Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

Ensayo

En honor a mi muy querida Stella, de Roberto Marcallé Abréu

Es más que conveniente leer esta novela más allá de su limitado alcance como novela negra

Avatar del Listín Diario
Giovanni Di PietroSan Juan, Puerto Rico

En el pasado hemos sostenido que la novelística dominicana está y siempre estuvo preocupada por la suerte de su país. O sea, que, de querer buscar el hilo conductor que la anima, éste sería el elemento nacional. Podemos, si queremos, hasta remontarnos a sus orígenes y a su indiscutible clásico, Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, y ahí encontraríamos fácilmente esa preocupación. Una novela como la de Juan Bosch, La mañosa, sería otro ejemplo. Y la novelística dominicana ha estado imbuida de ese elemento en casi su totalidad en los años posteriores a la desaparición del régimen de Trujillo, esto a través de la novela testimonial. Ya para los años ochenta empezó a fragmentarse un poco este esquema, cuando aparecieron novelistas que, con algunas de sus obras, trataron de alejarse del testimonio y escribir acerca de otros temas conectados con argumentos más internacionales o de moda. Esto no quiere decir que la preocupación por la suerte del país desapareciera en este tipo de novelas; permanecía en ellas, aunque fuera de manera subterránea e indirecta. Una forma de hacerlo fue, desde un principio, practicando la novela negra o policíaca, algo que estaba en boga en otras latitudes desde hacía mucho tiempo. La práctica de este tipo de novela nunca fue extensa; además, con marcadas excepciones, sus resultados fueron de lo más mediocres. De esta realidad se salvó, creemos, solamente un novelista, Roberto Marcallé Abreu. Pero se salvó de un modo muy novedoso: tomando el cascarón de la novela negra para expresar, como siempre, el elemento nacional. De ahí las novelas Las siempre insólitas cartas del destino (2000) y Sobre aves negras, cortes de media luna y lágrimas de sangre (2003). En muchas novelas dominicanas, como en otra ocasión hemos explicado, los personajes no pueden entenderse en términos literales so pena de equivocarse por completo con relación a su contenido. Donde aparece una mujer, por ejemplo, hay que leer a ese personaje como un símbolo del país; mientras que, donde aparece un hombre, ese personaje representaría el pueblo. No es obligatorio hacer esta equivalencia simbólica; sin embargo, se torna necesaria si queremos leer la novela más allá de lo que contiene en su epidermis. Son, en efecto, dos lecturas distintas: una que se centra en lo superficial y otra que se sumerge en el mismo sentido de la novela, lo cual siempre es afín a esa preocupación por la suerte del país. Ni siquiera el novelista tiene que estar consciente de este juego, pues es algo que hace inconscientemente, por razones ocultas que tienen que ver con su psicología y la tradición novelística. De hecho, el problema de la calidad de una novela empieza cuando él quiere relacionarse conscientemente con ese juego, ya que, en su afán de manipularlo, termina falseando el contenido de su obra. El ejemplo que damos de esas novelas de Marcallé Abreu se ve ahora reforzado por su más reciente publicación en el género, En honor a mi muy querida Stella (Editorial MC, 2010). Ésta también es una novela negra, pero, como las más arriba aludidas, esconde igualmente, bajo ese cascarón, el elemento nacional mencionado. Lo hace, como hemos dicho, convirtiendo a los personajes en símbolos. Los personajes que aparecen en sus páginas explican o narran simbólicamente los cambios sociales que se han dado últimamente en la sociedad dominicana. Por cierto, nada nos dice que tenemos que interpretar a esos personajes de manera simbólica. Podemos muy bien leer esta novela puramente en su forma de novela negra. Estéticamente, estaríamos más que recompensados. Pero nosotros insistimos que, de hacer esto, estaríamos pasando por alto la oportunidad de entender lo que es su verdadero sentido, su dimensión más honda. Y es por eso que ahora estamos intentando esta lectura. Si tomamos esta perspectiva como punto de partida, fácilmente podemos esquematizar el contenido de la novela de la siguiente forma: los personajes femeninos, como Mía, Stella y Marlene, representan el país; los masculinos, como los dos narradores, Andrés Vargas y Osías, el pueblo. Hay otro personaje: el inspector de policía, Genaro Alcántara, el que le proporciona información al narrador amante de Mía para sus artículos policiales en el periódico. Éste representa la consciencia del país, pues, en su desilusión, se sitúa por encima de toda la situación social que se presenta. Es el elemento objetivo, racional. Es el personaje que ve exactamente cómo andan las cosas y por qué, pero que, al mismo tiempo, no posee los medios para realizar ningún cambio. Vive, en efecto, en la miseria y depende en cierta medida de las ocasionales dádivas del narrador periodista. Resumimos brevemente la trama, para entender lo que decimos. El narrador amante de Mía tiene una tienda taller que le proporciona ciertos ingresos, pero, ya que en el país hay que tener mucho dinero o influencia para ser alguien, decide regresar de forma parcial a su viejo oficio de periodista. Esto le daría cierta proyección en los medios, lo cual se traduciría en mejores negocios. El periódico le pide una columna que trate de los crímenes y escándalos diarios, o el “lodo” y la “sangre”, que es lo que vende, pero sin ningún atisbo de reforma social, pues no quieren problemas con nadie. Este personaje, sintiéndose solo, se dirige a Stella, una facilitadoras de escoltes sociales, para que le busque alguna mujer con quien salir. Stella le consigue a Mía, casi una adolescente, pero con una vida oculta ya, y él empieza a salir con ella. No solo se relacionará con Mía, sino con la misma Stella, pues ésta tiene una relación lésbica con Mía. Pese a su vida desordenada, Mía termina enamorándose de él seriamente; sin embargo, ve en este sentimiento una verdadera calamidad por su estilo de vida, estilo fundamentado en la lujuria desenfrenada, los lujos, drogas, abortos repetidos y el dinero, mucho dinero que, de una forma u otra, consigue siempre, chantajeando emocionalmente a sus amantes. ¿Cómo llegó Mía a este tipo de vida? Fue a través de Stella, mayor de edad que ella, que tiene un salón de belleza, pero que es sólo un frente por su actividad celestina y el negocio de drogas en el cual se desempeña. Mía no es la única víctima; es sólo una de las más notorias, una con la cual Stella puede compartir la cama también. Desde niña, Mía se comportó de una manera desenfrenada, siendo muy libre con sus atenciones con los muchachos del barrio, peleando con su madre, siempre intenta en enderezarla por un camino digno, y con su padrastro, el cual termina botándola de la casa a causa de su embarazo, algo que ya le había prevenido. El doctor, tras el parto, le dijo a la madre de Mía que la vigilara, que le había “faltado aire” al momento de nacer. Así que el camino de Mía estaba en cierto sentido predicho desde antemano. Su destino es terminar mal. Y así sucede como resultado de su vida desordenada y corrupta, siempre en busca de dinero sin hacer nunca ningún esfuerzo, como la madre le explica al narrador periodista. La relación entre éste y Mía va ser muy agitada. A él le gusta la muchacha y se enamora de ella. Hasta acepta compartirla con Stella, la celestina, pero llega el punto en que no logra someterse a sus continuas locuras, saliendo y acostándose con él, pero llevando conjuntamente su vida oculta, entre gente que después, él se dará cuenta, resulta ser de la más baja y corrompida categoría. Esta relación termina cuando el narrador periodista decide que ya no puede continuar con Mía y empieza a distanciarse y a buscar la manera de conseguir cierta estabilidad emocional en su propia existencia. Mía ya está enfrascada en una relación con un tipo insignificante, pero que le proporciona el dinero que necesita, un tal Olivo, muy enamorado de ella. Al ser rechazada por el narrador periodista, al cual ama de verdad, y a quien ella le dice que lleva su hijo en el vientre, Mía decide abortar con su anuencia. Pero resulta que el hijo es de Olivo, y, cuando ella lo aborta, éste, que a nadie tiene en el mundo, toma venganza matándola. Todo, pues, termina en tragedia. La pregunta que tenemos que formular, más allá de sus propias fallas personales, es: ¿Quién es responsable de la vida desordenada y corrupta que lleva Mía? No es su madre. Ni es su padrastro. Tampoco lo son el narrador periodista o el desdichado Olivo. Responsable de todo el desastre es y no puede ser otra que la misma Stella, o sea, esa celestina que, explotando su fragilidad emocional, la encaminó hacia la vida desordenada y corrupta que lleva. Sin las insinuaciones de Stella y sus tanteos, sin su influencia negativa, es posible que Mía no terminara en lo que termina. Al mismo tiempo, de haber tenido el narrador periodista un interés más sano para con Mía, pues su interés se limita casi exclusivamente al gozo sexual, algo que subrayan su fácil acomodo a la relación lésbica con Stella y cierto ménàge a trôis, también es posible que otro fuera el destino de la muchacha. Esta historia es paralela a la que se da entre Andrés Vargas y Marlene, casi dos adolescentes. Son de un barrio pobre, pero de familias respetables. Andrés, por ejemplo, estudia y quiere tener una profesión. Está enamorado locamente de Marlene, pero ésta le hace saber que no se haga ninguna ilusión con ella, pues no quiere nada que ver con alguien como él, sin futuro. Quiere dinero y una posición, y estas cosas no las va a conseguir con un perdedor. Es a raíz de esta realidad que Andrés decide organizar una banda de atracadores. Quiere hacerse con dinero para ser digno del amor de Marlene. Y, en efecto, consigue que ella se acueste con él tan pronto le mete en las manos una considerable suma de dinero, producto de su actividad delictiva. La sorpresa que se lleva es que Marlene es más experta que él en la cama, lo que nos dice que no estuvo jugando ningún papel de casta Penélope en el tiempo transcurrido. O sea, que mientras Andrés se corrompe, ella también va trillando ese mismo camino. Todo se acaba para Andrés cuando las cosas se le van de la mano y tiene que matar a Osías para desbandar a la banda. Pero es muy tarde, y termina acribillado por la policía. Ahora bien, como es obvio, podemos tomar todo esto a la letra y leer esta novela de Marcallé como una mera novela negra, como dijimos, o ir un paso más adelante y tratar de entender su sentido más hondo, que es lo que venimos sugiriendo desde el principio. No vemos por qué un lector quiera quedarse en la epidermis de la lectura, cuando puede adentrarse en su mismo corazón. Además, dudo mucho que un novelista tan comprometido como Marcallé Abreu esté perdiendo su tiempo, consciente o inconscientemente, en algo que se limite sólo a las andanzas corruptas de Stella, Mía, los dos narradores, Andrés y Marlene. De ser así, no sería la clase de novelista que en otras ocasiones hemos sostenido que es. Como quiera que sea, ya lo hemos dicho: el novelista no necesariamente tiene que estar al tanto de lo que su novela significa. Llegar al sentido de una novela no es exactamente un asunto del novelista; más bien, lo es del crítico. Sin embargo, tan pronto decimos que los personajes femeninos representan el país y los masculinos el pueblo, es innegable que todo cambia. Ya no nos encontramos en la epidermis de la novela; nos dirigimos de una vez a su mismo corazón, a su sentido. La dimensión, pues, es otra, más excitante y dinámica. Ya no estamos leyendo una mera crónica policial; estamos leyendo lo que es la expresión del novelista acerca de su país y su sociedad. ¿Cuál es el problema de Mía, Stella y Marlene? Que no tienen una base moral. Que para ellas lo único que cuenta es el dinero y la posición social conseguidos a cómo de lugar. Stella tiene un salón de belleza y pudiera muy bien vivir de eso; sin embargo, no le basta, y se mete en la distribución de drogas y el celestinaje. Por su culpa, muchas son las muchachas que se dañan, pues ella misma se encarga de que acepten el camino al cual las induce. No ignora lo que hace, sino que, cínica, entiende que muchas de esas muchachas están más que dispuestas a seguir el camino de la corrupción. Con tal de tener dinero, se acuestan con cualquiera y hacen cualquier cosa. A Mía no le hace falta una guía, pues tanto su madre como su padrastro están dispuestos a aconsejarla desde su infancia para que tome el camino correcto. Igual es el caso de Marlene. Entonces, ¿por qué les falta esa base moral? Como es evidente porque, en el país, las cosas han cambiado drásticamente. Ya los tiempos en que la gente tenía dignidad y decoro, como con la madre de Mía y los padres de Andrés y sus amigos y de Marlene, los tiempos en que la decencia y la vergüenza estaban a la orden del día, desaparecieron. Una nueva sociedad se estableció, con todos los antivalores y el afán desmedido de lucro a cualquier precio que vemos reflejado en estos personajes femeninos. El texto de lo novela, en efecto, registra abiertamente estos cambios. Los registra con el novelista poniendo este discurso en la boca de Genaro, ese personaje que se sitúa por encima de todo lo que ocurre y lo ve objetiva y racionalmente. Es este personaje que discute con el narrador periodista lo mucho que las cosas cambiaron en el país. Lo que caracteriza a Genaro es su tristeza. Es el sentimiento que resulta de ver los desmanes de la sociedad corrupta del presente. (Ver: Capítulo 10, págs. 99 y sgg.) El narrador periodista, en su relación con Mía y Stella, forma parte de esta nueva realidad, pero, al mismo tiempo, es capaz de distinguir un poco las cosas. Es lo que lo lleva a alejarse de Mía y a ver a Stella por lo que es. Su oficio de periodista es un oficio ambiguo, pues implica estar metido en la realidad torpe que lo rodea y, como quiera, cuestionarla de alguna forma. Él no tiene las respuestas, como tampoco las tiene Genaro, pero conoce el infierno de la podredumbre del país en la actualidad. Si el país, como simbolizado por los personajes femeninos, está en la situación en que está, hay que preguntarse por qué. Y es aquí donde se presenta el análisis de los personajes masculinos que representan la sociedad, es decir, el pueblo dominicano. Tradicionalmente esta sociedad era una sociedad sana en términos relativos. No existía un alto índice de violencia. La corrupción, que sí existía, se limitaba a las esferas políticas y de las finanzas. El pueblo llano, en su gran mayoría, era un pueblo caballeroso, sensitivo al dolor ajeno, digno, respetuoso, valiente, no propenso a la criminalidad a gran escala. Pues, ¿cómo se dio el cambio? Se dio cuando el país se abrió a todos los desmanes extranjeros y se le impuso un modelo económico neoliberal que forzó el campesinado hacia la ciudad y la emigración legal e ilegal, lo que resultó en el trastoco de los valores tradicionales. De repente, el dinero y conseguirlo a cualquier costo se impuso como el único mérito de importancia en la sociedad. Antes, en general, un dominicano valía por lo que era; actualmente, vale por lo que tiene, poco importa cómo logró tenerlo. Por eso, Genaro, el personaje más positivo de la novela, es también el más desplazado. Vive en la miseria y recibe las dádivas del narrador periodista. Es una forma de corrupción, sin duda, pero en una ínfima medida. Este narrador, aunque esté conciente de su relación degenerada con Mía y Stella, cayó en el asunto por sentirse solo y aislado. Andrés, ese joven que quiere sumar algo en la vida, lo hecha todo a perder porque no logra distinguir entre la realidad y el espejismo de Marlene. Siente amor por alguien que, en fin de cuentas, sólo termina siendo una puta. Lo que nos lleva al título de la novela. Ahí se habla de Stella. Sin embargo, el protagonista central femenino no es Stella, sino Mía. Lo que quiere decir que estamos hablando de dos generaciones, ya que Stella es mayor de edad respecto a Mía, y, si queremos, hasta de tres, pues hay que poner en juego la presencia de la madre de ésta o sus padres. Ya que el título no está relacionado con la protagonista central, cabe preguntar por qué se saca a relucir el nombre de Stella, que es un personaje secundario. Sostenemos que el título hay que tomarlo de forma irónica. Mía la tenemos “en honor” a la “muy querida Stella”, o sea, que es el resultado de Stella, de su alcahuetería e influencia negativa. Mía es el presente dominicano, ahí donde Stella es el pasado inmediato, las raíces de ese presente. El problema de Mía, o sea, del país, empieza con Stella, o sea, con el pasado inmediato. Ante de este pasado, hubo un pasado pretérito, representado por la madre de Mía, persona honrable y abnegada. Lo que quiere decir que a través de los personajes de la madre, de Stella y de Mía podemos observar lo que ha sido el desarrollo mismo del descalabro del país: de algo bueno, se paso a algo malo, y esto fue el preludio a algo peor, que es el tipo de sociedad que los dominicanos se gastan en la actualidad, sociedad a lo sumo violenta y corrupta, sin valores ni esperanza alguna. Gracias a Stella, ese pasado inmediato, los dominicanos pueden ahora “disfrutar” de Mía, el presente. Éste parece algo deslumbrante; sin embargo, dada la corrupción y la violencia, es muy poca cosa. Exactamente como sucede con el personaje de Mía. Como mujer es seductora, pero, al final, se revela sólo una puta que le teme a sentirse enamorada, pues eso implica dejar definitivamente la clase de vida que lleva, algo que no está dispuesta a hacer. Por eso dice que su desgracia es estar enamorada de verdad del narrador periodista. Por eso, además, es que aborta al hijo de Olivo. Este hombre puede ser todo lo feo que ella dice, pero es un sujeto que ve en su hijo algo positivo, un futuro. Mía tomó el sendero de la destrucción total porque nació tarada desde un principio. No cree en el futuro; sólo cree en su presente vicioso. Stella quiere decir “estrella” y ésta significa la esperanza. La ironía es que en esta novela Stella no es ninguna esperanza; es, más bien, el mismo principio de la inversión de valores y de la corrupción. Mía, significativamente, tiene un hijo llamado Orestes. Nunca se sabe de quién es hijo y poco importa. Es el único que se salvó de todos los abortos que vinieron después. Orestes es un hijo que tuvo por amor con un muchacho del barrio, seguramente su única relación sincera con un hombre. Ella lo cuida y lo mima; sin embargo, nunca contempla dejar esa vida que lleva, entregándose así a su bienestar completo. Orestes, como niño, significa el futuro del país, que es Mía. Pero la actitud de la madre nos dice que este niño no va a tener ningún futuro de bien. Será sólo un bastardo y, ya grande, tendrá que enfrentarse a la realidad de tener una madre desvergonzada y puta. Desde este punto de vista, ¿para que tenerla? Mejor sería si estuviera muerta. En el mito griego, Orestes termina matando a su propia madre, Clitemnestra, por ser adúltera, o sea, puta, y por matar a su padre. Otra ironía, pues. Esta vez en el nombre que el novelista le impone a ese futuro que se está delineando como fracasado desde su mismo principio. Como podemos ver, entonces, es más que conveniente leer esta novela de Marcallé Abreu más allá de su limitado alcance como novela negra. Pero esto, admitimos, depende de cada lector individual y los intereses que personalmente tiene en entender en profundidad la obra que está leyendo. A cada cual su particular gusto.

Tags relacionados