PENSAMIENTO

La vieja y conocida máquina del poder

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Sergio RamírezManagu,. Nicaragua.-

El abismo entre lo ideal y lo real, está lleno de risa. Desde los viejos tiempos de Erasmo, Cervantes sabe que el ejercicio del poder deviene de la locura del interés y el cinismo, y que en cada acto de gobierno, cuando se trata de gobiernos espurios, trasudan la tentación de oprimir, la debilidad ante los halagos, el deseo de fama, la crueldad, la impostura, y las ambiciones de riqueza. Y Cervantes, muy justamente, pone el discurso sobre el ideal del buen poder en boca de un loco. El buen gobierno, la recta justicia, no son sino imágenes desbocadas en la mente de don Quijote, que ha perdido el juicio. La propuesta, como quimera, es del loco; la práctica de poder, por el contrario, Cervantes se la deja a Sancho, el rústico analfabeta. Hay pocos personajes más atractivos para un lector que Sancho mandando; o pocos personajes más atractivos para un ciudadano, como en tantas ocasiones en América Latina, que un arriero, o porquerizo, o coronel, o bachiller mandando, convertido en presidente; los mecanismos imprevistos que tiene el poder, desde la ignorancia, están llenos siempre de risa y de drama, en la literatura y en la vida. Don Quijote sabe bien lo que las leyes ideales, hechas para no cumplirse, deben contener, y las recomendaciones a Sancho para el ejercicio de su poder son muy concretas: el justo medio, la discreción, la sencillez en el atuendo, la rectitud de costumbres: ni codicioso, ni mujeriego, ni glotón. Y le pide hacer lo que al pueblo descreído de la rectitud de sus gobernantes un día le gustaría ver: que visite las cárceles para consolar a los presos, las carnicerías y las plazas para vigilar los pesos y medidas. Que no engañe, que no robe, que no oprima. Es un espejo útil al ejercicio del poder real que suele representar todo lo contrario. El poder venal, ensartado de corruptelas del que Cervantes habla por boca de los galeotes en el Quijote, y también en La ilustre fregona: “Que no falte ungüento para untar a todos los ministros de la justicia, porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes”. Tan antigua y tan contemporánea es la corrupción. Pero también sabe don Quijote, como lo ha dicho en su discurso sobre las armas y las letras, para qué sirve el poder a los que se esfuerzan en conseguirlo, y pasan tantas penurias hasta llegar a la cima: “...tropezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando a caer acá, llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos visto que habiendo pasado por estas Sirtes y por estas Scilas y Caribdis, como llevados en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera, en reposar en holandas y damascos...”. Y le dice luego don Quijote a Sancho, que otros “cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro, y sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron...” Muchas veces, el oído del poder ni atiende, ni entiende, y otras premia de improviso, como en un juego de azar. Y todo sirve para ilustrar los mecanismos de esa ruleta, y la lucha por entrar en las apuestas, lejos del plano de ideal en que don Quijote se coloca, pero en la certidumbre pesimista, a la vez, de que las cosas nunca podrán ser de otro modo. La línea entre el bien y el mal, que se pierde tantas veces en la vida en la bruma de las confusiones, se confunden aún más desde el ejercicio del poder. De esa línea difusa, nos habla Cervantes en el Persiles: “Parece que el bien y el mal distan tan poco el uno del otro, que son como dos líneas concurrentes, que aunque parten de apartados y diferentes principios, acaban en un punto”. El poder, suspendido en la bruma entre el bien y el mal, seguirá siendo fruto de la locura de las ambiciones. “Para eso estoy yo, la locura” dice Erasmo en su Elogio de la locura, para regocijo de Cervantes, “...adormecidos por las voces de los aduladores... ¡qué felices se sienten gracias a mí! Libres de los cuidados del gobierno, se dedican a la caza, a cabalgar en briosos corceles, a vender los puestos y las magistraturas, a discurrir sin cesar nuevos métodos con los cuales se apropian del dinero de los súbditos para sus vicios y sus lujos. Cubriendo sus iniquidades con la máscara de la dignidad, resucitan e inventan títulos honoríficos para sus favoritos, y hasta, de cuando en cuando, halagan al pueblo con cualquier bagatela, para tenerlo contento”. Y a medida que los decretos de Sancho como gobernador de su ínsula de Barataria tratan de establecer reglas de buen comportamiento para los tahúres, matarifes, soldados, sangradores, solicitantes, sacamuelas, prostitutas, sacristanes, alcahuetas, mendigos falsos y reales, y los ponen bajo la amenaza de la vara del alguacil comisionado de medir las costillas de los pícaros, el choque de la justicia con la realidad hace brotar aún más las alegres chispas de la risa. Y los amenazados por la vara, imaginan el poder de manera contradictoria: quieren en la cárcel a los aprovechados, a los ladrones verdaderos, pero también quisieran el poder en sus manos alguna vez para lucrarse de él. Alguien de abajo, como Sancho, una vez en el poder, siente ese vehemente deseo. Al llegar a las alturas, sueña con dormir en lecho mullido, y ser servido en una mesa espléndida: “...pensé en venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda sobre colchones de pluma...”, dice. Es una historia ésta del poder corrupto que se repite y se repite. Somos testigos a diario de ella, y basta con pasear la vista por nuestro entorno para ver cuánta razón sigue teniendo Cervantes, cualesquiera que sean los disfraces de quienes se apropian del poder sin gana alguna de dejarlo.

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