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Familia, sociedad y juventud

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

El fenómeno que se da en el periodo de la juventud se está convirtiendo en un sistema perturbador, toda vez que el joven, con el ímpetu no controlado, desvirtúa lo bello e interesante que contempla esta etapa de la vida.

El periodo de juventud se enmarca en la plenitud del desarrollo, con lineamientos que definen los objetivos para alcanzar las metas y propósitos de vida, que le permitan un soporte estructural y digno de las aspiraciones que dan impulso a la concretización de estudios académicos y otros valores que se integran en la plataforma doméstica. Estos refrendan en respeto y honestidad como atributos que son eslabones que conforman la cadena de alta moral humana y espiritual. El joven debe exhibir estas virtudes con humildad, para ser aceptado como una entidad que es símbolo de probidad para la sociedad.

Lo importante de esto es que valores que son la base de una conducta digna se desvanecen, porque la misma sociedad a la que sirve el joven lo presiona a concurrir de sus modelos deformados de conducta, logrando con ello el desmiembro de su universo de valores.

Esa pérdida de valores se da por las exigencias y la competividad que conmina a los jóvenes a delinquir con la fiebre que aturde y quema, en la intención y búsqueda del placer y los deseos carnales, que se motorizan por demás con actitudes desprovistas de sentimientos, con el fin de obtener los últimos modelos de alta tecnología. Para ello, los jóvenes sucumben a los mensajes subliminales que les dirigen los medios propagandísticos, los cuales incitan a elevar los niveles de ansiedad, que se expresan con agresividad en el medio, y se hacen más notorios en el tránsito vehicular y sitios de diversión diurna y nocturna.

A todo esto se agrega la imprudente complacencia (pasiva y cómplice) del hogar, en virtud de que los padres (imbuidos en otros intereses y menesteres) se hacen instrumentos ordinarios para así ignorar y desobedecer los principios que regulan y norman los núcleos de familia.

La familia y la sociedad son responsables directos de fomentar los valores que ayuden al individuo en desarrollo a que se integre con sus valores para exhibir un producto bien terminado, el cual es sinónimo del hombre realizado, y que, con auxilio de sus atributos, pueda cooperar en un mundo que aspira a agrupar a su humanidad con sus aspectos de amor, respeto, justicia y paz.

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