Madres comunitarias: pilares invisibles de la comunidad
No necesitan ser llamadas “mamá” para dar amor incondicional a los muchachos de su sector

En cada comunidad hay mujeres que, sin proponérselo, acaban criando hijos que no fueron gestados en su vientre.
No por casualidad quienes han tratado con ellas les toman cariño como a una madre. No es una coincidencia que sus hijos digan, “Ve a mi casa, que en mi casa siempre hay comida; en mi casa siempre serás bienvenido”. Tratar con ellas es saber que tus hijos van a tener quien les corrija, les ame, les enseñe y les trate bien.
En cada comunidad hay mujeres que, sin proponérselo, acaban criando hijos que no fueron gestados en su vientre, no están en actas de nacimiento ni en libretas escolares, pero aparecen en los recuerdos de la infancia, en los consejos que salvaron a tiempo y las muestras de cariño que nunca se borran del corazón.
Son las madres del barrio. Las que nunca pidieron permiso para amar, ni necesitaban ser llamadas “mamá” para saberse necesarias.
Una de ellas es Amparo Cáceres de Adames, quien todavía se sorprende cuando le preguntan en qué momento pasó de ser una vecina más a una madre comunitaria.
“No sé cuándo sucedió”, asegura, y agrega que “desde jovencita me gustó ayudar a los niños. Quizás empezó cuando mi mamá murió y nos mandaron a mis hermanas y a mí a un orfanato”. Y ahí, aprendió que no se necesita tener la misma sangre para cuidar a alguien con el corazón, desde entonces, nació en ella el deseo de atender a otros.

Amparo Cáceres junto a su esposo, Celestino Adames, y una de las niñas que cuidó.
Tiene tres hijos, pero han sido decenas los que ha cuidado, protegido y corregido con la firmeza de quien no le teme al cariño con límites.
Su herramienta más efectiva no es la voz, sino la mirada.
“Yo solo los miro, y ellos entienden que tienen que dejar lo que están haciendo. No sé, será un don que Dios me dio”, afirma.
Al preguntársele si pudiera tener un superpoder cuál le gustaría, habló de uno muy distinto al que cualquiera podría pensar: el de hacer que todos los niños vayan a la escuela. “Que las autoridades vayan casa por casa y vean por qué no están yendo. Que no se les quede ningún niño sin estudiar”, dice con esa mezcla de coraje y ternura que la caracteriza.
Madres sin título
Otra que conoce bien ese rol es María Montero, quien antes de ser enfermera ya era la “segunda madre” de muchos en su barrio. Lo suyo ha sido también una siembra de palabras y presencia, con un poder que, según dice, estaría en la mirada. “Esa mirada que detiene travesuras, pero que transmite reproche y complicidad al mismo tiempo”, explica.
A lo largo de los años ha visto pasar adolescentes con historias duras y destinos inciertos. Su mayor reto, expresa, ha sido convencerlos de que estudien, aunque sea una carrera técnica. “Algunos me hicieron caso y esto gracias al ejemplo y a las oraciones constante por ellos y convirtiéndome en su amiga, cómplice y ayudándolos en lo que necesitaban”.

María Montero, una mujer entregada que ha sabido ser madre para muchos pequeños de su sector.
De ellos ha aprendido la resiliencia, la capacidad de resistir sin perder la risa, y hasta el lenguaje: “Tuve que aprenderme los términos y la jerga que usaban para acercarme a ellos”.
Amparo, por su parte, nunca exigió títulos.
“Yo siempre les decía que me dijeran tía. Una vez una muchacha, ya grande y con su hija, me preguntó por qué no le enseñé a decirle mamá. Y le dije: ‘Con tía me basta’. Porque a veces las mamás se sienten celosas, y yo siempre quise respetar eso”.
Aun así, se emociona cuando la llaman por su nombre con cariño en la calle, cuando un niño que cuidó vuelve, como aquel joven que un día apareció en su puerta diciendo que quería vivir con ella. “No tuve corazón para decirle que no. Aunque luego tuve que entregarlo, por precaución, todavía hablamos. Él me llama, me escucha. Y eso me basta”.
El legado que no se mide en diplomas
Para estas mujeres, la maternidad comunitaria no se planifica. Nace del instinto, del corazón disponible y la voluntad de estar presente, aun cuando no hay una exigencia.
Ni Amparo ni María buscaban criar más allá de sus propios hijos, sin embargo, ambas han levantado generaciones que las recuerdan como parte fundamental de su crecimiento. Para ellas, ser madre del barrio no es un título, es su estilo de vida.
