Ventana
sábado, 18 de abril de 2015
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LITERATURA
José María Arguedas, el olvidado
Su vida estuvo marcada por la cultura indígena en Perú y en sus obras resaltaba lo aprendido desde su infancia.
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Considerado uno de los más destacados escritores peruanos, y su decente paso por el servicio público y el magisterio, el nombre de José María Arguedas es casi desconocido para la mayoría de los dominicanos.
Por tal motivo, tras el anuncio de que La XVIII Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2015 tendrá a Perú como país invitado se hace preciso conocer a uno de sus más destacados autores.
Además de que su labor como “novelista, traductor, difusor de la literatura quechua, antropólogo y etnólogo”, hacen de él uno de los principales impulsores de la cultura indígena en Latinoamérica.
Inicios
De acuerdo a su biografía, a Arguedas lo criaron sirvientes de su casa paterna y, desde su infancia, se empapó de la cultura indígena propia de la región de Andahuaylas, Apurimac.
Aprendió el quechua y se familiarizó con las costumbres aborígenes, hecho que le motivó a dedicar el grueso de su obra literaria a buscar la redención de los primeros pobladores del país y de su cultura.
Palabras
“Cuando llegué a la universidad, leí los libros en los cuales se intentaba describir a la población nativa, me sentí tan indignado que consideré que era indispensable hacer un esfuerzo por describir al hombre andino, tal y como yo lo había conocido”, indicó el autor al referirse al tema recurrente de su obra.
Reconocimiento
Arguedas inició su carrera literaria al publicar su libro de relatos “Agua” que trata sobre la rebeldía social de los nativos. En 1941 publicó su primera novela “Yawar Fiesta”, donde expresa su interés en comprender la cultura y el espíritu quechuas. Después de muchos años de silencio publicó, en 1958, “Los Ríos Profundos”, considerada por muchos críticos, como su mejor obra literaria.
Puente
Uno de los puntos importantes en los estudios antropológicos de José María Arguedas es el rescate de la música y su integración a la vida indígena.
Su existencia fue muy difícil, algunos expertos la definen como “una lucha perpetua contra la soledad y la incomprensión social que transcurrió en el medio capitalino hostil y mezquino, muy diferente al mundo andino que tanto amaba”.
Legado
Un total de seis novelas y una veintena de relatos componen su obra narrativa: la primera publicación en forma de libro fueron los cuentos de “Agua” (1935), y su primera novela fue editada en 1941, “Yawar Fiesta”. En la década de los cincuenta publicaría “Diamantes y pedernales” (1954) y “Los ríos profundos” (1958). En los años sesenta publicó “El sexto” (1961), “Todas las sangre” (1964), “Amor mundo” y “Todos los cuentos” (1967); en 1971 saldría su obra póstuma, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, novela inconclusa.
Pensamiento
En especial, “El zorro de arriba y el zorro de abajo” constituye una muestra de los conflictos internos que atravesaba en los últimos días de su existencia. Arguedas se suicidó de un disparo de pistola mientras trabajaba como profesor en la Universidad Agraria, el 28 de noviembre de 1969.
Punto final
“Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”, aseguraba el escritor.
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ALGUNOS ESCRITOS
El barranco (fragmento)
“Las mulas se animaron en el camino, sacudiendo sus cabezas; resoplando las narices, entraron a carrera en la quebrada, las madrineras atropellaron por delante. Atorándose con el polvo, los becerritos se arrimaron al cerro y algunos pudieron volverse y corrieron entre la piara. La mula nazqueña de don Garayar levantó sus dos patas y clavó sus cascos en la frente del “Pringo”. El “Pringo” cayó al barranco, rebotó varias veces entre los peñascos y llegó hasta el fondo del abismo, boqueando sangre murió a la orilla del riachuelo“.
Los ríos profundos (fragmento)
“El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos.
-¡Zumbaylllu, zumbayllu! Repetí muchas veces el nombre, mientras oía el zumbido del trompo. Era como un coro de grandes tankayllus fijos en un sitio, prisioneros sobre el polvo. Y causaba alegría repetir esta palabra, tan semejante al nombre de los dulces insectos que desaparecían cantando en la luz“.