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Personalidad

Margaret Randall y el lenguaje del dolor

Tomado de la página web La jornada semanal.

Eve Gil

A decir de la autora nicaragüense Gioconda Belli, “Margaret Randall tiene la calidad de esos pájaros deslumbrantes que se le quedan a uno grabados en los ojos cuando se camina por las veredas de Mombacho […] Una mata de pelo largo y blanco todavía húmedo en los bordes, los ojos azules llenos de melancolía y la voz que oscila entre el lamento y el canto…” ¿Quién asociaría esta descripción con la niñita vestida de encaje y moño, nacida en el seno de una tradicional familia judía de clase media en Nuevo México, que enfrenta contrita a la cámara mientras su abuela materna: “rodea mi trasero engalanado como para una fiesta, tus dedos en una rara postura, como haciendo un signo secreto” (“La segunda foto”)?

Nacida en el seno de una familia judía de la clase media, el 6 de diciembre de 1936, en Nueva York –aunque se criaría en Nuevo México–, Margaret fue sistemáticamente violada desde la más tierna infancia por su abuelo materno, solapado por la abuela. La poeta calló porque no supo qué nombre darle a aquello que la rompió por dentro y la condenó a vivir recogiendo pedacitos de sí misma por todo el mundo. Apenas graduada de high school en 1954, emprendió su primer viaje en motocicleta por el norte de África y Europa. Pararía en Sevilla durante un año, empleándose como criada a cambio de asimilar la lengua de la que habría de enamorarse: el español. Y si bien probó la libertad absoluta, y le encantó, por alguna razón terminaría de vuelta en Nueva York y conocería a quien sería el padre de Gregory, su primer hijo. Durante el proceso de adaptación a la maternidad, en 1961, despertaría su conciencia política al extremo de hacerla pegar otra voltereta de 360 grados, y, con su bebé de diez meses en brazos, marchó rumbo a México. Allí, dice Margaret, se hizo feminista y publicó su primer libro sobre feminismo, una antología documental y clásico del tema, Las mujeres (Siglo xxi Editores, 1970). Al tiempo que compila este libro empieza a escribir poesía, permitiendo que las suturas que la han preservado del trauma se desprendan. Su herida al fin encuentra nombre: incesto. La niña violada, que nunca dejará de ser niña, encara al abuelo violador, a la abuela cómplice y a la anonadada madre que, con toda seguridad, pasó por lo mismo: “por favor, mamá, no sigas diciéndonos las palabras que piensas que queremos oír. Háblanos desde tu propio miedo. […] Mira, yo ahora reúno a mis hijos agrupo sus estaturas mato al santo a treinta años de su muerte toco su carne putrefacta bajo la luna veo cómo caen en los pilares. […] Recojo sus pedazos”. (“Para matar al santo”).

De México a Cuba, Nicaragua… y vuelta a casa

En México fundaría, junto con el poeta Sergio Mondragón, la revista bilingüe The Plumed Horn (El Corno Emplumado), en 1962, que alcanzaría treinta y dos números y publicaría, además, más de veinte títulos de poetas estadunidenses y latinoamericanos. Con Mondragón –autor, entre otros, del bellísimo libro Hojarasca– procrearía dos hijas: Sarah (1963) y Ximena (1964), separándose al poco de nacer la última. El hecho de que fuera madre de dos niñas mexicanas no suavizó la mano represora de Gustavo Díaz Ordaz contra aquella estadunidense subversiva, implicada hasta el alma y las vísceras en el movimiento estudiantil de 1968. Esto la llevaría a vivir en la clandestinidad, aunque al poco de nacer Ana, su tercera hija, fruto de su unión con el poeta estadunidense Robert Cohen, salió de este país que no hubiera querido abandonar jamás, con destino a La Habana, donde viviría hasta 1980. No consiguió recuperar la nacionalidad estadunidense a través de su unión con Cohen, y le sería nuevamente regateada en 1986 tras comprobársele que era “comunista” por escribir un poema al Che Guevara. Se le cuestionó por asuntos tan absurdos como pintar desnudos en una clase de arte y trabajar como mesera en un bar gay. Sus conceptos, más que sus experiencias, se reflejan en tres ensayos sociológicos publicados por la editorial mexicana Siglo xxi: Los hippies, expresión de una crisis, El espíritu de un pueblo: las mujeres de Vietnam, Mujeres en la revolución, y una hermosa crónica en coautoría con el poeta cubano Ángel Antonio Moreno, sobre un querido artista callejero de Matanzas, el Che Carballo: Sueños y realidades del Guajiricantor (1979). En los ochenta se mudaría a Nicaragua para vivir desde dentro la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que daría lugar al testimonial Todas estamos despiertas, donde detalla la muy activa participación de las mujeres contra el terrible General Somoza. Publicado en su país natal bajo el título de Sandino´s daughters, y destinado a ser su libro de culto, por el que hasta la fecha recibe amorosas cartas de sus lectores.

El despertar de una conciencia feminista, particularmente durante su experiencia nicaragüense, hizo a la poeta y periodista reparar en el hecho de que, como poeta, había trabajado su propio dolor como si fuera arcilla; que era suyo pero también de los demás. El dolor concientizado, internalizado, autopsiado, se transforma en la posibilidad de una enseñanza mutua, en una lección que requiere ser compartida y transmitida hasta volverse leyenda. Madre de cuatro hijos, abuela de diez nietos, inició una nueva vida en Albuquerque con la pintora Barbara Byers, su relación más perdurable y prolífica. A Barbara dedica su obra antológica, Esto sucede cuando el corazón de una mujer se rompe. Su delicioso poema “Nuestro aniversario”, incluido en uno de sus más recientes poemarios, Dentro del otro tiempo: reflejos del Gran Cañón, ilustrado, por cierto, por Barbara, plantea el compromiso amoroso entre dos mujeres; un clásico intercambio de anillos que adquiere un toque de sublime subversión. Dentro del otro tiempo… es también un himno al paisaje y a la naturaleza de Estados Unidos, que la petrifica hasta dejar mudo a su cuaderno.

Aunque su poesía la escribe en inglés por ser su lenguaje del dolor, Margaret está muy influida por Sor Juana Inés de la Cruz, César Vallejo, Roque Dalton, Violeta Parra y Carlos María Gutiérrez, aunque reconoce la presencia de Whitman, Hart Crane y de la también poeta lesbiana Adrienne Rich. A decir de algunos críticos, el lugar de Margaret está al lado de escritoras negras, indias e hispanas como June Jordan, Audre Lorde, Sandra Cisneros, Michelle Cliff, Janice Gould, Sonia Sánchez, Luci Tapahanso y Gloria Anzaldua. José Vicente Anaya la ubica, ¡muy atinadamente!, junto a otras poetas de su generación que transformaron el entorno doméstico en nueva poesía, como Sylvia Plath, Anne Sexton y Diane di Prima.

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