¿QUIÉN EDUCA AL PUEBLO?
Dios mio, dios mio, ¿por qué me has abandonado?
Domingo de Ramos. Un día de alegría para el Señor, que lo reciben en Jerusalén montado el en un borrico, agitando palmas en las manos, alegrando al Mesías al que había de venir, al Salvador de mundo. Los mismos que en unos días más tarde, lo estarían crucificando, con los gritos de esos mismos que lo recibían con palmas y aleluyas. ¡Cómo es el pueblo de voluble!
Vamos en este año de Pandemia, a poner en nuestras puertas, ramas, como señal de que somos católicos y a pesar de no poder salir fuera en procesión, al menos recordar que El Señor, es nuestro Dios y Señor, y somos sus testigos.
En la Primera lectura de hoy Isaías nos recuerda su profecía: “El Señor me ha abierto el oído; y no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. MI Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.”
Jesús conocía las Escrituras y sabía lo que le esperaba, sin embargo, no dudó en entregarse por nuestros pecados. El es nuestro Rey y Salvador.
El Salmo de este día es el Salmo 21 que recita Jesús en la cruz cuando es crucificado y es el que la gente pensaba que estaba diciendo a Dios que ¿Por qué? lo había abandonado. El sabía que siempre contaba con su Padre, y este Salmo contiene todo lo que le hacen a Jesús en su crucifixión: “Se reparten mí ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos ven corriendo a ayudarme”. Amén