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LA CUARTA PARED

Algunos casos perdidos

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Virginia Sánchez NavarroSanto Domingo

Hace una semana el grupo de rock en español Dulces Pesadillas presentó su nuevo material "Renacer" y aunque cada sencillo posee su forma única de quedarse con nosotros, no podemos escuchar "Eres", la canción sin sentirnos inevitablemente identificados. No hay alguien que pueda describir exactamente a cada persona que ha conocido en la vida. Incluso algunas que en su momento fueron irremplazables para nosotros, se nos van borrando con el paso del tiempo; vamos olvidando sus caras, sus sonrisas, hasta que de pronto no nos quedan ni sus nombres. Sólo vienen a convertirse en imágenes nubladas de las que ni siquiera estamos muy seguros. Así de práctica es nuestra mente, como si estuviera limpiando para hacer espacio a nuevos ocupantes. Entonces, ¿por qué – nos preguntamos – no nos hace la mente el mismo favor de echar al olvido a esas otras personas que siempre están ahí, brincándonos de sorpresa y rompiendo nuestra concentración en momentos en los que deberíamos estar recordando la clave de la tarjeta bancaria, o llenando un examen o atendiendo la señal del semáforo? Quizás la respuesta es a la vez sencilla y complicada. Puede ser que hay personas que no simplemente pasan por nuestras vidas para ocupar un espacio, si no que llegan a nosotros creando un lugar nuevo, uno que tiene su propia forma y que al desocuparse no puede ser llenado por nadie más, porque nadie más cabe. Quizás la mente se rebela y los constantes recuerdos son su manera de preguntarnos qué pasó, porque definitivamente percibe que alguien falta. Hay casos de personas a quienes nos toma tiempo olvidar. Hay otros en que el mismo tiempo será quien nos aconseje dejar de intentarlo, porque siempre estarán ahí, pues su marca en nosotros fue demasiado profunda y deshacernos de ella significaría arrancar el pedazo de nuestro ser en que quedaron talladas. Es entonces, cuando alcanzamos este entendimiento, que ocurre un cambio en nosotros. Ya no buscamos el olvido, ya no queremos entretenernos para no pensar; más bien volvemos a dar empleo al torbellino de nuestra mente y recreamos en ella aquel mundo en que esa persona nos acompañó, las sillas que ocupó, las palabras que dijo; porque al final, aunque nos duela, es mucho mejor conservar el recuerdo que no conservar nada. En fin, tomándole prestado a Dulces Pesadillas, hay personas que son canciones en nosotros a quienes el sabio tiempo se ha sentado a escuchar. Pues a él no le queda alguna duda de que estarán sonando eternamente.

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