MÍNIMO DIETARIO
Julio
La luz desnuda de esta tarde de julio, el libro en cuyas páginas repaso los poemas de Borges o Juan Ramón, el árbol solitario, gigante dormido y meditabundo, que parece querer abrazarme con sus ramas, las erráticas nubes que describen complicadas travesías antes mis ojos, la quietud de las cosas cotidianasÖJulio es un racimo de rosas mustias, una breve canasta de manzanas, un agua mansa que besa mis manos, delicada y parcamente.Caligrafío unos versos sobre un papel áspero y parduzco; después de unos minutos, desisto. Mejor que enmudezca el folio esta tarde. Nada peor que añadir un poema a la insondable biblioteca de la mala poesía. La decencia estética me dicta cerrar la pluma. Afuera, los pájaros de julio rumorean, y la lluvia se desploma con empeño sobre los edificios de esta ciudad, crepuscular material para la nostalgia. Este panorama de la juventud es ahora un dorado recuerdo en el riguroso laberinto del tiempo. Rigor y belleza, términos de una ecuación en la que intuyo se aloja parte del misterio.Los insectos y el polvo de la tarde, las canciones errabundas que convocan al silencio en medio del ruido perenne de la gente, el óxido destilado por la tristeza, la melancolía y su huella putrefacta.Julio es un nombre perdido entre las blancas piedras que acaricio con mis dedos invisibles. Un cúmulo de palabras desfallecidas, la carne triste, o los muchos libros que me quedan por leer.