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Fundación Tzu Chi

Dos décadas después de la fundación Tzu Chi en República Dominicana

En un sector marginal de la Romana, donde la pobreza se vive a flor de piel y el sol candente es el protagonista de sus calles roscosas y sin asfalto, se encuentra un lugar que dista mucho del panorama: La escuela Tzu Chi.

Al entrar, lo primero que se aprecia es la felicidad evidente de los niños que reciben cada día el pan de la enseñanza gracias a la entrega del cuerpo docente y el grupo de voluntarios de la fundación Tzu Chi, originaria de Taiwán que desde el año 2000 ha sido un rayo de esperanza para los habitantes de ese entorno.

Historia A raíz del huracán George que afectó el país de forma devastadora en 1998, el sector Juan Pablo Duarte en la Romana quedó en ruinas. Sin escuelas, hospitales, luz ni agua potable para sus habitantes, el sector se convirtió en un vertedero. A falta de recreación y educación los niños utilizaban su tiempo en el buceo de la basura. Los lugareños pedían a gritos ayuda. Es en ese momento cuando la fundación Tzu Chi se percata de la situación e inicia su proyecto para la construcción de una escuela.

“Los inicios no fueron tan fáciles. Duramos entre 7 u 8 meses para conseguir el solar. Es entonces que mediante el embajador de Taiwán en el país que pudimos conseguirlo”, declara Fabiola Tsai la primera encargada de la fundación en el país.

Al principio la escuela albergaba de 200 a 300 estudiantes, hoy día la escuela imparte la tanda extendida con 570 alumnos y los niños reciben clases de inglés, francés, robótica e informática.

Tradición Anualmente, voluntarios de la fundación en el país y de Taiwán, hacen donaciones de uniformes y útiles escolares a los alumnos de la escuela. También realizan contribuciones de comida, operativos y ayuda médica a los lugareños.

El Cambio Después de la creación del centro educativo el sector ha cambiado para bien. A pesar de la escasez y pobreza que aun impera, no se compara a como era 20 años atrás. “Yo nunca había visto algo así. Era desolador. Las personas vivían en casas de zinc y dormían en cartones. Solo se veía una montaña de basura en la que buceaban desde animales a niños. Gracias a la escuela muchos comerciantes se han animado a invertir en la zona y a construir mejores casas”, relata Tsai.

“El trabajo de la escuela no solo cambia la vida de los niños, también cambia la vida de sus familias, y el desarrollo de la comunidad”.

También gracias al trabajo que se realiza en el centro, se han iniciado programas educativos en las penitenciarías y liceos de la zona.

De beneficiarios a voluntarios Juana García mejor conocida como “Nirca” es una de las voluntarias más activas de la fundación. Tiene 8 años en trabajando en ella y narra que empezó porque sus hijos estudiaron en la escuela Tzu Chi.

“Al ver tan hermosa labor que realizaban los taiwaneses con los niños de la comunidad me motivé a formar parte. Gracias a la educación que recibieron en la escuela hoy son adultos productivos y siguen estudiando”.

Así mismo, el joven José Manuel Ramírez de 18 años, es egresado del centro y también se dedica al voluntariado. Dice que por la formación que recibió en la escuela quiere estudiar Ingeniería en la universidad y sueña con ser mecánico de avión y especializarse en el extranjero.

“Como egresado siento el deber de retribuir la ayuda recibida y ayudar a otros niños y jóvenes con necesidad, como alguna vez yo también la tuve”, declara.

¿Cómo ser voluntario? Fabiola Tsai expresa que todos los interesados en pertenecer a la fundación tienen las puertas abiertas.

“Ahora mismo hay escasez de voluntarios. Necesitamos especialmente gente joven para que le dé continuación a la labor que realizamos”, concluye.

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