POLÉMICA
Giovanni Di Pietro le responde a Avelino Stanley
Considera que Avelino Stanley no leyó toda su obra con detenimiento y que desconoce algunos de sus libros
El amigo Avelino Stanley nos sorprende con una obra de crítica literaria publicada por el Banco Central en la cual aborda la novelística nacional desde 1980 hasta 2009. Ya había oído hablar indirectamente de esta obra y, muy recientemente, también oí hablar de ella por parte de su autor en una entrevista de tres entregas en el Internet. Se sostenía que, en esta obra, él iba a poner el punto sobre las -íes en el espinoso problema de dicha novelística. Es más, que también iba a acabar conmigo, desenmascarándome por la falsía crítica que supuestamente soy. Que Avelino tomara esta posición no me sorprende. Esto por el simple hecho de que, en el pasado, nuestros caminos se han cruzado con relación al quehacer critico, él sosteniendo obviamente una opinión bastante negativa del trabajo realizado por mí en el área. Me acuerdo que hasta tuvimos una polémica en los periódicos: él insistiendo que Bienvenida y la noche (1994), de Manuel Rueda, no era una novela y que no servia para nada; yo manteniendo una opinión diametralmente opuesta. Otras escaramuzas se presentaron. Esta vez tenían que ver con mis reseñas de dos de sus novelas, Catedral de la libido y Tiempo muerto. Estas reseñas salieron en El Siglo, pero están reproducidas ahora en mis últimos libros publicados, Lecturas dominicanas (UASD, 2007) y Entre los nuevos (Unicornio, 2010), respectivamente. Pese a todo esto, yo no he dejando de pensar en Avelino como un amigo desde el día en que Manuel Núñez nos presentó en un muy concurrido “pica pollo” de la Lincoln y él me entregara un ejemplar de Catedral de la libido, hace ya mucho tiempo, período casi mítico para mí, cuando sólo estaba arrancando con mi crítica sobre la novelística nacional. Lo que quiere decir que, pese al título de este escrito y pese a lo que Avelino expresa en las páginas de su obra, desde mi parte, todavía seguimos siendo amigos. Y amigo soy o me considero de unos cuantos intelectuales y novelistas que se profesan acérrimos enemigos míos, ¡Dios sabe por cuál razón!, pues yo simplemente me he llevado de la regla que dice que, en asuntos de literatura, la amistad siempre toma y tiene que tomar un segundo lugar. No se puede asumir la actitud de que porque somos amigos, yo, como crítico, no puedo criticar la obra que se publica. Si así fuera, mejor nos olvidamos no solo de criticar obras literarias, sino, además, de leerlas. ¿Para qué hacerlo? Ahora bien, al leer ese título tan desalmado de mi escrito, rápido se pensará que aquí me estoy vengando de Avelino por lo que el libro contiene acerca de mi crítica. Nada más lejos de la verdad. Yo sostengo y he sostenido desde siempre que, una vez publicada, cualquier obra toma su propio camino en la vida y que tiene que enfrentarse tanto a los buenos, como a los malos encuentros que se dan. O sea, que una obra literaria es como un hijo: uno lo trae al mundo, pero después, si quiere madurar y sumar algo, tiene que vivir su vida por su propia cuenta. Entonces, yo me estoy relacionando a esta obra de Avelino puramente desde una perspectiva objetiva, y si este escrito lleva el título que lleva, debe achacarse a la idea de hacer interesante y no aburrida su lectura. Amigo Avelino, tú tienes todo el derecho de decir lo que dices en esta obra y a sostener lo que sostienes. De hecho, personalmente festejo la existencia de este estudio sobre la novelística nacional, pues más estudios se hacen y publican mejor para su desarrollo y entendimiento. Sin embargo, revisándolo, me percato que tiene graves fallas, algo que hubiera preferido que así no fuera, y eso por las expectativas que se crearon en mí cuando primero me empezaran a llegar noticias al respecto. Lo que te has permitido es sólo hacer un “perfil” de la narrativa dominicana de 1980 a 2009. Pongo entre comillas esa palabra porque es ahí donde está el quid del asunto. Si la obra es un perfil, no puede ser el estudio a fondo que, a mí entender, se sostiene y has sostenido que es. Hacer una lista de los elementos que hacen una novela moderna, todos sacados de un crítico que nunca estudió los novelistas del país, no es escribir con empeño acerca de la novelística nacional. Pero, admito, esa lista es sólo una premisa a lo que vas a sostener después. En la pág. 62, concedo, aparece otra larga lista de elementos que es tuya y que está relacionada con nuestra novelística, o más bien su auge en ese período que la obra cubre. Pese a esto, tienes que convenir que hacer listas no nos dice nada acerca del área que nos concierne. La primera parte de este supuesto estudio crítico, ¿qué propone? Que en el desarrollo de la novelística del país hubo un antes y un después: antes de 1980 y después de esa fatídica fecha. ¡Gran descubrimiento! ¿Qué se supone debería decirnos esto? Todo el país cambió alrededor de los años ochenta y, por consiguiente, también tenía que cambiar su novelística, pues de una forma u otra las artes siempre reflejan los cambios sociales que ocurren. Podemos decir lo mismo de cualquier otro país en el mundo y hasta empleando esa misma fecha. De modo que, desde esta perspectiva, creo que es innegable la conclusión a la cual llegamos ineludiblemente, o sea, que, con este argumento tuyo, la montaña sólo parió un ratón. Sin embargo, tu idea no se queda aquí, sino que continúa expresando que la novelística dominicana antes de 1980, por la cual se nota cierto matiz de desprecio por tu parte, según un esquema que te inventas, es, como dices, “lo inferior”, mientras que la que le sigue y llega hasta 2009 seria “lo superior”. Admito que no necesariamente estás sosteniendo que “inferior” y “superior” se refieren aquí a conceptos valorativos; pero, lo sugieres, pues entiendes que la novelística que empieza con 1980 lleva a cabo una renovación y, siendo esto así, siendo moderna, sería de por sí mejor que la que le precedió. En efecto, creo que, al darte cuenta de haber metido la pata en este asunto, tú mismo te retractas de ese nebuloso argumento y rápido agregas: “Jamás debe incurrirse en el error de ver ‘lo inferior’ como algo descartable.” (pág. 13) No contento con esto, y para asegurarte que los críticos no te vayan a caer encima aplastándote por ese disparate, ahora optas por el proceso ternario de Hegel, cuando agregas: “Pero por la misma dialéctica esto que se presenta como ‘lo superior’ en algún momento se constituirá en etapa superada y pasará a ser ‘lo inferior’ con respecto a los logros del futuro.” (pág. 13) Pero, amigo Avelino, ¿de qué diablos estás hablando? Tú estás sosteniendo aquí que en las artes existe algo así como el progreso y un progreso que no tiene fin en el tiempo. ¿Cuándo es que vamos a tener la gran novelística del país, entonces, cuando la segunda venida de Cristo? Yo he sostenido y vengo sosteniendo desde largo tiempo que la mejor novelística dominicana no se encuentra después de 1980, sino antes y, en efecto, mucho antes de 1980. Es mi opinión y la he respaldado con numerosos ensayos y libros, entre los cuales uno que, por alguna razón que no logro entender, nunca mencionas: Las mejores novelas dominicanas (1997). Esta obra, pese a los errores que pueda contener en término de estilo, ahora que leo tu estudio, se me presenta por lo acertado que estuvo y todavía está en su tesis. ¿Dónde se encuentra la gran novela dominicana? ¿No es antes de 1980? Podemos pelear acerca de cuál es, si Enriquillo, La sangre o La mañosa, pero no es posible sostener que después de estas obras vinieron otras de esa misma envergadura. Una novela como Caonex, de J. M. Sanz-Lajara, si descartamos su perspectiva ideológica trujillista y nos concentramos puramente en los resultados estéticos, es mejor que cualquier cosita que vino después de 1980. Que esa novela reproduce los esquemas literarios decimonónicos no significa nada, ya que lo que cuenta es su nivel estético, de ninguna manera sus raíces literarias, las cuales tanto este novelista como los novelistas que sostienes como epígonos en tu estudio no pueden evitar. O sea, que se puede poseer todas las técnicas novelísticas más avanzadas que quieres y, sin embargo, ser novelistas mediocres. Dime tú, ¿no es cien veces preferible leer a Dickens que a cualquier novelista de pacotilla de los más recientes? Amigo Avelino, es que te estás empeñando en defender lo nuevo por lo nuevo. Si algo es nuevo, para ti eso significa automáticamente que es superior a lo viejo. Discurso más absurdo que ese, no lo hay. Porque, explícame, ¿dónde es que vamos a meter a Homero, Virgilio, Dante, Boccaccio, Petrarca, Cervantes, Shakespeare, etc. etc.? Con esa actitud, deberíamos echar al pobre Manuel de Jesús Galván en el zafacón literario y pronto hacerle seguir al desdichado Tulio Manuel Cestero también. Es que es innegable, amigo Avelino, que los novelistas anteriores a los años ochenta estaban culturalmente más preparados que los que tú estás alabando y defendiendo simplemente porque dominan las nuevas técnicas de la novela. La literatura light, amigo mío, no se la inventaron los novelistas anteriores al régimen de Trujillo ni los que pertenecieron a ese mismo período; se la inventaron, como muy bien sabes, los que empezaron a escribir a partir de l980. En la novelística nacional, de 1980 a 2010, si excluimos la obra de nuestro común amigo Roberto Marcallé Abreu, la única novela que vale la pena es, ¡anatema para ti!, Bienvenida y la noche, o sea, exactamente esa que sostuviste y sigues sosteniendo que no es una novela. Una vez terminas con tus 63 páginas “teóricas”, que ya he dicho se resumen a muy poco, a causa de esas listas que introduces y los disparates que apenas termino de esbozar, pasas a aplicar lo que sería tu método crítico en sentido científico. Escoges 32 novelas y las comentas brevemente, diciendo que son excepcionales, explicando su temática y externando un juicio crítico que es siempre el mismo: es una novela excelente porque contiene estos aspectos técnicos en especifico, los cuales, como es obvio, suman sólo al manejo del arte de novelar moderno que, para ti, es el sine qua non del éxito de la obra a la cual te refieres. Eso me acuerda de esos críticos despistados que sostenían que Joyce era un gran novelista porque usaba la técnica “moderna” del flashback. Y así todos admiraban a este escritor irlandés por esa técnica, olvidándose que eso no era nada nuevo, sino que Homero la había empleado en La odisea. Este método tuyo, amigo Avelino, me hace dar las gracias a Dios que yo no me considere y nunca me he considerado un crítico literario bona fide, por lo aburrido que cierta crítica, como la que desgraciadamente estás empleando aquí, resulta y que siempre me produjo los más profundos bostezos. Yo entiendo que la crítica no puede ser una simple receta de cocina, que es lo que tú haces. Y entiendo, además, que no tiene que poner a dormir a nadie. Más bien, tiene que despertar interés en el lector, ser un reto para él, pedirle que llegue a sus propias conclusiones. ¿Cómo? Presentándole con una lectura (no un “resumen”, como dices con relación a mí) detallada y a fondo en la cual se le explica lo que, desde su punto de vista, el crítico entiende sería el sentido de la novela en cuestión. Al terminar con esa lectura, el lector está libre de hacer su propio análisis. Pero por lo menos hay una lectura de verdad de por medio. De ningún modo se trata, como es tu caso, de unas frasecitas convencionales que se repiten de uno a otro comentario y que se limitan a decir que esta novela es lo último y no hay duda de eso. Ya que sacas a colación mi crítica en tu obra, quisiera ahora puntualizar algunas cosas. De las 31 novelas que presentas, yo he analizado a fondo en ensayos bien largos y documentados por lo menos la mitad. Estaré ciego, seguro, o no me explico cómo es que no encontré en esas novelas todos esos méritos que tú encuentras. Cuando en tu discurso te refieres a mi crítica, eres bastante selectivo. Por ejemplo, te la pasas hablando de mi primera publicación, Temas de literatura y de cultura dominicanas (INTEC, 1992), una obra que no se refiere a la novelística dominicana en sí, sino que trataba de ser un estudio de las tendencias culturales que se registraban en el país a principios de los años ochenta; sin embargo, nunca mencionas Las mejores novelas dominicanas, obra que sí se relaciona exclusivamente con la novelística. Eso sí, mencionas los títulos de Quince estudios de novelística dominicana (2006) y Lecturas de novelas dominicanas (2007), como también La narrativa de Roberto Marcallé Abreu (2006). Pero mencionar los títulos no significa conocer el contenido de esas obras. De haberlo conocido y estudiado de verdad, otras, pienso yo, hubieran sido tus apreciaciones de mi crítica. Es curioso, además, que, aunque hables de Julia Álvarez, nunca te refieras a mi colección de ensayos, La dominicanidad de Julia Alvarez (2002). Si no conoces este libro, déjamelo saber y te envío un ejemplar por correo rápido. Y es absurdo que, en tu afán de alabar a Junot Díaz y hablar de Viriato Sención, tampoco hagas ninguna referencia a mis ensayos sobre ambos. El ensayo sobre Viriato deberías por lo menos conocerlo, pues es el que me dio fama de crítico de mala leche, como sabes. Mencionas, claro está, mi ensayo acerca de Distinguida señora, de Carmen Imbert Brugal, y otros acerca de una que otra novelista, pero eso es porque aquí tu propósito es echarme en contra a las mujeres, para que me despedacen como al desventurado Orfeo de la fabula griega. ¿Cómo es esto? Por el simple hecho de que, en la pág. 94, siempre citando de Temas de literatura y de cultura dominicanas, me adjudicas una pésima opinión de las novelistas dominicanas. Lo haces manipulando dos citas: una que se refiere a la pobre calidad de los novelistas; otra, a la calidad de las novelistas. Nota que he dicho sólo “la calidad” en el segundo caso. Tienes que notarlo porque, si te vas a esas dos citas en el texto original (Temas…, pág. 12), te darás cuenta que ahí estoy poniendo la calidad de las novelistas por encima de la de los novelistas. En su contexto correcto, decía que la novelística producida por mujeres en el país no se conocía, y que eso era algo lamentable pues, según mi entender, algunas eran mejores novelistas que los hombres. Y, en efecto, desde un principio yo he sostenido una posición herética en la crítica literaria dominicana, una que dice exactamente lo que acabo de enunciar. Cuando hice pública esta tesis en un encuentro crítico de escritoras, ya para 1995, las organizadoras se regocijaron. Era, me expresaron, el primer critico que se atrevía a decir algo bueno acerca de las novelistas, a reconocerles sus méritos. En otro encuentro anterior, Ludin Lugo se me acercó para decirme bromeando que no sostuviera esa tesis en voz alta, si no quería que los novelistas me ahorcaran. Yo, amigo Avelino, si algo he hecho de que sentirme orgulloso como crítico ha sido sostener sin ambages esa tesis que señalo. Yo, por ejemplo, puse en el mapa novelístico a Carmen Natalia y a Melba Marrero de Munné, para no mencionar a Amelia Francasci, una novelista totalmente olvidada. ¿Qué otro crítico lo ha hecho? A veces he pensado que debo tener algo de masoquista en mí para haber seguido adelante por tanto tiempo con mi manía de escribir acerca de la novelística del país, cuando tanta gente se la pasa acusándome de tantas cosas malas y calumniándome por junta. Hubo un tiempo, en efecto, en que dejé de escribir sobre la novelística nacional. No tocaba novelas ni quería verlas. Por tres años se fueron acumulando sobre mi escritorio y, cuando ya no pude más, me vino la idea de enviárselas regularmente a mi amigo Carlos X. Ardavín, para que las depositara en la biblioteca de Trinity University, en San Antonio, Texas, donde enseña. Esa colección ha ido aumentando con el tiempo, y creo que es una muy buena colección, pues contiene originales con dedicatoria a mí y firma de sus autores. Yo simplemente me dediqué a la poesía, y sostengo que, en todos los sentidos, valgo más como poeta que como crítico literario. Sigo dedicado a la poesía y, ya que la musa últimamente se olvidó de mí, decidí incursionar en la traducción. He hecho traducciones al italiano y al inglés de amigos poetas, como también de Franklin Mieses Burgos y Manuel del Cabral. Todo este material está engavetado por falta de recursos o interés de otros en su publicación. En una ocasión, un novelista que había criticado acremente, visitó esta isla y me preguntó si había leído su última novela, a lo cual le contesté que no, aunque la tenía, y que era porque ya yo no estaba en eso. Supongo que se puso contento con la noticia. Si crees que ésta es sólo una anécdota chistosa, no lo es. A cada rato recibo por correo o a través de otras personas las novelas que se van publicando en el país y que los mismos novelistas me hacen llegar. Tengo de nuevo una pila encima de mi escritorio, pero sin ningún deseo de leerlas. Sigo enviándoselas a Ardavín, sin duda. Sin embargo, de vez en cuando me viene la gana y me animo a leer alguna. Muchas veces es porque se habla tanto de la obra que no me resisto a ver si es verdad todo lo que se dice al respecto. Leo siempre, por ejemplo, las novelas de Andrés L. Mateo. Las leo porque, aparte de ser buen novelista, quiero descubrir ciertas cosas que se quedaron pendientes con él desde sus primeras novelas. Leo todas las novelas de Marcallé Abreu, pues insisto que es el mejor novelista del país. Pero esa es sólo mi opinión, y no le exijo a nadie que la comparta conmigo. O leo ciertas novelas que se presentan dentro de alguna coyuntura especial, y que sería un crimen de mi parte dejar de leerlas. ¿Por qué traigo esto a colación? Simplemente porque, amigo Avelino, tú mismo estás también en ese jueguito, o sea, enviándome novelas tuyas para tantearme y ver si escribo acerca de ellas. Me regalaste Catedral de la libido y me llegó Tiempo muerto, como sabes. También, por los mismos fines, me has enviado tres veces Hasta el fin del mundo me iré, dos veces en el original y una en italiano. En ésta hasta aparezco como personaje, lo que te agradezco mucho, aunque tienes que admitir que no es el tipo de personaje que encaja bien con mi propio carácter. Pero en esto entra en juego tu imaginación de novelista, supongo. Ahora cabe preguntar: Si soy ese crítico tan fatal que dices, ¿cómo es que siempre me envías tus novelas? ¿No debería ser lo contrario? La respuesta a esta incógnita me la proporcionó alguien en una ocasión, cuando me dijo: Avelino se queja de tu crítica, pero él mismo reconoce que su Catedral de la libido empezó a venderse sólo después que salió esa reseña. Bueno, ahí lo tienes, querido amigo Avelino. Como tú, por ahí andan muchos novelistas dominicanos que me envían sus novelas por la misma razón tuya. Al final, creo que debería molestarme, pues es obvio que se me está usando como crítico: por delante, a la luz del día, se dicen muchas barbaridades en contra mía, mientras que por detrás, en la sombra, tal parece que a muchos les conviene que yo lea sus novelas y que diga algo, aunque sea malo, acerca de ellas. Entonces, si eso no es reconocerme como crítico válido, no sé lo que es.