Caleidoscopio
Nacido
Debe ser extraño poner un alma dentro de un pedacito de carne que aspira al porvenir, y darle cuerda y cuerda como si fuera un muñeco de cartón para obligarla a jugar al pasado insurrecto. Debe ser incómodo ponerla a respirar, imponerle extremidades que la impulsen a correr, a desviar, los remedios contra el aire, a escuchar el canto del profano, a tomar moléculas azules que huyen de las húmedas mareas. Debe ser cruel aspirar su lejanía, colocarle un corazón que la obligue a transpirar el llanto en noches de tormenta, un corazón que lo pudra intacto en su propia intensidad porque, a fin de cuentas, sus latidos no podrán acostarse bocarriba, porque están preparados para aullar. Cuerda una y otra vez para que mueva la cabeza de un lado a otro y sonría en los caminos. Y engrasar sus tuercas, sus enjambres para que salte en los tejados en busca del espejo insomne. Debe ser terrible tener ojos para ver a los herejes posar ante el fragor del magnicidio, y mucho más, sentir que su garganta se llene de recodos donde se echen a dormir los vagabundos. Cuando la masa compacta retorne al punto de partida, y solo quede su aliento en medio de la noche, el acto puede repetirse hasta la eternidad, sin poder explicarnos el por qué. Volvemos a quedar con el silencio y las entrañas sumergidas el aire, en busca de una nueva configuración para salvarnos de no sabemos qué profundidad.