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¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?

¿Quién dice la gente que soy yo?

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

Esta frase del evangelio de hoy siempre me ha llamado la atención. Nos hace reflexionar sobre la importancia que tienen nuestras actitudes para con los demás, y nuestro ejemplo de vida. Porque es claro que como hagamos las cosas a nuestros hermanos, igualmente se nos devolverá. La vida es como un bumerang, lo que hacemos siempre regresa al origen, queramos o no.

¿Por qué Jesús haría esa pregunta a sus discípulos?

¿Le importaba a Jesús lo que la gente decía de él?

Será necesario para llevar el mensaje de salvación a los demás, ¿cómo éstos nos ven?

El Señor nos ha dicho que un ciego no puede guiar a otro ciego, pues, los dos se caerían al abismo. Y es que el ejemplo puede más que las palabras, porque arrastra. ¡Señor ayúdanos a ser modelos de virtud para los demás, que tanto esperan de nosotros!

¿Cómo supo Pedro quien era Jesús? Es necesario, una gracia de “revelación que viene del Padre”. ¿Pedimos nosotros esa gracia? ¿Estamos continuamente en contacto con el Padre, para pedirle discernimiento en estos momentos de tanta confusión? Recordemos cómo nos dice San Pablo: nos hemos revestido de Cristo con nuestro Bautismo. Somos pues, Alter Christo”, otros Cristo. Actuemos como él actuó. Haciendo el bien.

¿Cuál es la voluntad del Padre para mí, aquí y ahora? ¿Qué está pasando con los cristianos en el mundo de hoy? ¿Por qué hay tanta gente que no quiere saber nada de religión? ¿Seremos capaces de hacer esta misma pregunta que hizo Jesús, al que está cerca de mí? ¿Quién dice mi esposo/esposa que soy yo? ¿Quién dice mi hijo o hijos/hijas que soy yo? ¿Quién dice mi amigo/amiga que soy yo? Esa pregunta podemos hacerla a todo el que trabaja para nosotros. La lista es larga. Nos asombraríamos del resultado. Vamos a hacer cómo lo acaba de hacer el papa Francisco en Irlanda: pedir perdón a todos los que hayamos podido ofender con nuestras acciones.

Hoy en la segunda lectura el Apóstol Santiago nos pregunta: “¿De qué le sirve a uno, decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que una hermana o hermano andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que le digamos: “Dios les ampare, abríguense y llénense el estómago, y no les den lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Eso pasa con la fe, si no tiene obras, por sí sola, está muerta. Alguno dirá: “Tú tienes fe, y yo tengo obras: Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe”. “Señor, ¡ábreme el oído..., no me resistí! Ofrecí mi espalda a los que me apaleaban, pero el Señor me ayudó. Tengo cerca a mi defensor”. Aleluya!

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