Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

La piara, de pastor de moya

Avatar del Listín Diario
Giovanni Di PietroSanto Domingo

Tenemos en nuestras manos el más reciente poemario de Pastor de Moya, La piara. Como todos los poemarios de este amigo, es un libro desconcertante. No sabemos si él está haciendo las cosas en serio o en broma. Pero, como siempre con él, esto importa poco. Lo que sí importa es que los resultados son estéticamente válidos. Es como el caso de Marcel Duchamp con la Mona Lisa. ¿Es en serio o no que le ponga bigotes? No importa: el mensaje estético está ahí, contundente, y toma, pues, su propio camino y logra alcanzar su propio indiscutible sentido. Así este poemario de Pastor. Como concebido desde un inicio, La piara está calculado para confundir al lector. Y éste, en efecto, se confunde si lo lee de forma lineal, como cualquier otro libro; o sea, de la primera a la última página. Al hacerlo, no entenderá nada, lo que es, obviamente, el propósito del poeta. Ya captó la atención del lector, ¿qué más quiere? Es un indudable triunfo para él. En este sentido, La piara funciona como un texto que sigue más o menos los lineamientos de una estética del sueño, para no decir “surrealista”, y desencadenar así asociaciones que a lo mejor nada tienen que ver con esa tendencia artística. El velorio del puerco, el teorema de la lobotomía, la primera y segunda caída que desembocan en la navajita Gillette y el manual para suicidas mancos de ambos brazos serían, pues, múltiples elementos de un texto onírico, o, si se quiere, diferentes colores y tonalidades en un cuadro abstracto con tendencias surrealistas, tipo Chagall. La piara se puede fácilmente leer de esta forma y aún así sacarle provecho como poemario válido. Nos encontramos en medio de la confusión y del estro artístico y, si lo que nos importa es sólo esta experiencia, todo está resuelto. La piara sería uno de los muchos poemarios que esos poetas actuales nos estrujan en la cara cada día por desprecio a la lógica y a la comunicación clara. Es la versión postmoderna del famoso ¡Épater le bourgeois! de antaño, o quizás, reciclada para nuestros tiempos, una más de las innumerables locuras de Marinetti y sus futuristas. O, llanamente dicho, un mero texto surrealista, por eso de que, en una ocasión, Carlos Roberto Gómez denominara a Pastor “el Dalí dominicano”. Sin embargo, es posible emprender la lectura de La piara desde otro ángulo, deconstruyéndolo en términos de los poemas que contiene. Desde esta perspectiva, ya no podemos leer el poemario de principio a fin, como sería lo normal y que, como ya vimos, nos llevaría a una lectura onírica. Habría que leerlo, más bien, por secciones o de poema a poema, algo que el mismo Pastor nos sugiere cuando, en el índice, nos brinda los títulos de las secciones o poemas en una lista con la página correspondiente a su lado. Esto quiere decir que consta de tres largos poemas: “Primera caída” y “Segunda caída”, que suponemos son las secciones de un solo poema; “Velorio del puerco asado”, que sería un poema en prosa; “Teorema de la lobotomía” y “Caso del pica-hielo”, que corresponderían a las dos secciones de otro poema en prosa. Es sólo leyendo La piara de esta forma que podemos acercarnos a su contenido. Como consecuencia, ya dejamos atrás nuestra lectura onírica y nos embarcamos hacia una lectura “contenutista” y más o menos lógica. Los poemas de Pastor, pese a sus muchos fuegos pirotécnicos que llevan al absurdo y al surrealismo, son, en esencia, poemas existenciales y eróticos. Esto lo podemos evidenciar fácilmente, por ejemplo, en otro poemario que comentamos en el pasado, Alfabeto de la noche (1996). Es la naturaleza misma del poeta lo que lo lleva a este juego interminable de imágenes y colores, de ocurrencias escandalosas y propuestas suicidas. Al ser humano actual, cloroformizado al extremo por la vida vacía que lleva, hay que sacudirlo de la manera más energética, si es que queremos despertarlo de su coma. Los poemas de Pastor salen de esta propuesta. Más alejamos al ser humano actual de su conformismo, conformismo reforzado tanto por el poder ideológico como por los medios de comunicación de masa, la publicidad y la farándula, más hacemos posible que pueda vivir una vida auténtica, propia. Los poemas de La piara siguen esta tónica. El “Velorio del puerco asado”, que es una visión ritual de la vida, la primera y segunda caída, donde prevalece el tema del amor, de la intimidad sexual más allá de los estereotipos elaborados y vendidos al por mayor a la gente, ¿qué son, sino poemas existenciales? Y ni hablar del “Teorema de la lobotomía” en sus dos partes. Ahí el poder ideológico, en alianza con el culto a las ciencias vueltas locas, se dedica a brindarle la felicidad ficticia a todo el mundo, con la obvia “exclusión categórica de individuos socialmente peligrosos, tales como: los locos, los brujos, los santos, los artistas y los mancos”, o sea, de las únicas personas que puedan poner en peligro la estabilidad del sistema vigente, cualquiera de ellos. En tal sentido, La piara funciona en dos distintos niveles: a un nivel individual, que encontramos en los fragmentos eróticos de la primera y segunda caída, y en el cual Pastor quiere salvar al ser humano a través de los sentimientos genuinos (de ahí la animalidad, lo puramente físico del acto sexual), y a un nivel social, que encontramos en “Velorio del puerco asado” y “Teorema de la lobotomía”, donde se propone acusar al mundo moderno, denunciando sus infinitos desmanes. Lo individual y lo social siempre van juntos, pues el ser humano no vive en aislamiento, sino que se relaciona constantemente con el conglomerado social, es producto de él y sufre las consecuencias de sus nefastas actuaciones. El existencialismo de La piara se encuentra aquí, en estos dos niveles, y lo que Pastor trata de hacer en ellos. En el desquiciado mundo de hoy, si no de siempre, la función del poeta es justamente ésta. No es refugiarse en bonitos poemas light o composiciones absurdamente incomprensibles, simplemente porque al poeta no le apetece comunicarse con los demás, empeñado como lo está en su onanismo de base. Por el contrario, es combatir los males de siempre, que son tanto el poder ideológico tradicional, como, ahora, los avasalladores medios de comunicación de masa y la farándula. Pastor siempre ha sido un buen poeta. Este parecer lo expresamos en ocasión de Alfabeto de la noche y podemos repetirlo aquí sin ambages. Son alucinantes las escenas de “Velorio del puerco asado” y “Teorema de la lobotomía”. ¿A quién más se le ocurriría, por ejemplo, poner esa navajita Gillette como recurso futurista en el texto? Esa no es una simple navajita; es, más bien, una fecunda imagen poética, si nos relacionamos al texto como de verdad deberíamos. Las imágenes líricas y desconcertantes que encontramos en la primera y segunda caída también son una prueba contundente de lo que decimos: “Quien bebe en el cuenco de mis manos/encontrará un libro enterrado/en el dorso de mi ombligo”, o: “Alguien hierve en una lata/los ovarios de mis madres muertas”, y: ¡Qué manera tan vaga de ir cayendo al precipicio!/De lamernos nuestras propias heridas/de acomodarnos a los rencores de una daga”, y así por el estilo. ¡Qué aprendan los demás poetas, esos poetillas anímicos de la literatura light! Los versos verdaderos, como estos de Pastor, siempre llevan los pantalones bien puestos.

Tags relacionados