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ÁNIMO EN DOS MINUTOS

Nunca te sientas abandonado

Quédese quietecito y escuche en su interior. Es probable que escuche usted al Señor, si le da tiempo. iStock

Quédese quietecito y escuche en su interior. Es probable que escuche usted al Señor, si le da tiempo. iStock

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Luis García DubusSanto Domingo, RD

“Ya yo no sé ni para qué estoy vivo”, me dijo Toni apesadumbrado, “mi esposa murió hace ya un tiempo, mis hijos se han mudado y han hecho su vida aparte... Y mira, Luis, a veces pasan tres y cuatro semanas y ninguno me llama. Toda la vida dedicada a ellos, y ahora... nada”.

Puedo imaginarme la tristeza de Toni. ¿Puede usted? Supongo que sí. Hay momentos en la vida en que se siente uno abandonado, aislado, como si estuviera en medio del mar en un bote sin rumbo, y completamente solo.

Momentos de frustración, de sufrimiento, de fracaso, de desengaño...

De sentirse impotente... De pensar que no vale la pena seguir tratando...

Y en medio de un mar de impotencia, estas personas necesitan que alguien “desde la playa” les dé una idea. Una idea orientadora, consoladora, fortalecedora. Lo malo es, me dirá usted, que “el hombre de la playa” no siempre aparece.

Pues yo creo que sí. Que siempre está allí. Lo que sucede es que no siempre percibimos su presencia porque estamos demasiado ocupados preocupándonos.

La pregunta de hoy

¿Por qué nos resulta tan difícil percibir la presencia del Señor en nuestras vidas?

Me parece que tenemos que reentrenar nuestra visión espiritual.

Usted sabe que las luces de la ciudad imposibilitan que veamos la vía láctea.

Pero si uno aprende a estar atento, lo encontrará, porque Él está a su lado en este preciso momento de su vida. Y está, además, dispuesto a darle ideas para que usted logre “pescar” y salir adelante. Ánimo, amigo.

¿Cómo puedo reconocer yo al Señor cuando me hable? A muchos les resulta este método: abra usted su Biblia en uno de los cuatro evangelios. Lea lentamente y, cuando una frase le llame la atención, deténgase. Es posible que el Señor desee darle algún mensaje.

Quédese quietecito y escuche en su interior. Es probable que escuche usted al Señor, si le da tiempo.

Ahora, le doy algunas claves simples:

1. El Señor, cuando habla, habla muy corto. A veces es una sola palabra, como “ven”, o “paz”, o “ánimo”. Otras son frases como “yo me ocupo” o “tú, ven donde mí”, o “tú, sígueme”.

2. Él habla cuando quiere, y lo que dice puede ser inesperado.

3. Para escucharlo hace falta estar tranquilo, como el silencio interior que se produce cuando uno se ha desahogado, el ego se tranquiliza y abre paso a la humildad.

4. Su presencia siempre produce paz. También confianza, seguridad, fortaleza, guía.

5. Él se acerca ofreciendo, orientando, regalando; no regañando, ni pidiendo y mucho menos exigiendo.

6. Puede hablar directamente, o a través de otra persona, quizás sin que esa otra persona, en su humildad, se dé cuenta de que el Señor la está usando. De todos modos, aunque uno lo pudiera ver en persona, sólo lo reconocerá si Él “le abre el entendimiento”. Y esto hay que desearlo y pedirlo en medio de un silencio humilde.

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