LITERATURA

Los caminos del escritor

ESTOS CUENTOS PENETRAN EN EL MUNDO INTERIOR DE LOS PERSONAJES SOBRE LOS QUE NARRAN

Avatar del Listín Diario
José Alcántara AlmánzarSanto Domingo

Creo que escribir es descifrar enigmas que paradójicamente nunca terminamos de comprender. Lleno de dudas y preguntas, el escritor, hombre o mujer, transita por un camino sembrado de incertidumbre y sombras que va desbrozando a golpe de palabras, con el propósito de llegar a iluminar los dilemas de la existencia. Es una faena de tanteo, vacilaciones y aciertos, una alegría que mana del dolor de ser consciente en un medio torvo; una labor en la que uno va dejando lo mejor de sus energías interiores, sin imaginar siquiera si convertirá la frágil apariencia de las cosas en testimonios de belleza perdurable; o si las criaturas de la imaginación que uno poco a poco va alumbrando resistirán la prueba del tiempo, que pone las cosas en su justo lugar: ´El tiempo, gran escultorª, como reza un título de la inolvidable Marguerite Yourcenar. Todo cabe en el ámbito infinito de la literatura y, aunque resulte muy difícil deslindar las fronteras entre realidad y fantasía, verdad y mentira, hechos y fabulaciones, lo cierto es que la literatura nos ayuda a entender mejor el mundo; un mundo que se resiste a la comprensión y que, a medida que el tiempo transcurre, se torna más abstruso, complejo y huidizo. Pero sobre todo, hacemos literatura como reflexión sobre el ser y su destino, porque intentamos desentrañar, muchas veces sin conseguirlo, el misterio de nuestra andadura por la vida, tratando al menos de saber qué hacemos aquí en este efímero instante. VocaciónUn escritor está animado por una vocación que no eligió, pero que se le impuso con una fuerza obsesionante y abrumadora, de la que no puede escapar. Esa vocación lo aguijonea a seguir, con resuelta determinación; lo impele a concentrarse para hacer su trabajo del mejor modo posible, ajeno al fragor de la calle y las insidiosas veleidades del momento, sin pensar si lo que hace tendrá algún sentido para otros, si será retribuido o no, si conquistará la admiración de los lectores. Pues lejos de ser un asunto de ego y vanidad mundana, tan trivial y pasajera, al escritor debería preocuparle, ante todo, su trabajo creador. Debemos acometer este oficio imbuidos de esperanza, pero sin soñar con los espejismos del éxito, las recompensas del irresistible dinero, los fastos del poder, los engañosos encantos de la fama, y todas esas tentaciones que carecen de sentido, pues la literatura, no lo olvidemos, debería bastarse a sí misma como expresión del alma humana. Para conseguir lo que se propone, un escritor debe ceñirse a su oficio con una pasión sin condiciones, pero también con una constancia que se exprese en su entrega a la lectura y la escritura, cada día de su vida, y una firme conciencia de las limitaciones de su quehacer. A fin de cuentas, un escritor es un individuo como tantos, con su fardo de miserias y flaquezas a cuestas, enfrentado a circunstancias y reclamos diversos, sujeto a los azares, imprevistos y desgracias de un mortal, salvo por una cosa: que se halla traspasado por el don de la palabra, ese regalo con el que mitiga los sinsabores del diario acontecer. Por eso, este oficio, que no se aprende en la escuela, se va sedimentando, por amor a las palabras, al leer a los maestros y absorber de ellos los secretos de la escritura a través de sus obras. Ése es el primer peldaño en la formación de un escritor, un hábito al que jamás debería renunciar. El otro elemento crucial es observar, escuchar con oídos atentos el habla de su colectividad, de la que hereda y asimila la lengua que emplea en sus escritos, en los que se filtra el alma de su pueblo, su tierra y la época en que le ha tocado vivir. El oficioEntonces, el oficio provee las destrezas y habilidades, mientras que la lengua constituye el instrumento privilegiado de que se sirve un escritor para realizar sus creaciones. Pero, ¿cuántos miles de palabras forman el vocabulario de un escritor? ¿Y cuáles, de todas las palabras que conoce, manejará al escribir sus obras? ¿Son suficientes oficio y vocabulario para llegar a la escarpada cima de la creación literaria permanente? Es obvio que no; son solo condiciones indispensables sin las cuales no podemos aspirar a nada. Con el lenguaje, el escritor busca transmitir sus verdades más recónditas, ésas que nadie puede contar por él, un lenguaje que no es utilitario ni es ideología, que no instrumentaliza ni manipula, con el que busca llegar al fondo de los seres y las cosas. Hay una ética del decir que se refleja en cada obra, y el escritor queda al desnudo si es deshonesto, embaucador o frívolo. Cuando el escritor es cuentista, intuye que su búsqueda es ardua y que si logra un texto memorable será como un premio al inmenso esfuerzo de una larga carrera en pos de un universo denso pero revelador, corto pero inolvidable. ´Un cuentista debe ser valienteª, dijo el narrador chileno Roberto Bolaño, y luego agregó, enigmáticamente: ´Es triste reconocerlo, pero es asíª. Supongo que se refería a ser valiente para sacar sin ambages lo que se lleva dentro, aunque perturbe, escandalice o atormente, pues su misión también es la de poner al raso las contradicciones del ser humano. (+)ESCRIBIR CARRERA CONTRA EL TIEMPOEl cuentista sabe que su lucha es una carrera contra el tiempo; que el espacio de que dispone no es mucho, y que solo su intuición y su pericia pueden ayudarle a conseguir la máxima intensidad al contar una historia sin desperdicios, digresiones o rodeos, sin desviarse un ápice de su objetivo. La obra completa del gran cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro lleva por título “La palabra del mudo” (1974). El oxímoron de esa frase refleja muy bien los dilemas del narrador de cuentos: una expresión casi imposible que emerge de las profundidades de su ser para deslumbrarnos como un intenso relámpago, o sobrecogernos como un cataclismo fulminante.

Tags relacionados