SUSURROS

La moneda de Cipriano

El timbre advierte que la clase terminó. La señorita Beatriz con su aire de soltería añeja inclina la cabeza para despedirnos. En la pizarra reposa la fecha y la tarea pendiente. Sin la prisa habitual recojo mis libros esperando encontrar en el salón alguna moneda perdida o una nota de los secretos que corren entre los alumnos; pero la expedición en las misteriosas cuevas de los zafacones y pasillos fue un fracaso, apenas algunas envolturas de golosinas. Camino a casa el chirriar de mi vieja bicicleta marca el trayecto. Hoy llegan mis tíos con sus anécdotas de campo. Es mejor comer rápido antes de que me toque escuchar la historia del buey sin cabeza. Lanzó piedrecillas a la ventana de Elías, es nuestra forma de avisarnos que vamos en camino. En unos minutos nos envuelve el polvo del solar donde jugamos pelota con los muchachos. Una lluvia sorpresiva ofrece un único refugio: la casa abandonada de Don Cipriano. Sin darnos cuenta estábamos en aquel escenario siniestro de las más perturbantes pesadillas. “La casona oscura” como era conocida, no había sido habita en años. Nos amontonamos sacudidos por el terror de los truenos y las sombras de la casa. Entre los pies goteantes de mis amigos detecto una moneda brillante escondida entre los huecos del piso de madera magullada. Cuidando que no lo notaran la escondí en mi bolsillo. El ruido estruendoso de una puerta cerrándose nos hace correr despavoridos, recordando las crónicas de terror escritas por la gente bajo las paredes de la casa. Viví una noche tormentosa. Esperaba al sol glorioso para borrar con su luz aquellas horas de insomnio. No dormí pensando en mi robo, en aquel tesoro que no compartí. Fui el primero en llegar a la escuela. Cuando el timbre me dio la pauta me apresuré a llegar a la “Casasona Oscura”. Empuje la puerta que condescendiente se abrió. La estancia estaba mojada, los orificios en el techo permitieron escurrirse a la lluvia por todos lados. Casi temblando coloque la moneda donde la encontré. No quería llevar los fantasmas sobre mí. Tendido sobre mi cama me sentí tranquilo, hasta que un pequeño peso en mi bolsillo me alertaba algo no andaba bien. Dos monedas iguales a la que encontré estaban allí. No podía entender que ocurría. Con entusiasmo por el milagro vendí las monedas y compré una nueva bicicleta. Horas después recibimos la triste noticia, mis tíos murieron en un accidente camino a su pueblo. Desde entonces cada noche las monedas se multiplican y por cada moneda gastada alguien a quien amo paga con su vida mi avaricia. Dicen que moriré solo igual que Don Cipriano.

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