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LA CUARTA PARED

El Perro y el Lobo

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Virginia Sánchez NavarroSanto Domingo

Una de las fábulas de Esopo cuenta de un Lobo muerto de hambre que, mientras merodeaba las calles buscando alimento, se encontró con un perro de casa. “Ah primo”, le dijo el Perro, “ya imaginaba que acabarías así; esa vida irregular pronto será tu ruina. ¿Por qué no buscas un trabajo como el mío, donde me ofrecen comida regularmente?”. “No tendría objeción”, respondió el Lobo, “pero no sé cómo conseguir una casa”. A esto, el animado Perro contestó: “¡Eso fácilmente lo arreglo yo! Ven conmigo a conocer a mi maestro, él dejará que compartas mi trabajo”. Así el Lobo y el Perro caminaron juntos hacia el pueblo. A mitad de la jornada, el Lobo notó cómo cierta parte del cuello del Perro estaba pelada. Intrigado, le preguntó cómo había ocurrido esto. “Oh. No es nada” respondió. “Es simplemente el lugar donde me ponen el collar por las noches para mantenerme encadenado; quema un poco pero uno pronto se acostumbra a él”. “¿Simplemente?” dijo el Lobo. “En ese caso, adiós a usted, maestro Perro”. Como mismo explica Esopo: Mejor morir de hambre siendo libres que vivir como esclavos rellenos. No tenemos nada si lo que tenemos nos impide ser lo que somos. No estamos viviendo si constantemente estamos dejando de hacer lo que queremos por hacer lo que se nos dice que hagamos. No somos verdaderamente libres si cada día hay una cadena indicándonos hasta dónde se nos permite llegar. Muchos viven vidas quizás más inseguras, más inestables. Otros poseen la tranquilidad de tener una idea clara de lo que será el día de mañana. Ambas ideas tienen su atractivo; después de todo el lobo no está muy lejos de ser perro, y viceversa. Lo único que importa es el saber que, a media noche, luego del peso de un día de trabajo, nada ni nadie nos impida salir a mirar las estrellas.

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