolente y la vigilia criminal comienza a la luz pública. Todos saben el querer de los forasteros excepto la víctima. Pero hay algo peor, nadie le advierte a Santiago Nasar la tragedia en la que se verá envuelto en las próximas horas: o suponen que él lo sabe o poco interés muestran en salvarle la vida.

La historia de Santiago Nasar puede leerse a partir de los márgenes de la indiferencia que sin control alguno, se colectiviza por las miserias humanas. Tal vez como en ninguna otra de sus obras, los personajes de García Márquez asumen manifiesta inocencia ante la culpabilidad de sus actos. De manera involuntaria cada personaje describe su versión casi documental, casi reiterativa del hecho: el “mea culpa” del informante asume un protagonismo hegemónico.

Pero hay más. El acuchillamiento del supuesto deshonrante pierde su naturaleza sanguinaria para convertirse en una espléndida maquinación existencial. La novela no es la historia de una venganza, ni la recreación de rumores pueblerinos. Estamos, pues, ante una historia muy cercana a la vida real y no tanto por su trama. Son los resortes internos de la naturaleza continental los que salen a la luz en forma de inocencia diabólica, como juego de azar, ya bien por ignorancia, incompetencia o simple sinrazón.

La historia que propone García Márquez se revierte contra ella misma porque, en última instancia, no es lo que importa. Esa imagen final de la novela donde Santiago Nasar camina con sus manos llenas de tierra sujetando sus tripas al aire, es paradigmática: “-Que me mataron, niña Wene”. De principo a fin, Santiago Nasar es fruto de una sociedad con una escala de valores muy especial que no resiste la menor ensoñación. Y esa es tal vez la gran virtud de la historia.

EL GABO POR DENTRO Gabriel García Márquez nunca se afilió ni a partidismos políticos, ni a ideologías sectarias. Compartió durante su existencia el periodismo y la literatura de manera armoniosa y ejemplar, y jamás ocultó su preferencia hacia el periodismo. De carácter tímido, introvertido, fervoroso seguidor de la música típica colombiana, guitarrero, de buen apetito y madrugador, él mismo se calificó como alguien muy especial. “Soy uno de los seres más solitarios que conozco, y de los más tristes, aunque resulte increíble... La gente del Caribe es muy así aunque tenemos fama de gregarios, de pachangueros, de fiesteros, pero tú los ves en plena fiesta y están con unos ojos de melancolía...”.

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