SUSURROS

Armagedón

Los rumores venían enlazados en las páginas donde terminaron las palabras conocidas y nacieron las liturgias del temor; un temor que dejó de estremecer a los valientes para convertirse en la victoria de los cobardes. El resplandor de la luna del nuevo otoño me sorprendió con las manos vacías, sin corazón. Pude ver el Cuarto jinete del Apocalipsis paseando en el centro comercial, mientras los héroes enterraban sus cabezas ante el fuego del dragón. Mi universo seguro colapsoÖ Me perdí en los callejones de la duda, atorada entre mis celos y la razón. El pecado juzgó a los santos poseídos, cuyos pies pisaron el suelo prohibido. Llegó el Armagedón, sin trompetas, ni espadas. Fue tan apacible la muerte de lo que ya murió, que la aurora se vistió transparente. Estabas ahí, rendido ante la música fresca de las voces ya huecas. Estabas ahí, disfrutando la condena de mi carne, infame mortal; pero no pude verte. Las horas titubearon en las ramas donde cuelgan los susurros carnívoros. Abrazaste el vértigo contaminado de los besos secos de cualquiera. Pague un alto precio por no balancearme en ti y tus infinitas excusas. Raptaron los recuerdos el día del juicio final, las sombras hambrientas de mí se escaparon de tus mensajes vacios. El cielo se tragó las miradas que el infierno no pudo reconocer, para grabar en tu garganta el grito que me niego a escuchar. Los Ángeles escribieron en la arena los nombres con los que ocultas tu presencia. Ha llegado el final sin terminar el tiempo. Seguí viendo mis propias crónicas, las que en anónimo dibujarán los espectadores. No resucitaré en este segundo, ya he vivido mis 9 vidas sin conocerte. Puedes tomar y dejarlo todo sin merecer nada. Continúo corrompida en la tormentosa libre soledad. Los techos cayeron como granizos en la noche. El ladrón en asecho se mojó en sus ansias. La puerta descubierta seguirá cerrada. El milagro no ocurrirá. Un león rabioso devora las almas que se extraviaron en los océanos seductores. La mujer de hielo escolta a los capturados por la iniquidad. Los arroja sin piedad al abismo de la inquietud, donde perece la esperanza. Allí pude ver lo quedará de ti, es espantoso. Cierro el libro. Tan solo fue una visión. Tomo mi pluma descargando mi espíritu. Aliviada descanso del peso de haberlo compartido. Las memorias de lo advertido te las envío en esta carta confusa. “El que tenga oídos que oiga, el que tenga ojos que vea” el final se acerca; pero mi mundo ya expiró. Solo espero contemplar tu atmosfera agonizar al desamparo de la maldad que sembraste. Ahora, la espada espera por ti.

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