Problemática
Libros mal editados y editores improvisados
Editar un libro es igual que enamorar a una mujer. Debe ser tocado con dulzura, con el tino de la gota de lluvia perfumada. El editor tratará de inventarle el esplendor; sacar sus hojas marchitas y dejarlo en su más perfecto estado de belleza. Para hacerlo, deberá acudir tanto a la razón, como a la magia. El libro correctamente editado no sólo debe arder en pulcritud, sino también reverdecer como las plantas bien sembradas sobre las cuales siempre vuelan ilusiones. Hay libros que dan gusto leer nada más que por la calidad de su edición. Mientras que hay otros de gran interés, pero envueltos con el sello siempre torpe de la imperfección editorial. En nuestro país hay muy pocos buenos editores de libros. En el mejor de los casos, aquí, la tarea de edición, siempre termina recayendo en manos del propio autor que, sin tiempo ni oficio, hace lo que puede para que su libro llegue a manos del lector con más o menos trauma. Peor es el que se autodenomina “editor” cuando en realidad se dedica a calcar las normas de publicaciones extranjeras. Y mucho peor es el que considera que el hecho de ser editor cae del cielo por obra y gracia de las buenas (o las malas) intenciones. TraumasLa ausencia de buenos editores en la República Dominicana (y por supuesto, fuera también de la República Dominicana) hace posible que muchos de nuestros libros salgan publicados con imperdonables manchas técnicas, como pueden ser dejar en blanco tanto la contracubierta como las solapas; no incluír fichas literarias de los autores (y en su defecto publicar ridículos currículos de contenido extraliterarios), no otorgar los créditos de autor ni de edición; no respetar las sangrías, ni dar respiro al lector al pasar de una página a otra de la obra. En materia de antologías, las manchas impresas adquieren el triste destino del telar desprotegido, sobre todo, cuando los autores son ganadores de importantes premios (tanto nacionales como internacionales), y a veces ni siquiera se indica el país de procedencia, por no decir ni un par de líneas que ilustren al lector sobre el tipo de material que tiene ante sus ojos. Vividores, charlatanes, improvisados y gente sobrevalorada sin ningún tipo de preparación no solo se autoproclaman “editores”, sino que “fundan” editoriales, viven de ellas y engañan a quienes creen que ellos son los encargados en universalizar lo que escriben. EjemplosQuiero hoy llamar la atención a personas e instituciones dedicadas a la “edición” de libros. Desde esa figura de nuestra cultura que responde al nombre de Freddy Ginebra y que lleva sobre sus hombres el prestigioso premio literario Casa de Teatro, hasta esa insuperable emisora radial (Radio SantaMaría) que desde la ciudad de La Vega organiza un evento ejemplar que ha dado a conocer a importantes valores de nuestro presente cultural, sobre todo, de la región cibaeña. Es necesario aplicar la regla de la dimensión. Todos deben poner el genio que poseen en favor de lograr obras mucho mejor editadas en beneficio de los lectores de este y de cualquier otro país a donde lleguen. Y a todos nuestros autores les invoco el propósito fundador: debemos reinventar el oficio de editor, del verdadero editor, de ese que marca lo que hacemos con el mismo aliento con que se enamora a una mujer hermosa. Evitar manchas. Tratar por todos los medios de no sacar a la luz textos que perjudiquen la imagen de sus autores, es reto. Hoy, que el libro ya no es una mercancía con valor de uso masivo, donde las tiradas de obras de valor son cada vez más pequeñas y escasas, donde las empresas e instituciones cada día se resisten más en invertir en favor de los autores dominicanos, la figura del editor, sobre todo del editor independiente que predomina en nuestro ambiente debe olvidar un poco sus necesidades mercuriales y concentrarse más en ceñirse de un adecuado prestigio en relación con los libros que saca a la luz. Ese, solamente ese, es el reto. Lo demás vendrá por el camino, más temprano que tarde.