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POR SU PROPIA CUENTA

Luchadora contra viento y marea

Doraysa de Peña invita a la complicidad por su fe en el arte que disfruta y al cual le ha dedicado su vida. Ocho años de estudios y una vocación inquebrantable han sido el motor que la llevó a entender que si vida cabe dentro de un par de zapatillas.

Cuando Doraysa de Peña baila, lo hace con todo su ser. Verla dar volteretas, estirarse y hacerse gigante puede ser una experiencia única. Al igual que los demás miembros del público disfruto de cada uno de sus pasos sobre el escenario. Todos comentan algo sobre ella. -Transmite una pasión increíble. -¡Baila como una diosa! Pienso igual, se nota que dentro de sí guarda algo, que con cada paso que dibuja en el aire se juega la vida. Y mientras espero para entrevistarla, supongo que, al parecer, a todos los artistas les corre el sentimiento en las venas. Me dedico a la danza ódice Doraysaó. En el barrio la Zurza doy clases a niñas de diez a 15 años y en un colegio, a niños de preprimario y adolescentes hasta cuarto de bachillerato. Con una sonrisa en el rostro, asegura que nunca cruzó por su mente la idea de ser maestra, pero se vio en la necesidad de buscar un trabajo. “Ahora no me arrepiento. Por suerte las clases llegaron a mi vida e iluminaron mi camino. Una profesora, Marianela Boán, me consiguió un grupo de niñas en la Zurza, ahí voy e imparto unas clases técnicas de ballet clásico, condicionamiento físico y luego improvisación”, comenta. “Trato de mostrarles cómo usar su cuerpo de manera creativa, porque es la idea no es tanto enseñarlas a bailar, sino permitirles que salga a flote su imaginación. Son niñas que no saben nada de danza y se espera que ese conocimiento que adquieren lo usen para crear bailes”, añade. A sus 19 años, Doraysa ha logrado bastante, pero su espíritu inquieto no se conforma. -Soy pasante y bailarina invitada de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Desde que tengo uso de razón me atrae el baile; creo que fue mi mamá que me inculcó el amor que siento por el escenario. Ella me llevó a la Escuela Nacional de Danza (ENDANZA), y ahí duré ocho años de formación. De acuerdo a sus palabras, pertenecer a ENDANZA la hizo amar el ballet. Explica que es lo que respira, lo que bebe cuando tiene sed, lo que la hace sentir bien. -Pensé que quería ser bailarina clásica, pero llegué a un punto en que me sentí decaer y ahí fue que encontré la danza contemporánea. No me gustaba al inicio, pero descubrí que mediante ella podía sacar a flote mis tristezas y alegrías. La isla desiertaUno no imagina a una bailarina encerrada por ocho horas en un laboratorio, o en una oficina. Es simple, no cuadra. Doraysa lo sabe. “Lloro todas las noches cuando pienso en lo difícil que es ser bailarina en Republica Dominicana ó me comenta, mientras hace un estiramiento ó por eso a veces digo que voy a dejar esto y voy a estudiar odontología. A mí me encanta mi país y no me quiero ir ni muerta, si lo hago sería a una universidad a estudiar danza o tomar talleres, pero no a vivir ó agrega ó. No quiero irme, pero aquí las oportunidades son cero en un millón. A veces, la necesidad puede ser un temible adversario. “Mis compañeras abandonaron el barco. Actualmente de siete solo quedamos dos bailando y más entregadas a la danza”, revela. “Las demás trabajan o estudian en cosas que nada tienen que ver con el baile”, añade. Presto atención a esta joven.-Creo que es lamentable durar ocho años en una escuela, haciéndote profesional. Practicar de lunes a viernes. Llegar de noche a tu casa a hacer tareas y antes de dormir preocuparte de estirar para no perder el trabajo que hiciste en el día; para después llegar al final de todo ese tiempo y decir que no hay nada que hacer y preferir ir a una tienda a vender ropa teniendo un título y una profesión que estudiaste. Es algo irónico ópienso al escuchar a Doraysaó ¿cuántas pintoras, escultoras o intérpretes habrán dejado de lado sus carreras de toda la vida para dedicarse a algo que “les permita vivir en este país”? ¿Qué difícil debe ser para una bailarina colgar sus zapatillas detrás de la cama y ver como el polvo las invade, mientras se preparan cada mañana para cumplir un trabajo de nueve a cinco solo porque el artista dominicano “o se va del país o se muere de hambre”? ¿No que eso quedó atrás? Como si leyera mi pensamiento, Doraysa pregunta ¿Nos matamos entregando amor, sangre y sudor para ir a hacer lo que no aprendimos? Realmente no quiero irme, se responde, pero a veces pienso que tarde o temprano tendré que hacerlo. -Los artistas que admiro me dicen “vete”, pero me duele porque este es mi país y quiero dar todo por mejorarlo. Lamentablemente es muy importante irte al extranjero, volver y decir “me fui y estudié en tal sitio, con fulanito de tal para que te valoren. Eso me deprime”. La bailarina no duda al decir que la situación más difícil de su vida es la que vive ahora. “Me siento sola y algunas veces creo que todos los años que estuve en la escuela de danza fueron en vano. Otras veces pienso que no sé quién soy y me digo que no necesito que nadie me consiga nada, quiero obtener todo lo que deseo por mis propios méritos, no por relaciones. Si gano una beca quiero que sea por mi esfuerzo”, expresa. Se pierde la técnicaCon mirada crítica, la joven analiza la situación de la danza en el país. “El problema está en que aquí baila cualquiera, en el sentido de que un grupo de niñas se sienta a ver una coreografía y luego van a la televisión a decir que son bailarinas. Algo que a las que si estamos estudiando desde pequeñas nos duele”, destaca. Para el público, no hay mejor regalo que un bailarín que lo entrega todo. -Esta rama del arte necesita muchas cosas. Veo que el arte está creciendo y está teniendo más apoyo, pero la danza contemporánea está siendo degradada, se está llevando a lo comercial y para mí debe ser algo más allá que bailar una canción de moda. Con eso creas arte. No es tratar de sorprender a la gente, así no tiene sentido. De Peña señala que más que apoyo económico, se necesita enseñarle a la población sobre el ballet contemporáneo. (+)UNA ARTISTA DE PIES A CABEZAA futuroLo que tienes dentro sácalo, experimenta y conviértelo en arte. Con estas palabras me dice que no trata de ser la mejor bailarina del mundo, sino que su deseo es tocar al espectador. -Cada vez que bailo es mi momento de felicidad. Lo único que me gustaría es encontrar un espacio. No quiero ser una ‘superstar’, solo deseo pertenecer a algo. Puede ser un grupo donde pueda ir todos los días y aportar lo poco que sé. Es bueno ser un bailarín independiente, pero llegas a un punto en el que te sientes vacía y sola. Mi objetivo no es que me digan que bailo bien, busco crear junto a otros. Al escucharla recuerdo que “no hay nada hay más admirable y heroico, que sacar valor del seno mismo de las desgracias, y revivir con cada golpe que debiera darnos muerte”. De pronto, llegamos al final de la entrevista. “No quiero irme sin luchar”, dice la bailarinaÖ “No quiero irme sin luchar”, se repite en mi cabeza mientras la veo tomar sus zapatillas e intentar un último paso...

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