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TERTULIA

¿Volverá la Bohemia?

El alcohol no está constreñido con el arte y con los artistas sino que, por el contrario, le ha servido como fuente inspiradora para hacer grandes obras

La Bohemia tiene su encanto. Sobre todo cuando se practica, sin fines políticos, para que un grupo de artistas y escritores se encuentren y hablen de sus cuitas y culturas, y debatan sobre libros, tendencias, autores y chismes de aposento. Aunque a veces se ofendan. Aunque griten, ironicen y descuarticen a media humanidad. La Bohemia, en sus milenios de existencia, solo ha dado buenos libros y grandes obras porque en estos encuentros informales las ideas se revuelven y se ultrajan, los demonios salen con dagas y cuchillos hambrientos de inteligencia y, muchas veces, ayudan a a descubrir nuestras propias trampas y disfraces. Cada época trae sus “bohemias” y los poetas se vuelven actores de su propia cotidianidad, al igual que los músicos lo hacen con los lienzos y los cineastas con guiones y cámaras. Y es así porque el artista siempre debe ser indomable e irreverente para ser artista en realidad, no solo contra el poder, sino contra sí mismo. En las bohemias se bebe alcohol. No por el culto al pleonasmo, ni por rescatar la manía de ir, de cantina en cantina, en busca de un “medicamento”, sino como elixir que ayuda a conversar sin que el rostro se sonroje. Sin vino no hay bohemia y sin bohemia no hay vida cultural que se respete. Solo la magia líquida invita al sobresalto. Se les puede preguntar a Manuel Mora Serrano y a Cayo Claudio Espinal qué se bebía en aquellas antológicas tertulias en casa de doña Violeta Martínez, La Gallega, en San Francisco de Macorís, a la que acudían, algunos de los mejores escritores contemporáneos que han nacido en este país. Desde mis primeras semanas en Santo Domingo, hace más de veinte años, tuve la oportunidad de compartir con Mateo Morrison, Federico Jóvine, Humberto Frías y otros amigos por las actividades nocturnas de la ciudad en busca del pretexto para sincerizar historias y bosquejos del tiempo presente. Existían otros espacios, grupos y tertulias que completaban un ambiente propicio para la confrontación de ideas, algunos abiertos y ocasionales, muy vinculados al grupo de Morrison, sin dudas el más numeroso y compacto debido al mecenazgo difusivo y la solidaridad del poeta, y al que se incluía la mayoría de los ochentistas. En otros grupos, más selectos y no menos concurridos los visitantes disfrutaban momentos culturales (música, teatro, artes visuales). En otra famosa tertulia de la ciudad, después de las charlas y debates, los asistentes ingerían los plácidos manjares que preparaban sus anfitriones con mucha exquisitez. En este último ejemplo me refiero a las tertulias de los jueves (dos al mes) en casa de Natacha Sánchez (se extendieron de manera disciplinada a los albores del nuevo milenio). También se destacaron las organizadas por Verónica Sención en el Hostal Nicolás de Ovando. En casa de Sánchez conocí a Juan Bosch de manos de Mateo Morrison, dato que por curiosidad pudiera refrendar la antítesis de esos encuentros: Bosch casi no bebía. Silvano Lora y Pedro Mir se reunían con sus amigos e invitados en el taller del también co-fundador del Festival Internacional de Cine de Santo Domingo. En casa de René Rodríguez Soriano concurrían poetas y escritores como Rafael García Romero y Juan Freddy Armando. Por esa época, crecían en el país decenas de tertulias cuyas historias algún día se tendrán que transcribir. Hoy se añoran esas polémicas de Enriquillo Sánchez, Ramón Francisco, Diógenes Céspedes, José Mármol y otros tantos intelectuales dominicanos que con mucha altura desenvainaban la espada de la sabiduría. No podemos negar que algunos de estos debates desembocaban en diretes personales, propios de un perdedor que, para aniquilar al adversario, lo intentaba “morder” con razones extraliterarias. En estas inconductas no se vieron envueltos nuestros más destacados autores, no obstante, el rumor llamaba al morbo colectivo. Todos estos encuentros tenían al alcohol como protagonista de alguna forma. El trasfondo del buen vino era el medidor para saber quién era quién y hasta qué punto estaba en condiciones de crear una obra auténtica. Hoy, el panorama es otro. Algunos se reúnen para comer o charlar sobre correrías lejanas del mundo cultural. No es justo atribuir la caída estrepitosa del mundo bohemio a ciertas distracciones de la posmodernidad. Pero algo está pasando que nuestros escritores y artistas ni beben y rehúsan a buscar el lado claro de la bebida. Las tertulias que existen son casi reuniones secretas al estilo de la Sociedad Cultural La Trinitaria, que no conducen a ningún rumbo humanístico. Habría que revisar qué está fallando. O qué no le garantiza el Estado a su masa de escritores y artistas para que promuevan encuentros de sana confrontación donde puedan compartir, en buena lid, lo que saben o imaginan, al conjuro del licor; y solo se dediquen a mirar con apatía, y hasta con indiferencia, la riqueza de su mundo interior. “Un país se desarrolla también con poetas, actrices y pintores”, me dijo una vez un buen amigo que lamentaba la caída del mercado cultural dominicano (tanto en libros como en obras de arte y en patrocinio al teatro). “Es que no estamos en el primer mundo, aquí los poetas tienen que trabajar como todos los demás”, le respondió un ejecutivo de ventas, también amigo, que participaba en la charla. “¿Y escribir un buen poema no es trabajar?”, le sugirió el poeta. “Pero un poema se escribe en un minuto y por ese acto no tienes derecho a hacerte rico, mientras los demás tenemos que bregar muy duro año tras año para mantener a nuestra familia”, fue la respuesta del tecnócrata. “Ah, amigo, que un gran poema aunque se escriba en un minuto, es el resultado de toda una vida de reflexión. A veces un minuto dedicado a escribir un gran poema vale más que toda una vida sentado frente a un escritorio cobrando impuestos, llenando formularios o inventando cómo quitarle el dinero a los demás”, concluyó el artista mientras se levantó de su mesa, alzó su copa, y agitó en su garganta el último sorbo de licor.

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