LA CUARTA PARED
Malogro
Aún sin ganas, aún sin fuerzas llegué aquí. Tú me llamabas, tu me gritabas, Ya no podría dormir. Pronto me halaste a tu encuentro Y de la noche eterna en la que hallé descanso Pasé a tu incesante ardor. Pero ahí estaba. Tu me llamaste. Así aprendí tus letras, así acepté tu luz Dejé pasar tu aliento por mi aliento Como animal que bebe por beber, sin saber qué está bebiendo. Y mi noche, y mi mar gris, los enterré Escuchando las olas sólo a ojos cerrados. Abiertos, solo tú. Y al paso del tiempo no tuve más que tres deseos. Deseé que al mirarme sonrieras, Deseé que al cantarte tú oyeras, Deseé ver las nubes al menos tras ventanas, las horas que fueran, las horas que fueran. Pero para ese entonces ya me habías descubierto. El sol brilló en mis escamas. En la luz no fui más que un tonto monstruo azul. Y por más que intenté, mi canto no era tu canto, Era voz transeúnte que, al no encontrarle norte, La condenaste al sur. Entonces aprendí a vivir de lo que sobra; A mirarte, por años, desde abajo; A seguirte de lejos, sin esperar sonrisas, A dar por congruente mi desgano. Hoy me sigo arrastrando en las escamas Sobre tu tierra escasa de llovizna. Has destruido las puertas, las ventanas. Me has dado a beber sal. ¿Yo? Aún cierro los ojos cuando puedo. Por ver si allá, como antes, se oye el mar. Quizás sigo dormida en esa noche. Ahí, donde me llamaste, Aún no sabes por qué.