Ensayo
Un nuevo libro de Giovanni Di Pietro
Fue a eso de las 5: 00 p. m. de un día de septiembre de 1986 cuando tuvimos la dicha de conocer al Profesor Giovanni Di Pietro en el antiguo campus I de la UNPHU que, como todos saben, cayó derribado a los llamados cantos del progreso. Fue nuestro profesor de Literatura Inglesa y norteamericana en varios semestres. Se ha quedado muy bien grabada en nuestra memoria su imagen de lector voraz, sentado a solas en el tercer piso del edificio principal de la universidad. De vestuario siempre sobrio, con cabello largo dándole a la espalda, de carácter tímido, huraño y taciturno. Nada más lejos en su nuevo alumno el que un buen día a su maestro --de temperamento pacífico, meditativo, y de mirada de largo triste y nostálgica-- le caería encima el estudio más serio que se haya hecho en el país sobre la novelística nacional. Giovanni, y quien ahora emborrona estas líneas, terminaron siendo íntimos amigos, lo cual le da un conocimiento de primera mano de su verdadero carácter, filosofía de vida, convicción, ideales, esperanzas y desilusiones. Si pudiéramos definirlo en pocas palabras, diríamos que Di Pietro es un artista de cuerpo entero, de formación europea, muy serio en su oficio de escritor, un trabajador incansable en los quehaceres de la cultura. Un amigo de los amigos, es verdad, pero para quien, sin embargo, no existen amigos en cuestiones artísticas y literarias, una vara con la que por igual se mide a sí mismo sin contemplaciones. Huelga decir que vive la literatura y las demás artes desde sus estratos más profundos. Al amigo Giovanni le ha tocado dar a conocer escritores y escritoras dominicanos de fuste deliberadamente olvidados, injustamente sepultados en el polvo de los prejuicios y mezquindades de origen político, cultural, ideológico y de género. Como resultado, verdad de Perogrullo es los enemigos y detractores virulentos que se ha ganado. Por tal razón, es inevitable el carácter polémico que acusa no pocos de sus escritos. Nadie más consciente que él de tan incómoda verdad, lo que no le ha impedido, empero, seguir adelante con una labor que, en el mejor de los casos, creemos le correspondía a un crítico dominicano, si no por otra razón, al menos, por aquello de que nobleza obliga. Por tanto, no se justifica su condición de extranjero que un zar de la cultura dominicana en otras playas le ha restregado en cara, cual si fuese el peor de los delitos. Antes, al contrario, hay que ser de corazón noble para reconocer que son muy pocos los dominicanos a los cuales les duela el país que hayan hecho lo que ha realizado Di Pietro en la literatura nacional, a quien solo le ha bastado estar casado con una dominicana y tener dos hijos dominicanos para defender nuestra literatura y cultura con todo el vigor con que lo ha hecho. No han sido para nada halagüeñas las reacciones de presuntos novelistas cuyas obras no han resistido, ni mínimamente, el escalpelo crítico de Giovanni. De igual suerte, tampoco han sido para nada simpáticas las reacciones de ciertos críticos que han traicionado los principios de su oficio para complacer los devaneos de uno que otro escritor amigo por razones distantes del valor estético y literario de una obra; o, en otros casos, para que se ajuste a priori a los tiránicos esquemas de sus métodos críticos, como si la literatura fuese un asunto de plomería, y punto. Es justamente en medio de ese ambiente de poses, de comprometidos y cotizados silencios, en medio de esa cultura de intelectuales que también le rinden culto al clientelismo en cada gobierno, en fin, que Di Pietro se ha dado a la ardua tarea de desarrollar su estudio sobre la novelística dominicana contemporánea; con la diferencia, eso sí, de permitirse decir las cosas en el tono en que las dice y con la valentía con que las asume, sin ataduras de ningún tipo. Es una verdadera lástima que no podamos decir lo mismo de otros. Con este libro que la Editorial Santuario y la Editora Unicornio ponen a circular esta tarde, nuestro crítico no solo continúa brindándonos los valores de esa dilatada obra crítica a la que nos tiene acostumbrados, sino que da a conocer, tanto al público dominicano como de otras latitudes, nuevos aportes sobre la literatura de su país de adopción. A guisa de aclaración, el término de “reconocimiento” con que intitula su trabajo, “aquí no tiene la acepción que comúnmente se le da”, afirma Di Pietro, es decir, “hacerle reconocimiento a alguien o reconocer los méritos de algo”; “se refiere más bien”, continúa el estudioso, “al sentido que tiene en la jerga militar, el cual viene siendo “examinar de cerca”, “considerar”; en otras palabras, sus “reconocimientos” constan, en sus palabras, de “la exploración de la literatura dominicana en sus varios aspectos y dimensiones para evaluar su contenido.” En este estudio, por ejemplo, Di Pietro reivindica la imagen negativa que se ha construido en torno a la figura de César Nicolás Penson, época tras época, a través de su obra Cosas añejas; discute en una justa perspectiva la presencia de mujeres escritoras dominicanas; analiza el carácter polémico de algunas obras narrativas de Max Henríquez Ureña; examina el incuestionable valor literario de obras desconocidas de Jaime Colson, de la poesía mística de Delia Weber; evalúa la novela trujillista; reivindica la inspiración marxista de la poesía de Pedro Mir y del teatro de Máximo Avilés Blonda; hurga en los laberintos existenciales de Franklin Domínguez y Carmen Natalia, y así por el estilo. Otros de los aportes, no menos importantes, que nuestro escritor ha hecho a la literatura nacional, es advertirnos oportunamente sobre la amenaza de entronizarse el encanallamiento de la sociedad dominicana cual se colige en las obras de algunos novelistas y otros escritores jóvenes. Pensamos que es también trabajo de un crítico serio y responsable advertir a tiempo el giro peligroso que pueda tomar una sociedad cuando supuestos novelistas filtren de contrabando antivalores a través de sus obras de ficción creativa. En Reconocimientos literarios se examina cómo semejantes escritores llegan al descaro de identificarse con personajes villanos de su propia creación, en lugar de guardar distancia estética de ellos en aras de que el lector termine por redimirse en su interior, para hacer honor a la verdadera función de lo que es la literatura. Y todo, por enfrentar lo que entienden es una agresión a su persona por parte del crítico, como si en literatura, una vez se publica, una obra no perteneciese sino al lector, que hace con ella lo que le venga en gana, espoleado por sus “horizontes de expectativas”. No obstante, en el caso de Di Pietro como estudioso, tiene que habérselas con una corriente de opinión que sostiene que hay que estimular los escritores jóvenes en gran escala, perdiendo de vista que el arte tiene un orden y unas reglas fijas y muy bien determinadas. “El orden”, ya decía Alexander Pope en su largo poema An Essay on Man, “es la primera ley del cielo.” Antes que escupir juicios sobre Giovanni -que no dejan de rayar en lo personal, por su forma de enfocar su ejercicio crítico- deberíamos más bien agradecerle sus esfuerzos desinteresados por dar a conocer las obras de calidad de escritores dominicanos de fuste. La gran diferencia entre la narrativa de esos autores -amén de los cuentos, las poesías y las obras teatrales, que él también estudia- y el grueso de los que la escriben en nuestros días, es que aquellos demuestran tener dominio de su oficio; conocen la tradición dentro de la cual escriben; más aún, expresan con gracia el elemento artístico que llevan por dentro. Por lo visto, solo la posteridad pondrá en justo balance la seriedad de un trabajo crítico que, como el de Di Pietro, ha establecido verdaderos parámetros de valor sobre la novelística dominicana contemporánea de lo que no lo es. Por la posición responsable y sin ataduras presente en sus obras críticas, el Profesor Di Pietro se aleja con distinción de la falsedad y podredumbre que tipifican una parte influyente del mundillo literario y cultural de la República Dominicana. Son contadísimos los críticos literarios que han estudiado la aventura espiritual cifrada en nuestras obras literarias desde la amplia perspectiva en que lo ha hecho este crítico italo-canadiense-dominicano. Sus aportes son el resultado de análisis, estudios y evaluaciones disciplinados y balanceados, sin trucos, ni galimatías, sin indigestiones, ni abracadabras. Nadie honesto consigo mismo, con un mínimo de formación literaria, pondría en tela de juicio la calidad de sus investigaciones, cual se echa de ver en el vigoroso ritmo en que discurre, en el estilo terso, directo, sobrio y sencillo de sus composiciones. Giovanni ha demostrado a lo largo de sus críticas que no solo se necesita de estudios formales en el campo de la literatura, sino, ante todo, contar con una auténtica formación intelectual y de un amplio bagaje cultural. De suerte que, tal como ha sucedido con Hostos y Baeza Flores, la cultura dominicana tiene una deuda de gratitud -de por sí ya histórica- con el Dr. Giovanni Di Pietro. Nos honra grandemente pertenecer al exclusivo círculo de sus amigos.