Susurros
Río Puerto Rico
Una trulla de niños persigue los camiones cargados de tomates, distrayendo por unos segundos a Mónica, quien espera su turno para jugar a la “peregrina”. Salto a salto, se concentra en el juego hasta recoger un pedazo de carbón en el número diez, anunciándoles a sus primas que vuelve a ser la campeona de la tarde. Tiene esperanzas, ha planificado su vida. Antes de cumplir quince años, estará en Puerto Rico y le sobrarán dólares para enviarle a todo el vecindario. Le aburre el “catecismo”, no ha podido memorizarse los mandamientos, mucho menos el credo. La primera comunión, por ahora, no es su prioridad pero asiste a cada encuentro para evitar los largos sermones de su madre. “Gutiérrez, el rifero del barrio, se fue en yola hace 8 años; ya tiene carro, casa y le puso un salón de belleza a la mujer” escucha atenta en el colmado cuando hacen los relatos de su “héroe”. Lo tiene planeado, construirá su propia yola y el río se encargará de llevarla a Puerto Rico. Convidó a sus amigos a apoyarla en su hazaña. Llevaron palos, lona y un destartalado refrigerador en pedazos. Un día fuerte de trabajo. Al caer el Sol, la barca ya estaba lista. Esa noche no durmió. Soñaba con su llegada a Puerto Rico. ¿Cómo sería aquel lugar donde todo es posible? Recolectaría dinero suficiente para ella y su madre. Al amanecer, envolvió en su sábana ropa y pan. Apretó contra su pecho una foto de su padre, el que nunca conoció, y partió. Se acomodó en la “yola” mientras sus amigos la empujaban al agua. En cuestión de minutos, la corriente la mecía en su sueño de navegar. Agitaba su mano para despedirse de los demás niños que, dudosos de aquella aventura, salieron corriendo a sus casas. La débil embarcación se destruyó unas horas después, dejándola con el único soporte de un tronco. Se aferró con fuerza hasta acercarse a la orilla. En tierra firme, exploró el desolado monte. Caminó hacia una mata de mango para descansar. Comparó el panorama, le era imposible creer el parecido de Puerto Rico a su país. La buscaron por todos lados, luego de escuchar con detalles sus planes, delatados por sus amigos. Para Julia, madre de Mónica, la pequeña era la única pertenencia valiosa que la ataba a la vida. Allí, bajo aquel frondoso árbol, con la barriga hinchada de la hartura de mangos y durmiendo una deliciosa siesta, Mónica despertó al escuchar las voces de su madre que le gritaba desde lejos. Al verla corrió abrazarla gritando: -¡Mami, viniste a Puerto Rico! Desde entonces a este lugar le llaman Río Puerto Rico.